La nueva alfombra mágica. Usos y mitos de Internet, la red de redes
http://www.etcetera.com.mx/libro/gracias.htm
Raúl Trejo Delarbre
Capítulo V
Qué hacer con las redes
En una misma sesión cibernética, uno puede conectarse a los corredores de la Casa Blanca, saltar de allí a una discusión organizada en Alemania, regresar al continente y enlazarse con un colega en Brasil, proseguir el periplo y divagar por el Museo del Louvre, comentando nuestros hallazgos con un cibernauta en Osaka. Incluso, es posible darse el lujo (extravagancia electrónica o soledad encubierta) de conversar electrónicamente con un vecino que viva a una calle de nuestro domicilio. El concepto tradicional del espacio tiende a perderse en la navegación cibernética. Las distancias son otras. Las dimensiones se trastocan. Con unos cuantos clics a nuestro mouse podemos brincar de un tema a otro, de un asunto a otro. Ni siquiera es preciso un especial esfuerzo físico delante de la pantalla titilante. Un solo dedo, un par de clics y el enlace cibernético ha cambiado. (Eso, si la conexión con el servicio que nos da acceso a Internet es buena: a menudo el tráfico telefónico, la saturación de líneas disponibles y problemas técnicos todavía inevitables en las redes, vuelven muy tediosa la tarea de iniciar una conexión y mantenernos en ella.)
Junto con esa difuminación de distancias y barreras geográficas, cuando uno se sumerge en la cibernavegación puede encontrarse, todavía, con un mundo fundamentalmente amable, en donde la cooperación se extiende por encima de las diferencias de culturas, aficiones e ideologías. La buena voluntad que hasta ahora ha prevalecido en la red de redes y en sus subsidiarias tiene mucho qué ver con el origen académico y con el carácter no lucrativo que han tenido la mayoría de los espacios en la dimensión cibernética. Quienes colocan avisos, textos, gráficos, sonidos y toda clase de mensajes, lo hacen sobre todo por el deseo de compartir una información, o una afición, con quienes puedan tener intereses similares. Es como lanzar una botella al mar, pero con la certeza de que siempre habrá uno o más navegantes interesados en el contenido específico de ese recipiente, lo mismo si queremos intercambiar experiencias sobre un deporte, una religión, un asunto técnico o una afinidad política, o simplemente conversar sobre lo que sea.
Un nuevo comunitarismo. De la aldea global, a la aldea total
La colaboración en las redes es el principal elemento de cohesión. Un Tablero de Avisos como los que surgieron en los inicios de Internet, o un Servicio de Noticias que como hemos dicho son mensajes (no necesariamente actuales) en torno a un mismo tema, tienen como supuesto básico el espíritu cooperativo, solidario, de los usuarios de la red de redes. Quien no quiere asomarse a un asunto específico, simplemente no lo hace. Quien incursiona en un foro solamente para escuchar (es decir, para leer los avisos y sus respuestas) es libre de poner en práctica este moderno e inofensivo voyeurismo. Si alguien más tiene ganas de polemizar, es libre de hacerlo y aunque hay reglas de etiqueta que los más ponderados recomiendan emplear, lo usual en las discusiones sobre asuntos álgidos (habitualmente debates sobre sexualidad, o sobre política) es que no se escatimen adjetivos para enfatizar una postura, en el drástico y breve lenguaje que se acostumbra emplear en tales intercambios.
La sensación de comunitarismo, más allá de discrepancias e incluso gracias a ellas, pudiera hacernos creer que el de la red de redes es un mundo ideal, en donde la fraternidad se impone sobre la diversidad, cohesionándola y dándole sentido. Eso no es del todo cierto: las intolerancias y discrepancias suelen aflorar y de manera estruendosa (se supone que alguien grita en el lenguaje de las redes CUANDO SE ESCRIBE EN MAYUSCULAS). Pero principalmente es preciso recordar, por si fuera necesario, que el del ciberespacio no es el mundo real. Se apoya en él, es como una de sus nuevas sombras que lo reflejan e imitan, pero dista mucho de ser el mundo auténtico. Además, la desigualdad de oportunidades para tener acceso a las redes implica que sólo unos cuantos, de entre los ciudadanos de esta Tierra, tienen el privilegio de solazarse y comunicarse en la telaraña electrónica.
Por si fuera poco, no es exagerado considerar que el espíritu comunitario está siendo desplazado por el siempre más agresivo interés por los negocios. Internet se encuentra cada vez más privatizada y quizá no esté lejano el día en que no haya, en el mar de autopistas electrónicas, una sola que no tenga costos directos de acceso o que, en su defecto, no esté financiada directamente por alguna institución, privada o pública. El mercantilismo parece estar destinado a, fatalmente, imponérsele al comunitarismo y al espíritu de solidaridad que hasta ahora ha sido uno de los rasgos distintivos de las redes electrónicas.
No obstante hay visiones optimistas o, si se quiere, voluntaristas. Uno de los gurús del ciberespacio, Nicholas Negroponte, conocido por sus reflexiones entre lúdicas y sarcásticas sobre la navegación en las redes, escribió lo siguiente sobre la que denomina Vida Digital:
"Aquí es donde mi optimismo ha sido puesto en marcha; supongo que tengo muchas de esos genes O (por Optimista). Pero creo que ser digital es positivo. Eso puede aplastar organizaciones, globalizar a la sociedad, descentralizar el control y ayudar para armonizar a la gente más allá de que se sepa si eres o no un perro. De hecho, hay un paralelismo, que he fracasado para describir en mi libro, entre los sistemas abiertos y cerrados y las sociedades abiertas y cerradas. De la misma manera que los sistemas propietarios fueron el fracaso de grandes compañías como Data General, Wang y Prime, las sociedades sobrejerarquizadas y auto conscientes se erosionarán. El Estado-nación puede irse. Y el mundo se beneficiará cuando la gente pueda competir en imaginación más que en distinción. Más aún, la capacidad o no para ser digital, cada vez dependerá menos de la raza o de la riqueza y dependerá más (si acaso) de la edad. Las naciones desarrolladas traspasarán la infraestructura de telecomunicaciones del Primer Mundo y llegarán a ser más conectadas (e inalámbricas). Alguna vez nos preocupamos por la demografía del mundo. Pero todo lo que pudimos hacer fue preguntarnos: considerando dos países con, más o menos la misma población, Alemania y México, ¿es realmente tan bueno que menos de la mitad de todos los alemanes tenga menos de 40 y tan malo que más de la mitad de todos los mexicanos tenga menos de 20? ¿Cuál de esas naciones se beneficiará primero del ser digital?".1
Para Negroponte, la digitalización de las relaciones sociales creará un espíritu comunitario y una igualdad de oportunidades tan idílica, que entonces los conflictos serían de tránsito en el ciberespacio o de imaginación para navegar en las redes. Pero en el mundo real, las cosas no son tan sencillas como parecieran desde la perspectiva del pretendidamente igualitario intercambio cibernético. Hay relaciones de poder, intereses económicos y políticos, problemas legales, profesionales y éticos, antiguos y nuevos desafíos, que se reproducen en el universo de las redes electrónicas.
Otro entusiasta convencido con tal intensidad de las bondades de la revolución informática, pero que presenta un panorama sólo de bienaventuranzas, es el fundador de Microsoft, Bill Gates. Su libro Camino al futuro2 se convirtió de inmediato en best seller no sólo por la personalidad exitosa de ese autor, que a su precoz interés por la cibernética añadió la buena suerte para identificar necesidades de la industria de cómputo que contribuyó a solucionar con ingenio. Además, se trata de una obra amena, bien escrita, que sin embargo descuida molestas realidades como el hecho de que vivimos en sociedades desiguales, en donde no todos los individuos, ni todos los países, tienen la misma oportunidad para acceder a los recursos informáticos.
No hay Arcadia cibernética. Lo que tenemos en la Internet y sus afluentes es un espacio nuevo para el intercambio y la propagación de información. Pero allí, como en cualesquiera otro de los espacios sociales, culturales y/o tecnológicos, especialmente en esta era de la globalización, se reflejan y recrean las discrepancias y las desigualdades que existen en otras zonas de la actividad humana. En este capítulo último, nos ocupamos de los desafíos que para la soberanía de las naciones, las dimensiones y atribuciones del Estado, los códigos jurídicos e incluso morales, entre otros aspectos, impone la nueva dimensión cibernética.
Soberanía, temores y oportunidades
La capacidad de las redes electrónicas para traspasar fronteras de toda índole es al mismo tiempo oportunidad para la libertad y desafío para las naciones. El mismo carácter, más que multinacional des-controlado de la Internet, que como hemos insistido no tiene un sitio desde donde se pueda manejar la creciente cantidad de información que viaja por las redes, plantea nuevas realidades que hasta ahora, por lo general, se ha intentado resolver a partir de viejos esquemas.
Por un lado, en términos de soberanía, sobre todo en países en desarrollo económico y político como los de América Latina, hay una proclividad frecuente a desempolvar el discurso antiimperialista, que supone que en cada innovación tecnológica se encuentra una nueva trampa de las fuerzas del mercado y el capitalismo. En el otro extremo, por cierto casi siempre desde las metrópolis políticas y financieras, se mantiene otro viejo discurso: el de una igualdad de oportunidades, propulsora de la competencia y la iniciativa de los individuos y los países, que los recursos tecnológicos potencian y aseguran, para fortuna de todos.
Ninguno de ambos discursos vale del todo para entender y menos para enfrentar los desafíos que presenta la nueva complejidad de la comunicación cibernética. Pero los dos tienen alguna dosis de realismo.
La tecnología como trampa
La idea de que la propagación tecnológica es controlada por fuerzas no necesariamente compatibles con los intereses y prioridades de las naciones en desarrollo, no está muy distante de una realidad en donde la geopolítica se confunde con la creación de condiciones para el éxito de las empresas más poderosas. Después de todo, quienes antes que nadie ganan con el crecimiento del ciberespacio tienen apellidos muy específicos: IBM, Compaq, Apple, Microsoft, America On Line... Tales corporaciones y firmas, para abundar en esta obviedad, apuestan al negocio y no al desarrollo de los países que aún no han sido capaces de tener capital e infraestructura suficientes para que sus productos sean buen negocio. Esta es, desde luego, una visión esquemática. Podría pensarse que a la IBM o a cualquiera de sus competidoras, le interesa que en Honduras, China o Senegal, haya tanta afición y posibilidades para la navegación cibernética como en Canadá, Suiza o Japón. Pero esa es una aspiración de tan largo plazo que no forma parte de las prioridades actuales de las corporaciones internacionales del cómputo. La globalización, no hay que olvidarlo, no significa que todos seamos iguales en la nueva aldea internacional, sino que todos podamos (al menos idealmente) comprar los mismos productos y acceder a los mismos servicios, en este caso de índole informática.
Las naciones en desarrollo no son ajenas a la cibernética ni a la comunicación electrónica. Sólo que quienes en ellas tienen acceso a esas posibilidades se encuentran en pequeñas élites, como se insistirá más adelante en este capítulo. En todo caso y habida cuenta del efecto relativamente menor que la comunicación electrónica tiene en las naciones no desarrolladas, puede considerarse que con el acceso a las redes no dejan de existir --como en cualquier asunto importante-- consecuencias políticas, sociales y culturales.
Pero ese reconocimiento, como tanto hemos querido insistir, no necesariamente tiene que llevar a mitificar a las nuevas tecnologías ni a paralizarse estupefactos delante de ellas. Con la propagación de mensajes y experiencias en las redes cibernéticas, está sucediendo la mezcla de costumbres, códigos y manifestaciones culturales, en todos los rangos, que el investigador Néstor García Canclini ha descrito con tanta lucidez al ocuparse de las que denomina culturas híbridas. Ese autor, refiriéndose a los videojuegos, presenta consideraciones completamente expropiables desde el punto de vista que estamos sosteniendo en estas páginas:
"No se trata, por supuesto, de retornar a las denuncias paranoicas, a las concepciones conspirativas de la historia, que acusaban a la modernización de la cultura masiva y cotidiana de ser un instrumento de los poderosos para explotar mejor. La cuestión es entender cómo la dinámica propia del desarrollo tecnológico remodela la sociedad, coincide con movimientos sociales o los contradice. Hay tecnologías de distinto signo, cada una con varias posibilidades de desarrollo y articulación con las otras. Hay sectores sociales con capitales culturales y disposiciones diversas para apropiárselas con sentidos diferentes: la descolección y la hibridación no son iguales para los adolescentes populares que van a los negocios públicos de videojuegos y para los de clase media y alta que los tienen en sus casas. Los sentidos de las tecnologías se construyen según los modos en que se institucionalizan y se socializan."3
La trampa, entonces, no está en la tecnología en sí misma, sino en las maneras como se usa y deja de usar. Pero no hay duda de que las culturas nacionales y/o populares, no forzosamente encuentran motivos de agresión en su propagación a través de nuevos recursos tecnológicos. Hay, si acaso, un nuevo sincretismo que no deja de formar parte del desarrollo cultural de cada nación, o de cada civilización.
Cada vez más, por ejemplo, es común que en el argot de los estadounidenses sean incorporadas palabras de origen castellano y, específicamente, mexicano. La intensa relación económica entre Estados Unidos y México lo es, también, en todas las áreas del quehacer cultural. Uno de los personajes de la nueva mitología hollywoodense ha vuelto simbólica la expresión: "Hasta la vista, baby", de la misma forma que, por lo menos en las élites académicas y políticas se ha vuelto frecuente la expresión "and all that enchilada" para significar algo así como "y todo lo demás".4 Sería exagerado hacer sociología instantánea a partir de esas novedades, pero por lo menos indican que hay un intenso intercambio de tendencias, modas y modismos en la cultura cotidiana.
Uno de los temas recurrentes, pero habitualmente resueltos sólo de manera declarativa --cuando no eludidos-- casi siempre que se evalúa el efecto de las nuevas tecnologías sobre las culturas nacionales en la era de la globalización es el de la soberanía. En muchas ocasiones, después de interminables deliberaciones, a veces inflamadas de sincero pero obnubilador patriotismo, se acaba por concluir lo evidente: que el avance tecnológico, con la difuminación que implica para las fronteras nacionales, tiende a ejercer un efecto de alteración, e incluso a veces devastación, para las culturas de cada país.
Ese, que debiera ser punto de partida de cualquier tarea analítica al respecto, en ocasiones se queda como fuente de alertas y preocupaciones, pero nada más.
A estas alturas del siglo, con la hiperexplosión tecnológica en las comunicaciones, que ha trastornado el ejercicio de la política y la educación en todo el mundo, seguirnos quedando en la condena apocalíptica, pero paralizantemente defensiva, no nos lleva sino (si acaso) a una actitud de involución.
Hay que reconocerlo, y entonces actuar en consecuencia: el desarrollo tecnológico tiende a abatir las fronteras de todo tipo y los efectos de ese crecimiento en los flujos informativos son de direcciones múltiples. Las posibilidades de las naciones con mayor capacidad informática para ejercer imperialismos culturales, van a la par con las que tienen para ejercerlos en el terreno de la economía y de la política. Pero de manera correlativa, las posibilidades de las naciones más débiles para enriquecer sus patrimonios culturales, gracias a la nueva riqueza de los flujos informativos, son también infinitas.
Por ejemplo --y no es cualquier ejemplo-- existen pocos sitios en el mundo tan sometidos a un intercambio económico y cultural tan intenso, y tan desigual, como la frontera entre México y Estados Unidos. Es incontable la cantidad de personas que cruza todos los días el Río Bravo, incluso de manera ilegal --a pesar de las restricciones, que han llegado a la intolerancia racista por parte de algunos sectores estadounidenses--. El encandilamiento que suscitan el consumo aparentemente irrestricto y los dólares finalmente no tan fáciles ni tan abundantes, lleva a muchos mexicanos a buscar oportunidades no sólo de empleo sino de formación y disipación. Y sin embargo, no se puede asegurar que a lo largo de esa enorme franja fronteriza, de casi 2 mil kilómetros, la cultura estadounidense sea la dominante. Centenares de establecimientos que venden tacos, burritos y enchiladas, compiten de manera exitosa con las hamburguesas y los hot-dogs.
Hay una interacción que, apreciable en esas dimensiones de la cultura cotidiana, también aparece en otros órdenes. Los estudiantes mexicanos en universidades de Estados Unidos se mantienen al día sobre lo que ocurre en su país y sostienen intensas discusiones a través de varios foros especializados en el Usenet de Internet. Las comunidades de origen mexicano en California, intercambian noticias y solidifican su identificación nacional originaria a través de la red de redes y ya comienzan a integrar su propia afluente en la superautopista de la información.
Ventajas y limitaciones: entre unas y otras, los expertos señalan riesgos y comparten aprehensiones sobre la verdadera utilidad que puede tener la estampida de mensajes y datos en el ciberespacio. Entre las posibles consecuencias de carácter cultural, dentro de una concepción muy amplia de cultura, se encontraría, además, la transformación en nuestras maneras de percibir la realidad. Sobre este asunto, la reflexión crítica disponible todavía es escasa. El profesor Mark Slouka, de la Universidad de California en San Diego, tratando de mediar entre el escepticismo negativista y el optimismo entreguista a la Internet, ha escrito al concluir un libro sobre sus experiencias personales en el universo de las redes: "Mi molestia con la revolución digital, para decirlo llanamente, es que ofrece demasiado poco y exige mucho. Lo que ofrece es información, montones y montones de información y una nueva, abstracta suerte de 'enlazamiento'. Lo que pide a cambio es que modifiquemos nuestra lealtad, del mundo físico, al virtual. Es un mal trato, no sólo porque ignora nuestras necesidades biológicas, sino porque limita nuestra autonomía".5
El ciberespacio como panacea
La otra postura es la de quienes suponen que la propagación del conocimiento será tal que, independientemente de barreras o distinciones antaño irreductibles, los cibernautas serían algo así como los avanzados de un mundo más igualitario y menos ominoso. Tampoco queremos esquematizar una posición como ésa que, para decirlo de manera más gráfica, insiste en ver el vaso medio lleno, en vez de la anteriormente descrita que se deplora y hasta exalta ante el vaso medio vacío. El problema es que algunos apologistas de la cibernavegación no ven más que el vaso simplemente y, puesto que está allí, piensan o quieren hacer pensar que ya se encuentra listo para ser aprovechado. Expliquémonos mejor: hay un discurso tan entusiasta con las oportunidades de la cibercomunicación, que llega a ser complaciente, sin advertir, o soslayando, la falta de condiciones suficientes para que esta sea una realidad de todas las naciones y no de unas cuantas, o de las élites en cada una de ellas.
Uno de los apologistas más notables de la supercarretera de la información ha sido el vicepresidente de Estados Unidos, Albert Gore. Citamos, en extenso, un discurso en donde ese gobernante describe su ideal ciber-igualitario:
"La Infraestructura de Información Global, IIG, podría construirse de acuerdo con una ambiciosa agenda donde quedarían involucrados todos los gobiernos, pero de acuerdo con los principios de soberanía y la cooperación internacional. Sería un esfuerzo democrático en donde el liderazgo, tanto en la construcción y operación, no recaería en un solo país.
"La democracia representativa descansa en el principio por el cual las decisiones políticas de cada nación son tomadas por ciudadanos que tienen el poder de controlar sus propias vidas. Para hacerlo, los ciudadanos deben tener la capacidad de acceso a la información y expresar libremente sus conclusiones. De la misma manera, las naciones democráticas cooperan entre ellas para lograr sus ideales.
"La IIG será la clave del crecimiento económico para las economías nacionales e internacionales. En Estados Unidos, la infraestructura de información es, para la economía interna de la década de los 90, lo que fue la infraestructura del transporte para la economía de mediados del siglo XX.
"Para promover, proteger y preservar la democracia y la libertad debemos considerar el avance tecnológico como parte integral del desarrollo de las naciones. Al abrir los mercados simultáneamente se abren las vía de comunicación, los medios de comunicación abren, a su vez, mentalidades."6
El vicepresidente Gore encuentra en la superautopista de la información, un puntal para la democracia pero en una situación en donde los ciudadanos (es decir, todos) tendrían acceso a esa nueva fuente de información y expresión. Allí se encuentra la primera y principal debilidad de su propuesta. Mientras se mantenga la desigualdad entre las naciones y, dentro de estas, entre los segmentos de cada sociedad, no será sino una utopía, hermosa pero realistamente inalcanzable, la idea de que todos pueden compartir y departir en el ciberespacio.
Pero más allá del discurso promocional de la superautopista, que de esa manera se vuelve justificatorio de la circunstancia política y económica del gobierno que la propicia, el vicepresidente reconoce que el impulso a ella no puede descansar en un solo país sino en un esquema de cooperación internacional que, por lo demás, queda indefinido. Allí se encuentra otra de las grandes nuevas asignaturas en el escenario internacional. La concepción de Gore sobre las capacidades del intercambio cibernético reitera la idea de que los medios de comunicación contribuyen a la democracia, la igualdad y la libertad. Ese discurso, sin embargo, soslaya el hecho de que los medios son manejados por empresas y por gobiernos con intereses que no necesariamente embonan con tan nobles valores.
El vicepresidente es realista cuando sugiere que, cada vez más, el gobierno de Estados Unidos tendrá que marginarse del impulso directo a las redes, hasta llegar a ser otro actor dentro de ellas. Sin embargo, deja de recordar que no será un nuevo equilibrio participativo de las sociedades y los países, sino la correlación de fuerzas entre las empresas e instituciones del ramo, la fuente de donde surjan las decisiones principales para orientar el desarrollo de la comunicación cibernética.
Gore, de cualquier manera, tuvo la perspicacia de encontrar el enorme valor que para la consolidación de élites, la propagación aunque sea acotada de informaciones y valores políticos y culturales y para el ejercicio mismo del poder, pueden tener las redes cibernéticas. Su reconocimiento al carácter estratégico que la infraestructura de información está llamada a alcanzar en Estados Unidos y así en el mundo, ha contribuido para que en ese país la extensión de la comunicación a través de redes tenga un notable impulso gubernamental, que a su vez ha sido acicate para una mayor participación de las empresas privadas.
En Estados Unidos hay una política intencionada, con aliento para ahora y para el largo plazo, en el empuje a las redes y al uso intensivo de ellas en algunas áreas. En la circunstancia latinoamericana, al menos hasta la mitad de la década de los noventa, no podemos encontrar una experiencia similar que reúna capacidad prospectiva, proyecto tecnológico y decisión de Estado para impulsar a la comunicación electrónica.
De cualquier manera, los navegantes asiduos de las redes, aun los más entusiastas, encuentran una complejidad que no permite juicios tajantes. Un autor preocupado por la divulgación crítica de tales asuntos, Douglas Rushkoff, le ha denominado Cyberia a ese nuevo universo de oportunidades y deslumbramientos todavía ilimitados, pero con reglas y desigualdades a veces tan estrictas que, aunque no lo dice explícitamente, puede comparársele con la Siberia de la URSS, a donde quedaban enclaustrados los opositores al viejo régimen socialista. Rushkoff, luego de mencionar algunas de las objeciones frecuentes al mundo de las redes, acota: "Puede que los detractores tengan razón. Quizá las tecnologías cyberianas no sean intrínsecamente liberadoras. En tanto propician el intercambio cultural a través de principios como la retroalimentación y la reiteración, parece que también pueden ser rápidamente subvertidas por aquellos que no están listos o no quieren aceptar la liberación que ellas ofrecen. Pero otros presentan convincentes argumentos de que los principios con los que funciona Cyberia, eventualmente van a prevalecer y crearán una más justa Aldea Global".7
Un eclecticismo incómodo
Dos concepciones: una destaca los riesgos en la incorporación de tecnologías nuevas como la de comunicaciones por módem; otra, los sustituye por oportunidades históricas. Ni tanto que mitifique al imperialismo tecnológico, financiero y cultural ni tanto que lo descuide. Las redes pueden ser opciones de crecimiento en varios sentidos, pero no lo resuelven todo. Ni demonios ni panaceas.
En los países latinoamericanos no podemos quedarnos con una apreciación superficial, o utilitaria, que desconociera las múltiples consecuencias que la supremacía tecnológica de los países más desarrollados tiene respecto de aquellos que están llegando tarde, o de los que ni siquiera inician el camino, a la modernidad de las redes de información. Las posibilidades de pérdida de soberanía cultural han sido reconocidas como el inconveniente central --pero no es el único-- en esa relación desigual. Un resumen de los debates en un reciente encuentro internacional sobre el futuro de las comunicaciones describía las siguientes preocupaciones:
"Las consecuencias problemáticas siguen vigentes en las sociedades del mundo, presionando para apartar a una multitud de sociedades y eliminar las tradicionales diferencias culturales. Se espera, por ejemplo, que los nuevos canales y servicios de comunicación aumentarán la dominación de las naciones industrializadas con la consiguiente pérdida de soberanía cultural para los países en desarrollo. De manera similar se ha sostenido que va a ser fabricada una clase de usuarios de computadora, adicta a sus máquinas, comenzando a aislarse de las familias y del contacto interpersonal. Subsecuentemente, la existencia de las comunidades tradicionales sería puesta en riesgo."8
Los temores de imposición cultural disimulada en la atractiva envoltura de la comunicación electrónica están sustentados en hechos reales. Sin embargo, toda forma de propagación de ideas y conocimientos puede ser útil para la solidificación y no la devastación, de las culturas nacionales. También es preciso reconocer que todo desarrollo tecnológico, más aún cuando tiene implicaciones culturales tan drásticas, causa incertidumbres y hasta miedos. Hay que recordar las predicciones cataclísmicas que se hacían en el advenimiento de la imprenta o, de manera más cercana, cuando la televisión apenas comenzaba a ser un acontecimiento cultural de masas. Hoy en día, a pesar de las diferencias entre ambas la cultura impresa convive con la televisiva y todavía hay sitio para otra cultura, simbiosis de aquellas dos, que podamos obtener, generar y propagar a través de las computadoras sintonizadas con grandes redes de información e intercambio.
Estas redes se han mostrado como espacios receptivos a la diversidad cultural. Suman millares los foros de discusión, en Internet, sobre peculiaridades étnicas, políticas y culturales, habitualmente de los países del llamado Tercer Mundo. El ya citado especialista Tom McQuaide ha señalado que "los esfuerzos para levantar barreras contra (e incluso parodiando) la existencia de una presencia cultural de occidente, pueden ser un desperdicio de creatividad. La gente y las naciones del mundo en desarrollo pueden usar la tecnología en comunicación para apoyar y compartir con el resto del mundo sus identidades culturales peculiares".9 Las redes pueden ser canales para construir un mundo nuevo, como sugiere ese especialista, pero no deja de reconocerse que no se encuentran al margen de este mundo viejo que seguimos teniendo. Es decir, sus posibilidades se encuentran balanceadas por las limitaciones y éstas ocurren en un contexto de numerosas desigualdades, entre ellas las que resultan de las peculiaridades --a veces incluso traducidas en rivalidades-- entre unas naciones y otras. Las nuevas tecnologías de comunicación sirven para propagar y compartir de manera más directa (más involucradora y comprometedora, incluso, en ocasiones) las identidades culturales de cada comunidad. Pero también, por lo general, sirven como vehículos de las concepciones predominantes del mundo y del orden entre las naciones.
Un nacionalismo de las redes
Evidentemente no es lo mismo compartir, que asimilar. En términos hipotéticos, las redes pueden servir para muchos fines nobles y civilizatorios. Pero en su desarrollo real están supeditadas, primero, a las consideraciones de expansión empresarial de quienes hacen negocio con ellas y, en segundo lugar, al contexto cultural de los países en los cuales ellas se propagan con mayor intensidad, al menos en esta fase inicial en la que todavía se encuentran.
Visto desde una posición optimista, en el ciberespacio podría encontrarse el escenario de un inédito internacionalismo. Sería, en apariencia, un modelo como el que soñaron los pensadores que, en otras circunstancias y con ilusiones distintas a las que hoy son preponderantes, llegaron a creer y a querer en un mundo tan igualitario que las barreras nacionales quedaran difuminadas en un internacionalismo solidario y fraternal. Pero esa es desde luego una exageración. No hay igualdad, comenzando por el ya mencionado hecho de que unos países tienen más computadoras que otros. Lo mismo puede decirse de la cantidad de usuarios adiestrados para manejar ese equipo, líneas telefónicas disponibles y bancos de información accesibles, en unos y otros países.
Y si entonces, más que un nuevo internacionalismo de las redes nos encontramos ante una mescolanza de experiencias, intercambios e intereses, ¿no estaremos ante un nuevo escenario en donde las culturas se fusionan, confundiéndose, retroalimentándose e incluso desfigurándose en el nuevo espacio del intercambio cibernético? Sí y no. Como en todo medio de comunicación moderno, los contenidos de una nación y otra, de una y otra cultura, tienden a mezclarse en una nueva síntesis.
El concepto ha sido demasiado divulgado para resistir la tentación de considerar que, en el ciberespacio, está fraguándose el nuevo melting-pot, la olla en donde hierven y se confunden las culturas que cruzan por las redes electrónicas. Quizá el choque de civilizaciones, o su síntesis más ascéptica, anunciado de manera tan provocadora por el profesor estadounidense Samuel Huntington en un célebre ensayo,10 más que en la fusión y contradicción de culturas y naciones podría ocurrir en el ciberespacio. Ese autor despertó una intensa polémica al considerar que en el periodo posterior a la guerra fría, después del desplome de los muros geopolíticos e ideológicos del socialismo real, los conflictos principales en el mundo ahora dependerían de los choques entre civilizaciones distintas. Sin embargo, al menos todavía hoy es difícil considerar que las culturas del mundo de nuestros días estén presentes en el intercambio cibernético. Si acaso, en el ciberespacio se concentra un peculiar pero ya reconocible melting pot de la cultura occidental: Clinton y Wall Street, el New York Times y Der Spiegel, Madonna y Televisa, ajedrez y cibersexo, la CNN y el EZLN.
Incluso, dentro de lo que se conoce como cultura occidental hay problemas para la incorporación de todas las vertientes posibles dentro de los espacios de las redes. Por ejemplo, en Estados Unidos se han registrado problemas para que otros grupos étnicos, distintos de los blancos, asuman al ciberespacio como un nuevo terreno tanto para el intercambio de experiencias como para la (eventual) reafirmación de su cultura. Al parecer a los negros, y en menor medida a los hispanos, no les gusta incorporarse a las redes, las siguen viendo como una parte que les resulta ajena dentro de la cultura de su país. Y ya hemos comentado, por otra parte, la curiosa circunstancia de que, aproximadamente, de cada diez cibernautas solamente dos sean mujeres.
Sin embargo, en otras experiencias, ya relatadas en el primer capítulo, se han registrado empleos de las redes electrónicas para apuntalar alguna causa nacional, o lo que sus promotores piensan que puede ser calificada como tal: Bosnia, Rusia, China y hasta el conflicto entre Ecuador y Perú y la guerra declarada por los neozapatistas en Chiapas, México, han llegado a tener a la propaganda dentro de las redes como uno de los ingredientes de autoafirmación, proselitismo y/o confrontación.
En esos casos, las redes son instrumentos del quehacer político. Quizá en otras ocasiones se toma a la navegación por el ciberespacio como un fin en sí mismo, más allá de intereses nacionales o políticos. Queremos decir, con esto, que posiblemente, conforme la divagación por la SAI sea más amplia e involucre a nuevas generaciones de jóvenes, es posible que esa actividad sea tan intensa en sí misma que, en la perspectiva de esos navegantes, llegue a ser más importante que los principios políticos o las convicciones nacionales. Es decir, que llegue a tener más relevancia el hecho mismo de divagar por el ciberespacio, que el contenido de los espacios a donde se acuda a consultar, rechazar, discutir o contemplar informaciones.
Si la presencia delante de la pantalla de la computadora conectada a las redes es más frecuente, o por la intensidad con que involucra al usuario resulta ser más determinante que otras influencias sobre la cultura de un individuo, estaríamos entonces ante una suerte de ciudadanos del ciberespacio. Estos personajes, independientemente de encontrarse en Wichita, Guadalajara o Turín, compartirían esencialmente la misma formación cultural y, entonces, convicciones, intereses y anhelos similares.
No es ciencia ficción pensar que, en determinados casos, la información por las redes sea tan importante --¿o acaso más?-- que la recibida en la escuela, el hogar o el entorno local. Ese nacionalismo de las redes distaría de ser aséptico, apolítico o apátrida. Puede ser, entonces sí, una mezcla de creencias y marcos de referencia diversos, siempre a partir de la exposición intensa a una información similar, si bien hiperintensa e hiperfragmentada. Sólo apuntamos esta posibilidad como una de las muchas que, para el futuro, se abren debido a la navegación frecuente por las redes.
De la interacción a -otra vez- la contemplación
La ciudadanía cibernética, para decirlo de manera extravagante y desde luego más allá de cualquier legalidad, sería factible en situaciones de exposición intensa a la influencia de los mensajes contenidos en la superautopista informativa. La posibilidad de interactividad, la soledad con que habitualmente el usuario consume los mensajes que aparecen en la computadora, el efecto de atracción hipnótica que ejerce la pantalla misma, conforman una circunstancia propicia para que el cibernauta se involucre intensamente en su divagación. Hay mucho de lúdico y de abandono en la práctica de pasar de un sitio a otro, de un archivo a otro, tan sólo con darle clic al mouse.
Hace tres décadas, el canadiense Marshall McLuhan estableció una simplificadora pero a estas alturas todavía útil tipología para los medios de comunicación. El decía que hay medios fríos y medios cálidos. Los primeros se dejan contemplar con cierta distancia, atraen pero no necesariamente comprometen, puede que aturdan pero no suscitan, de por sí, emociones en los espectadores. En cambio los medios cálidos exigen algo más que contemplación: sus consumidores deben poner algo de su parte, ya sea imaginación o iniciativa. Es fría, decía ese estudioso, la televisión. Es cálida la radio. La primera, en su pretensión de totalidad no reclama sino atención constante pero elimina cualquier exigencia participativa. La radio en cambio, requiere de la imaginación para que sus mensajes se traduzcan en algo más que ruidos.
La comunicación cibernética, que McLuhan no alcanzó a tipificar,11 tiene algo de ambas vertientes. Posee, especialmente en las versiones multimedia que hay en la WWW, la capacidad para ofrecer mensajes totalizadores: audio, gráficos, texto, video, se complementan para crear escenarios y situaciones casi virtuales, imitaciones de la realidad pero competidoras de ella. Es, en tal sentido, un medio frío. La contemplación exhaustiva de la pantalla compromete de tal manera que al cibernauta, cuando emprende su viaje con seriedad, no le queda más que tener la mirada fija en ella. Pero además está activo. La comunicación a distancia le exige respuestas. Aunque sea dentro de opciones cerradas, como cuando hay que elegir entre dos, tres o varios cuadros de diálogo, es preciso tomar decisiones. El cibernauta experimentado lo hace de manera tan mecánica que casi se diría que no hace más que repetir una y otra vez la misma rutina: un clic para llegar a un sitio de la WWW, otro para encontrar la información esperada, uno más para ampliarla, retenerla, grabarla o, cuando es posible, responder a ella, otro final para salir de esa página y así pasar a otra.
Si bien monótono, ese ejercicio transporta de uno a otro sitio, en una creciente y potencialmente infinita variedad de destinos. La pantalla exigente, la interactividad que ofrece elecciones, la soledad delante del mundo con el que se conecta, la posibilidad de cumplir con gustos, obsesiones y preferencias e incluso expresar las suyas propias, le dan al cibernauta un conjunto de actividades y compromisos que permiten considerar que, entonces, se encuentra delante de un medio cálido. No en balde, a los sitios más importantes de la WWW se les califica como calientes (¡hot sites!) y en la jerga del ciberespacio se denomina flamear (flame) a quienes son expulsados de algún foro o algún sistema en red por haber insultado a otro usuario, o haber colocado mensajes considerados como desagradables.
Esa cultura de la intensidad que hay en el ciberespacio es en parte artificial: si sus promotores insisten en ella es para incrementar la sensación de que el usuario está ante una colección de mensajes de gran energía, trascendencia y originalidad. Pero también, por las respuestas excitadas que llegan a tener los usuarios más comprometidos, cuando son auténticos fanáticos especializados, o hackers, puede encontrarse mucho de comunicación cálida en estas experiencias.
Cálidas, en las redes hay oportunidad para que la comunicación sea multidireccional: no de un emisor a muchos receptores, como por ejemplo en la televisión, donde unos cuantos definen el contenido de los mensajes que habrán de ser conocidos por una cantidad grande de espectadores que son precisamente eso: personas que contemplan pasivamente lo que otros dicen, hacen y programan. La multidireccionalidad en la Internet implica que hay una diversidad de emisores que contrasta con los espacios de comunicación tradicionales y se enriquece con la posibilidad de contestar a los mensajes que se reciben de esa amplia variedad de fuentes emisoras.
En el ciberespacio hay al menos tres grandes diferencias respecto de la comunicación tradicional. La primera de ellas es la interactividad: cada usuario puede ser espectador pero también actor en la catarata de mensajes que circulan por la superautopista informativa. La segunda es la multiubicación de las fuentes de propagación de mensajes: a diferencia de otros medios de comunicación, aquí los emisores no se concentran en unas cuantas empresas o instituciones. La tercera es la accesibilidad (no encontramos una palabra menos chocante): incorporarse a la SAI, no es tan costoso como montar una estación de radio o de televisión.
Pero esas novedades quedan matizadas por dos condiciones adicionales.
Una se encuentra en el hecho de que la circulación de mensajes es tan intensa que en la superautopista se pierden las prioridades y la participación de cada quien queda difuminada entre millares de informaciones, opiniones y/o presencias que circulan a la vez. Hay muchas posibilidades de decir algo, pero tan amplias que unas con otras compiten hasta prácticamente neutralizarse. Emplearemos, en un sentido ligeramente distinto, un símil ya recordado en el capítulo anterior: la expresión en las redes es como la de quien acude a Hyde Park en Londres, o al Zócalo de la ciudad de México para gritar sus verdades: puede que exista plena libertad de expresión, pero hay tanta gente gritando cosas tan distintas que los mensajes corren el riesgo de terminar trivializándose en medio de la batahola discursiva.
La otra es la tendencia a que en el ciberespacio se desarrolle con más fuerza la unidireccionalidad que la multidireccionalidad. En sus orígenes, como se ha visto, la comunicación uno a uno, o en pequeños grupos, ha sido la constante en la superautopista informativa. Desde los grupos de discusión de carácter primero universitario y luego más amplio, hasta los foros de charla en los servicios comerciales en línea, proliferaron espacios para que cada quien dijera lo que tuviera que decir. Sin embargo, con el advenimiento de la World Wide Web y su extraordinaria capacidad para ser receptáculo de mensajes multimedia, la colocación de páginas a cargo de instituciones, empresas o individuos destacados, está convirtiéndose al mismo tiempo en una inversión de mediano plazo y en una manera para revertir la multidiversidad participativa en las redes. Teóricamente, cualquiera, con un software no muy costoso y con un servidor multilineal que sí puede llegar a serlo --o conectándose a alguna institución que ofrezca ese servicio-- está en capacidad de colocar su propia página en la WWW.
Ello implica tiempo, esfuerzo y desde luego dinero. En esas condiciones, la actividad más atractiva en la SAI tiende a ser, cada vez más, la contemplación de las páginas disponibles en la triple W. Mirar las nuevas adquisiciones del Museo del Louvre, escuchar la grabación más reciente de los Rolling Stones o apreciar los videos más extravagantes de MTV, puede llegar a ser más atractivo que sumergirse en una discusión sobre esos o cualesquiera otro temas, con unos cuantos cibernautas de respuestas, y ocurrencias, casi siempre previsibles.
De imponerse esa tendencia, la superautopista informativa se convertiría en un nuevo instrumento de comunicación en donde sean preponderantes los mensajes de unos cuantos miles de servidores de páginas multimediáticas, para ser consumidas por algunas docenas de millones de usuarios. La conexión cibernética servirá para abatir distancias y fronteras, más que para propiciar la interactividad. Esta, de tal suerte, se pondrá en práctica para que los usuarios respondan a inquietudes programadas en cada página, incluso para convencerlos de que compren o consuman tal o cual producto. Si a la empresa que produce las grabaciones de The Rolling Stones le interesa tener (como, en efecto, tiene desde 1994) una página en la WWW destinada a ese formidable grupo, no es por filantropía o afán de servicio con los fanáticos del rock sino para promover la compra de sus productos: nos dejan ver las fotos del concierto más reciente de Mick Jagger, podemos leer adelantos de alguna entrevista y escuchar un avance (un demo) de su próximo disco, para convencernos de aceptar la oportunidad de tener el CD antes que muchos otros, si lo ordenamos por correo electrónico para, con cargo a una de nuestras tarjetas de crédito, recibirlo dentro de pocos días en nuestro domicilio. No está mal. Pero la SAI ha levantado tantas expectativas que sería triste que se redujera a convertirse únicamente en el supermercado, o en el mall, más grande del mundo.
Viejas reglas y nuevas (ciber) transgresiones
Los siguientes casos fueron publicados en un boletín de noticias electrónicas en abril de 1995:
En la red de redes no solamente se encuentra diversión y cultura o se hacen negocios lícitos. También los tramposos del mundo se han tecnificado de tal forma que buscan sacar provecho de la comunicación electrónica. Hoy en día, uno más de los rasgos de la globalización, junto a la propagación instantánea y extendida de la cultura, las decisiones políticas y las transacciones económicas se encuentra en la digitalización, también, de los delitos. Cárteles de narcotraficantes que han encontrado que comunicarse por módem no sólo es más rápido y barato, sino incluso menos inseguro en comparación con otras opciones, robo y tráfico de bancos de datos de todo tipo y la apología de la ilegalidad en numerosos foros de la Internet, forman parte de los usos no lícitos de la computadora, el módem y la línea telefónica.
Podría considerarse que, de la misma manera que en cualquier autopista normal igual que ciudadanos comunes también transitan asaltantes y delincuentes, también la superautopista informativa está infestada de bribones de diversa índole. Pero en este caso ocurre que la comunicación electrónica ha servido para el nacimiento de delitos específicos, propiciados por el anonimato, la debilidad de las barreras que protegen archivos, la confusión y el abundante tráfico de toda clase de mensajes y, quizá también, la inexistencia aún de legislaciones específicas para sancionar transgresiones cometidas en las redes.
En el tercer capítulo de este trabajo nos ocupamos ya de los hackers, entre quienes hay expertos, algunos muy conocidos, que de la diversión pasaron a la transgresión, al robar archivos, trasladar fondos y desequilibrar a empresas y usuarios. A continuación, comentamos los problemas específicamente legales y de esa manera políticos, que plantea el surgimiento de esas y otras trampas en el ciberespacio.
Hay de todo. Desde el empleo deliberado de este sistema de comunicación por parte de delincuentes que así encuentran un apoyo adicional, hasta los delitos específicamente cibernéticos. Ya existen, incluso, cuerpos especializados que en las organizaciones policiacas más importantes del mundo han tenido que sumergirse en la cibernavegación para poder entender y así perseguir, a esos nuevos transgresores. Los agentes de investigación que se han especializado en esta clase de asuntos identifican al menos seis tipos de delitos.13
Los primeros son los "crímenes de cuello blanco", perpetrados por expertos que extraen información (que puede constituir en programas de computación enteros) a distancia. Prácticamente, cada criminal de este tipo, habitualmente empleados o ex empleados que se adiestraron en el manejo de computadoras, tiene su propia terminal o su red de telecomunicaciones, estima Carlton Fiztpatrick, director del Instituto sobre Fraudes Financieros.
En segundo término están las transferencias ilegales de dinero, de una cuenta a otra, a veces sin que sus propietarios lo adviertan. El procedimiento es aparentemente sencillo: un traficante electrónico encuentra las claves necesarias para tener acceso a la base de datos de un banco o de una tienda. De allí traslada fondos de cuentas ajenas, a las suyas propias.
El robo de servicios es una tercera modalidad. Por ejemplo, el intercambio y el uso de códigos de llamadas telefónicas de larga distancia: el ladrón electrónico se mete a la red de una empresa de telefonía y descarga su cuenta personal en detrimento de la cuenta de alguna institución, en donde el volumen de llamadas sea tal que no se advierta un incremento en el recibo mensual.
La cuarta modalidad es el intercambio de información entre delincuentes mayores. Por ejemplo, narcotraficantes. Empleando palabras clave, o encriptando sus mensajes a partir de códigos previamente convenidos, pueden comunicarse confundidos en medio del enorme tráfico de la red internacional. Además, pueden interceptar comunicaciones secretas, de los servicios de inteligencia, descifrando los códigos e introduciéndose así en los mensajes de correo de voz, correo electrónico e incluso en ciertas transmisiones de telefonía celular.
El terrorismo es la quinta fuente de preocupaciones en la lista de usos perversos de las redes electrónicas, explicado de la siguiente manera: "Desde que las computadoras son el centro nervioso de las transacciones financieras mundiales y los sistemas de comunicaciones, hay gran cantidad de pesadillas posibles. Las autoridades están especialmente preocupadas de que algún cracker (que es como se denomina a los hacker malévolos) pudiera penetrar la FedWire, que es el sistema de transferencia electrónica de fondos de la Reserva Federal de los Estados Unidos...".14
En sexto lugar, la pornografía y su efecto en los niños: a distancia, pero en la intimidad que permite y propicia la pantalla electrónica, hay adultos que se regocijan en la presentación de mensajes e imágenes de contenido sexual delante de niños y jóvenes. La amplia variedad de ofertas pornográficas ya no sólo en texto, sino en imágenes e incluso con sonido, constituye una extendida preocupación, especialmente en Estados Unidos que es en donde el acceso a la Internet tiene una considerable clientela de niños y jóvenes. Un estudio determinó que, en un solo semestre de 1994, 450 mil 620 archivos de imágenes o texto de índole pornográfica, habían sido bajados de la Internet en 6 millones 432 mil 297 ocasiones, tan sólo en Estados Unidos.15
Pornografía en red. El pervertidor de Hertfordshire
Los episodios de cibernautas que colocan archivos para incitar a niños y jóvenes (a los cuales, incluso, en ocasiones buscan personalmente) son cada vez más abundantes. Como en todo mercado comunicacional, los mensajes desgradables o considerados como tales, no dejan de estar presentes. En la Internet existe la facilidad o, si se quiere, la agravante adicional, de que es relativamente sencillo mantener el anonimato del remitente. Pero además, de manera muy abierta, igual que en cualquier kiosco de revistas en la WWW hay vistosas páginas de publicaciones como Penthouse y Playboy.
La policía, como hemos comentado, tiene que incorporar el manejo de la computadora y el módem para cumplir con sus nuevas tareas. Así es como han podido tener lugar historias como la siguiente.
"Miembros del SO1(4) --incluso la Brigada de Scotland Yard para las Publicaciones Obscenas se ha incorporado a la cultura de los datos-- allanaron una casa ordinaria en una calle ordinaria de Watford, Hertfordshire. El hombre al que fueron a ver, un pedófilo, no sólo admitió que tenía fotografías indecentes de niños sino que además manifestó cierto orgullo por eso. Había usado un escáner para copiar fotografías legalmente publicadas de mujeres desnudas. Una vez que esas imágenes estaban dentro de su computadora, empleaba su software para remover las cabezas de las mujeres y reemplazarlas con cabezas escaneadas de pequeñas jóvenes de su preferencia. Luego, con software de diseño, empequeñecía los pechos y removía el cabello del cuerpo de las mujeres decapitadas. Presto: la tecnología le daba, así, imágenes obscenas de un 'niño'. El hombre tenía centenares de ellos y los iba a publicar en su propia revista pedófila, cuando la policía recogió las pruebas. Presumiblemente, ahora está navegando por la supercarretera y diseminando su basura a consumidores por módem; la policía no puede evitarlo. Los abogados de la Corona han advertido que las imágenes manufacturadas no son fotografías, en los términos del Acta de Justicia Criminal de Inglaterra, de 1988."16
Situaciones como ésa remiten a problemas de varios tipos. En primer término, se trata de delitos nuevos que difícilmente están contemplados por las legislaciones nacionales o internacionales. En el caso anteriormente descrito, las leyes de Gran Bretaña no han previsto el castigo a la propagación de imágenes trucadas, entre otras razones porque hasta hace poco ese tipo de mensajes icónicos era muy escaso, o de plano inexistente. Podría fincarse alguna responsabilidad por violación a derechos de autor cuando el pornógrafo de Hertfordshire trastocaba imágenes aparecidas en revistas, a las que luego de un proceso digital les daba otra apariencia. Pero en tanto fueran para su consumo personal, él podía hacer con ellas lo que le diera la gana.
El problema se encuentra en la propagación de ese tipo de contenidos. Por un lado, las legislaciones suelen establecer restricciones, más que prohibiciones totales, a la divulgación del material considerado como pornográfico. Una discusión paralela es la de qué puede ser calificado como tal. No hay que olvidar que en nombre de las buenas costumbres y la salud mental se han llegado a enderezar campañas que además de la publicación de desnudos y textos eróticos llegan a perseguir a ideas discrepantes del statu quo. Pero volviendo al caso que comentamos, en donde sí parecía tipificarse lo que ordinariamente y sin muchas sofisticaciones se entiende como pornografía, el delito podía encontrarse, primero, en el hecho mismo de publicar tales fotografías y mensajes y, después y sobre todo, en hacerlas accesibles para un público amplio, sin taxativa alguna.
Los adultos, en toda sociedad moderna, tienen derecho a propagar y a recibir material de cualquier contenido. Es asunto de ellos si se solazan, o no, con fotografías obscenas como las que le gustaba fabricar al pornógrafo de Hertfordshire. Si se tratase de fotos en una publicación impresa, posiblemente sería exhibida sólo en establecimientos especializados en artículos sexuales o, si se vendiese en las tiendas de revistas, estaría envuelta en un sobre cerrado, para que su material no fuese hojeado por menores de edad. El problema es que se trataba de imágenes colocadas en la red, a donde entran usuarios de toda índole. ¿Es posible prohibir una práctica así? ¿Es válido hacerlo? A ese respecto, se pueden desgranar amplias consideraciones sobre la necesidad de defender a la moral convencional, especialmente para los niños y jóvenes, de la misma forma que existen opiniones que defienden el derecho irrestricto a la propagación abierta de mensajes de todo tipo.
A partir de casos como ése, se ha abierto un debate internacional sobre las posibilidades de establecer prohibiciones a la pornografía a través de redes electrónicas. Pero no es solamente cuestión de que los gobiernos o los legisladores así lo decidan. Junto a los problemas morales y de principios existen dificultades prácticas. El ensayista antes citado, reconoce que "en el ciberespacio, no hay oficiales de aduanas, o de la policía metropolitana". Y añade: "La censura es atrasada, frecuentemente contraproducente y de todos modos no tiene brazos suficientemente largos para el ciberespacio... Pero, incluso, ocasionalmente podría encenderse la luz roja de un semáforo que saltara de algún sitio en la supercarretera y que dijese: camino dañado, regrese".17
¿Qué tan difundida está la pornografía en las redes? Depende de cómo se le mida. En términos absolutos, los datos pueden ser impresionantes: en un estudio realizado durante un año y medio por un grupo de investigación de la Universidad Carnegie Mellon en Pittsburgh, Pennsylvannia, fueron localizados 917 mil 410 fotografías, descripciones, historias cortas e ilustraciones de contenido sexualmente explícito. En una universidad estadounidense resultó que 13 de los 40 sitios más visitados en los tableros de discusión en la Internet, eran espacios con denominaciones como "alt.sex.stories", "rec.arts.erotica" y otras parecidas.18
Si eso es mucho o poco, depende de cómo se le juzgue. No hay manera de contabilizar, por ejemplo, cuántos de esos 917 mil mensajes sexuales fueron visitados ni por qué tipo de usuarios. Esa información, ciertamente sorprendente, puede ubicarse junto a otra, ya mencionada en este trabajo, según la cual tan sólo en un mes --enero de 1995-- transitaron por las redes 60 millones de paquetes de datos.
Hay otros dos hallazgos de esa indagación, titulada "Marketing Pornography on the Information Superhighway" . El primero de ellos es que en ocasiones la divulgación de materiales de ese tipo puede ser negocio. En los tableros de noticias hay servicios comerciales que por una cantidad mensual (entre 10 y 30 dólares, habitualmente) envían mensajes de algún contenido específico a sus suscriptores. Se estima que tan sólo las cinco empresas proveedoras de material de tono sexual intenso a través de las redes tuvieron ventas anuales por más de un millón de dólares.
El otro descubrimiento, o para muchos constatación, es que la enorme mayoría de los consumidores de ese material, 98.9 por ciento, son hombres.19
La indagación de la Carnegie Mellon University causó una conmoción profunda en el ciberespacio. Hubo quienes, en ella, pudieron confirmar sus temores sobre la proliferación de pornografía. Pero otros más se sintieron incómodos y cuestionaron ácidamente su metodología, así como la decisión para publicar tales resultados. Se criticó el hecho de que los investigadores no hubieran visto ellos mismos las imágenes catalogadas como pornográficas, sino solamente las descripciones que de ellas aparecían en varios tableros de noticias. También se consideró amarillista la portada de ese número de Time, que mostraba a un niño de muy azorada expresión, delante de un tablero de computadora y con el título CIBERPORN.20
Sanciones posibles. La Enmienda Exon
De esta manera, existen varias opciones para reaccionar, desde el terreno de la ley, ante la pornografía en el ciberespacio. Una actitud extrema propone que en aras de las libertades no debe haber barreras ni formatos especiales para mensaje alguno en las redes. Hay numerosas voces, casi siempre surgidas sobre todo del temor por la exposición de los niños ante la pornografía pero también, entre ellas, posiciones persecutorias de ideas disidentes, que exigen medidas en contra de la propagación de ese tipo de mensajes. El abanico de sanciones que se sugieren es muy variado pero no resulta sencillo controlar el tráfico de mensajes, de la índole que sea, por el ciberespacio.
Una postura complementaria sostiene que todo contenido potencialmente agresivo, incluso en términos sexuales, debe ser supervisado antes de circular por las redes. Esa posición conlleva dos dificultades. La primera se relaciona con las libertades individuales y el derecho de las autoridades para inmiscuirse en la propagación de un mensaje concebido para ser privado (por ejemplo, un e-mail) o para ser recibido sólo por adultos en ejercicio de su capacidad para decidir a qué contenidos quieren estar expuestos. El otro problema es técnico; resulta imposible censurar en la Internet, por lo menos como ha estado concebida hasta ahora.
De ese tipo de posturas ha sido la del congresista estadounidense Jim Exon, de Nebraska, que en la primavera de 1995 presentó un proyecto de ley para castigar, hasta con multas de 100 mil dólares y prisión de dos años, a quienes transmitan material considerado como "obsceno, lúbrico, lascivo, asqueroso o indecente" en las redes electrónicas. La propuesta, denominada Acta de 1995 para la Decencia en las Comunicaciones y que se ocupa de varios medios de transmisión de mensajes, despertó una inmediata preocupación de grupos de derechos civiles que consideraron que podría significar restricciones graves a la libertad de expresión. Exon replicó: "No pretendo convertirme en supercensor, sino impedir que los niños y muchachos tengan acceso a material pornográfico a través de sus computadoras".21 Lo que busco, insistía el senador, es que "usemos el mismo lenguaje que prohíbe la transmisión de pornografía en el correo y los teléfonos, y lo pongamos en práctica para Internet".
El problema consiste en que no se trata de vías idénticas. Así lo consideraron, al menos, millares de beneficiarios y usuarios de las redes electrónicas, que por interés mercantil o en defensa de sus preferencias personales defendían su derecho a intercambiar mensajes de contenido erótico o de cualquier otra índole. ¿Cómo juzgar y sobre todo, quién está en capacidad de determinar, qué contenidos han de ser calificados como obscenos, lúbricos, lascivos, asquerosos o indecentes? La discrecionalidad del supervisor o del censor, que siempre abre la posibilidad de transgredir las libertades de expresión y consumo de mensajes, resulta todavía más riesgosa en el caso de las comunicación por las redes, en vista de la abundancia y variedad de lo que allí se dice.
El problema de cómo evaluar un mensaje de carácter sexual es delicado. "Para la policía, eso es esencialmente imposible --consideraba Larry Magid, un columnista de Los Angeles especializado en computación--. Todo lo que pueden hacer es molestar a la gente que dice cosas que puedan ser impopulares, o que algún fiscal decida que hay que perseguir".22
La comunidad cibernética en Estados Unidos desarrolló durante todo 1995 una campaña de protestas por correo tradicional, en correo electrónico y por teléfono, para impedir que prosperase la llamada "Enmienda para la Decencia", en un debate con posiciones polarizadas que iban del intento para establecer controles que podían resultar atrabiliarios, a la gana para prescindir de cualquier tipo de supervisión. Se trataba de los primeros pasos en la difícil (y acaso técnicamente imposible) tarea de ponerle semáforos y autoridades de tráfico a la superautopista de la información.
En opinión de un comentarista, en este caso: "El problema es cómo nuestras leyes debieran ponerse en práctica en el ciberespacio. ¿Debieran las restricciones a la expresión electrónica ser moderadamente apretadas, como con la radio y la televisión? ¿O, el ciberdiscurso debiera ser irrestricto como en los diarios, las revistas o en las conversaciones privadas?... Exon quiere aplicar la regla que se usa para la radiodifusión, en donde generalmente son prohibidos los actos de indecencia menos ofensivos... Pero el ciberespacio no funciona como la radiodifusión, en donde unas cuantas estaciones con licencia difunden hacia miles de millones de espectadores que no tienen idea de qué es lo que vendrá. Varios sitios del ciberespacio se parecen más al correo, las charlas de café, las conferencias públicas, los seminarios académicos, las discusiones a puerta cerrada y los periódicos impresos, no la radiodifusión. En ninguna de esas vertientes serían bienvenidas las regulaciones..." .23
En esa discusión, aparte del asunto de quiénes y cómo juzgan qué es indebido y qué no, destacan dos problemas. Por un lado, el de quién sería responsable si un contenido considerado por el censor como "indecente" se propaga en la red. Si, en una estación de radio, se dicen palabras malas, la responsabilidad es más del radiodifusor que de la persona que hace ese empleo perverso del medio de comunicación. Sin embargo, cuando un usuario pone un mensaje sucio en alguno de los foros de Internet, la responsabilidad es de él y nada más que de él, porque ha tenido acceso de manera directa, sin intermediarios. A menos que se quisiera penalizar a la institución que conduce la señal --por ejemplo, la universidad a cuyos servicios de conexión electrónica se encuentre afiliado ese hipotético usuario, en cuyo caso podría haber discusiones sobre la libertad de expresión que son peculiarmente delicadas en el caso de centros académicos--.
El otro problema es el de cómo impedir que, después de todo, se difundan mensajes desagradables o altisonantes. Técnicamente, no hay posibilidad de atajar el flujo de comunicaciones que ya existe en Internet, a menos que se rediseñara todo el sistema para que una amplia colección de supervisores revisara cada uno de los mensajes antes de que estuvieran en circulación. Sería una tarea titánica y, de hecho, prácticamente incumplible.
Una solución podría ser el diseño de algún sistema de filtro, que detecte mensajes con palabras claves (groserías, o términos sexuales) pero en ese caso también podría considerarse que hay transgresión a la libertad de comunicación y expresión. Es como si en las conversaciones telefónicas (que siempre se corre el riesgo de que sean escuchadas por otros cuando las líneas se cruzan, por accidente o por intención de alguien) estuviera prohibido decir ciertas palabras. En esa dirección, varios servicios comerciales como America On Line y Prodigy, a mediados de 1995 ya ofrecían servicios de "cuidado de niños", permitiendo que los padres decidieran si el acceso a materiales posiblemente pornográficos, o indeseables desde un punto de vista tradicional, quedaba vetado a quienes usaran su computadora sin una clave especial.
Otra solución intermedia, de la misma índole y que de hecho comenzaría a ser puesta en práctica en la segunda mitad de 1995, consiste en un software que se coloca en la computadora para evitar el acceso a sitios de Internet conocidos por su contenido sexual. De esta manera, un niño o un joven conectado a la red estaría impedido para desplegar la página del Playboy, o de Penthouse en la WWW, o de sintonizar los foros de discusión sexual en los Tableros de Noticias. Sin embargo, no habría poder capaz de evitar que ese mismo joven no encontrara alguna manera de hacerle trampa a ese programa-candado, en caso de tener las habilidades técnicas necesarias. Ya se ha visto, con abundancia de ejemplos, cómo los usuarios jóvenes despliegan cada vez mayores y mejores destrezas para dominar a la cibernética, en vez de que ella los domine. Además, esos programas funcionan como aduana delante de espacios ya conocidos en la Internet, pero no pueden prever bajo qué denominaciones y en qué sitios se abrirán nuevas páginas de contenido considerado como pornográfico.
Sobre este asunto, un editorial de la prestigiada revista The Economist consideraba, en un razonado alegato en favor de la autorregulación en las redes: "Hay dos razones para dudar de que el ciberespacio pueda ser adecuadamente gobernado por las actuales leyes. Primero, como revela el debate acerca de la pornografía, la Internet representa problemas jurisdiccionales. Es endemoniadamente global; no importa si un sitio está físicamente ubicado en Atlanta, o en Amsterdam, para el cibernauta que puede visitar uno u otro tan sólo con un click en su mouse. Lo que es legal en Amsterdam, puede no serlo en Atlanta. El lascivo ciudadano que ve en la red una oportunidad para evadir las reglas morales de un gobierno mojigato (o, de manera más delicada, el disidente que está buscando cómo evadir la censura de un dictador) difícilmente podrían esperar una vía más conveniente para hacerlo. La segunda dificultad es la existencia de modelos regulatorios que no son del todo congruentes con el anárquico mundo del ciberespacio. El correo electrónico --los mensajes privados entre individuos-- puede sustituir al sistema postal, pero difícilmente podría ser comparado con el teléfono. Los Grupos de Noticias --unos 14 mil canales de discusión abierta, que va desde asuntos de computación hasta política radical (atravesado por un montón de sexo en buenas cantidades)-- parecerían más como un medio de radiodifusión. La World Wide Web, la porción multimedia de la red, donde las compañías y otros despliegan información, es quizá más como un agente de noticias, que tiende a desplegar miles de revistas. Finalmente, hay archivos de software y documentos, que podrían ser comparados con bibliotecas. Por eso es que simplemente prohibir la transmisión de material indecente, como propone la iniciativa del Senado, es una mala idea... Los marcos legales que son suficientemente discriminatorios, podrían ser una pesadilla y hasta que hubiera confianza en su habilidad para hacerlo, los gobiernos deberían suprimir sus instintos de censura. Las leyes actuales, por todas sus inadecuaciones jurisdiccionales, no tienen fuerza alguna. Y mientras tanto se está desarrollando una cierta cantidad de legítimos usuarios de la Internet que podrían proteger a los inocentes".24
El escritor Steven Levy concluía su alegato contra las restricciones de la siguiente, inspirada y enfática manera: "Sí, es verdad que algunos de los que hemos participado del explosivo crecimiento de la Red, debiéramos haber sido desconectados por algunas de nuestras escatologías y excesos de mal gusto. Pero cualquiera que ha pasado el tiempo usando esta nueva forma de comunicación, también entiende que es una molestia menor en comparación con sus aspectos positivos. Lo más excitante de eso es la irrestricta libertad de expresión que hay en la Red. Después de la nube de sound-bites en los medios de radiodifusión, este apasionado encuentro de ideas y creatividad es aire fresco, limpio. Eso podría haber sido, y todavía puede ser, nuestra herencia a la infraestructura de comunicaciones global, exportando las glorias de la Primera Enmienda, ofreciendo a los ciudadanos de todas las naciones la experiencia de hablar sin miedo. En lugar de eso, en su desorientado intento para proteger a los niños, Jim Exon y compañía exportarían una visión de América basada en el miedo, la gazmoñería, la ignorancia y la opresión. Lo encuentro indecente".25
La Ley estadounidense de Telecomunicaciones
El 14 de junio de 1995, el Senado estadounidense aprobó en principio la Enmienda Exon por 84 votos a 16.26 Fue significativo que en tanto la Enmienda era propuesta por un senador demócrata (del mismo partido que Albert Gore, el vicepresidente promotor de la superautopista informativa) encontró rechazo entre legisladores del Partido Republicano. El líder de la Cámara de Representantes, Newt Gingrich, que no es precisamente un personaje progresista, consideró que el "Acta para la Decencia en las Comunicaciones" era "claramente, una violación a la libertad de expresión y una violación a los derechos de los adultos para comunicarse entre sí... El asunto es ¿cómo se mantiene el derecho a la libertad de expresión para los adultos, al mismo tiempo que se protege a los niños en un medio que es accesible para ambos?". La respuesta, de acuerdo con los reportes de prensa, era sencilla: "Dejemos a los padres hacerlo, con ayuda de la nueva tecnología que podrá bloquear las áreas adultas de la Internet" .27
No obstante, el 1 de febrero de 1996 el Congreso estadounidense aprobó el Acta, incorporada a una nueva Ley de Telecomunicaciones que resultaba singularmente contradictoria. Por una parte, el nuevo ordenamiento favorecía la competencia entre empresas de telefonía, comunicaciones e informática, desregulando tarifas y abatiendo monopolios. Por otra, establecía vetos al contenido de mensajes en la televisión (incorporando el uso obligatorio de un chip que detectará programas violentos) y, en el caso de la comunicación por redes cibernéticas, recogió el contenido prohibicionista de la ya comentada Acta para la Decencia.28
Esa disposición presentó, entre otros, tres problemas: trataba como medio de comunicación convencional a la Internet, que como hemos insistido, tiene características distintas a los medios de propagación abierta como la televisión aérea; implicaba que serían supervisados y su contenido podría ser sancionado, no sólo los espacios públicos de la Internet sino además mensajes privados como el correo electrónico; y no estaba claro con qué criterios y a cargo de quiénes se consideraría cuándo un mensaje es inmoral.
Además, estaba el problema técnico de cómo evaluar el ilimitado flujo de mensajes y, sobre todo, cómo censurarlo, pues a pesar de estos intentos de restricción la Internet sigue siendo descentralizada. Quizá pueda ser sancionado un mensaje "inmoral" emitido en Utah, pero no quedaba claro qué podrían hacer los estadounidenses (o si podrían hacer algo) con un texto o una fotografía enviados desde Holanda, por ejemplo.
Quienes cuestionaron esos aspectos de la nueva Ley, dijeron que la transmisión de algunos pasajes de la Biblia, o la discusión científica de la homosexualidad, por ejemplo, podrían llegar a ser considerados como delito.29 Pocos meses antes, con el pretexto de evitar los espacios en donde se dijeran expresiones "inapropiadas", la empresa America On Line había cancelado varios foros de discusión entre mujeres que habían padecido cáncer del seno, porque en ellos se mencionaba la palabra "pecho".30 A esos extemos de gazmoñería llegaba el desconcierto delante de situaciones nuevas, en donde los proveedores de servicios de comunicación electrónica no sabían qué hacer ante exigencias gubernamentales para que el contenido de los mensajes en las redes fuera moderado. Quizá, también, se trataba de evaluar la reacción de los usuarios ante acciones de censura.
Al ser aprobada la Ley de Telecomunicaciones, varios grupos de defensa de las libertades civiles interpusieron demandas ante el sistema judicial estadounidense, para que el capítulo que recogía el contenido del Acta para la Decencia fuese declarado ilegal. La Electronic Frontier Foundation, una de las organizaciones más serias en el examen de la Internet, inició la campaña listón azul, para que en las páginas en la WWW y otros espacios de la Internet se mantuviera ese símbolo de protesta. Otros usuarios de la red protestaron poniendo en sus páginas electrónicas un fondo de color negro el día que Clinton firmó la nueva Ley. Se trata, dijeron, de una fecha de luto para la democracia y las libertades. El 15 de febrero, un juez federal en Filadelfia vetó el apartado de la nueva Ley de Telecomunicaciones en virtud del cual podrían ser sancionados los mensajes indecentes propagados por la Internet. Sin embargo, el juez dejó vigente otro párrafo, persecutorio de los autores de mensajes "manifiestamente ofensivos".
El 22 de febrero, varios grupos y empresas con presencia en la Internet compartieron la iniciativa Un día por la democracia en las redes, en protesta por los aspectos restrictivos de la citada Ley. Usuarios de diversas adscripciones y geografías discutieron durante todo un día las ventajas de la Internet como espacio hasta ahora refractario a las censuras. Entre los promotores más comprometidos en esa jornada estuvo, ahora sí, la empresa America On Line, que consideró que "los gobiernos del mundo" estaban tratando de incorporar métodos de coacción a la libertad de las ideas en el ciberespacio.
La preocupación por posibles persecuciones a la expresión libre fue externada también por un grupo de bibliotecarios, académicos y expertos en computadoras reunidos en el grupo Profesionales de la Computación para la Responsabilidad Social que presentaron en Washington D.C. una protesta contra la reciente Ley. "Todos queremos proteger a nuestros niños de los materiales ofensivos o indecentes que pueda haber en línea. Pero debemos ser cuidadosos para que esa protección no sea más dañina que buena".31
La titular de Desarrollo Bibliotecario del Departamento de Educación de Maryland, Rivkah Sass, fue más enfática: "La Internet es como una enorme biblioteca y centro comunitario, en donde la información y las ideas son libremente intercambiadas. Nunca antes nuestra nación había tenido un acceso tan instantáneo y barato a tanto conocimiento. Esta Acta para la Decencia es como un bulldozer del gobierno que puede echar abajo toda la biblioteca digital, dejando solamente la sección de los niños. Esa es la manera incorrecta para proteger a las familias en nuestra nación".32
La primera huelga en el ciberespacio
Pocas semanas antes de la aprobación en Washington de la Ley de Telecomunicaciones que incluía el apartado restrictivo para las libertades en el ciberespacio, tuvo lugar un interesante escarceo entre una de las empresas comerciales con más presencia en las redes y sus usuarios. El 22 de diciembre de 1995, esa firma decidió suspender el acceso a 200 foros del área Usenet en los que se considera hay fuerte contenido sexual.
Compuserve anunció que tomaba esa medida como resultado de una petición del gobierno de Bavaria, uno de los länder alemanes, que estaba preocupado por la proliferación de pornografía en las redes y quería poner a sus ciudadanos a salvo de mensajes de ese tipo. Sin embargo, el 3 de enero autoridades alemanas dijeron que nunca habían solicitado a Compuserve la cancelación del acceso a dichos espacios, sino solamente una mayor vigilancia sobre el contenido de ellos.33 Aunque los foros vetados eran 200 de entre cerca de 10 mil en el sistema Usenet, los impugnadores de esa decisión consideraron que no se trataba de un problema de cantidad sino de calidad. Compuserve, al impedir que sus usuarios pudieran conectarse con los foros considerados como nocivos, se tomaba la atribución de decidir en lugar de ellos, en lugar de que cada quien resolviera si, acaso, tenía interés en asomarse a los espacios de contenido sexual o incluso pornográfico.
El miércoles 17 de enero de 1996, a iniciativa de un grupo de parroquianos del Foro España de Compuserve, se llevó a cabo la primera huelga de que se tenga noticia en el ciberespacio. Usuarios de dicho servicio en varios países dejaron de conectarse durante ese día, en señal de protesta. Tal medida se añadía a comentarios e impugnaciones periodísticas. Al mismo tiempo, con el pretexto de la censura en ese servicio en línea su principal competidor, America On Line, había abierto sus espacios para la discusión de las medidas tomadas por Compuserve, invitando a los usuarios a cambiarse de proveedor.
Compuserve acusó el reclamo y, a mediados de febrero, anunció la reapertura del acceso, sin discriminaciones, a todos los foros del sistema Usenet. Sin embargo, el presidente de esa empresa, Bob Massey, dijo que seguirían suspendiendo el ingreso a los grupos de noticias que Compuserve considerase que contienen pornografía infantil, la cual "es ilegal, independientemente de la edad de quien la contemple".34 El levantamiento del veto estuvo antecedido de la decisión de Compuserve para poner a disposición de sus suscriptores un software que permite a los padres de familia que así lo deseen, impedir el acceso de sus hijos a espacios de contenido sexual, o considerado como de adultos.
En las limitaciones legales y formales para la expresión, en el ciberespacio, de actitudes e ideas no convencionales, hay una combinación de causas políticas, morales y comerciales. Un autor mexicano consideraba, a propósito de la Ley de Telecomunicaciones estadounidense: "La Ley ha nacido muerta porque pone trabas a los millones de agentes educativos, culturales, sociales y de salud, que son los más en Internet, y dejará intactos los veinte o treinta clubs de porno que existen en la red. Además de la cosecha de alianzas y de posiciones para los comicios presidenciales de este año, tras la ley mencionada se percibe el creciente interés de las empresas que inexorablemente han ido creando en Internet una atmósfera de mall y supermercado. Las tiendas departamentales no se compadecen nunca de los graffiti. En los centros comerciales decentes no se admiten cantantes ni prostitutas porque pueden ahuyentar a la clientela".35
¿Quiénes son responsables?
La publicación de mensajes difamatorios ha motivado discusiones que siguen siendo interminables, porque hay asuntos técnicos, éticos, políticos y profesionales entrecruzados en esos conflictos. En diciembre de 1994 la carta de noticias Communications, que aparece en Gran Bretaña, ofrecía un ejemplo de cómo la indignación ante conductas poco o nada escrupulosas en la divulgación de mensajes electrónicos, se enfrentaba a un notorio vacío en materia de soluciones. La revista especializada Intermedia reprodujo el siguiente enojado pero impotente alegato:
"¿Quién es responsable? Es evidente que el autor de un mensaje difamatorio en Internet es potencialmente responsable de él. Sin embargo, el autor podría ser inidentificable, inrrastreable, estar fuera de la jurisdicción o tener recursos insuficientes. La parte agraviada entonces podría reclamar ante alguien más. En Reino Unido, cualquiera que ha tomado parte en la publicación de un libelo es responsable en primera instancia, sujeto a ciertas defensas. En el caso de un periódico, eso incluye al autor, editor, impresor, a la editorial o al vendedor. Lo que queda por decidir es contra quién, aparte del autor, podrá proceder un usuario agraviado en Internet.
"Ya que Internet misma no existe como una entidad separada sino que es precisamente el término para redes interconectadas, no es posible ejercer acción alguna en contra de Internet...
"En los Estados Unidos, en donde funcionan diversas leyes en contra de los libelos, la empresa Compuserve, proveedora de acceso, no es susceptible de ser demandada por declaraciones difamatorias de los usuarios de su red, porque Compuserve no ha ejercido control editorial, en vista de que Compuserve no ha tenido conocimiento ni motivo para saber que esos comentarios difamatorios iban a ser colocados allí...
"En tanto parece iniquitativo responsabilizar a los proveedores de acceso por mensajes que ellos no tienen posibilidad de vetar, también lo sería que un académico, o cualquier otra persona, no tuviera remedio efectivo para acusaciones difamatorias que se formularan en contra suya. Esas acusaciones podrían tener un profundo efecto en su reputación. Hay una gran cantidad de problemas. Incluso si se decidiera que Internet debiera ser regulada, ¿cómo sería eso posible, en vista de su naturaleza internacional no centralizadora? Si se espera que los proveedores de acceso controlen los comentarios de sus usuarios, ¿crea eso problemas de censura, libertad de expresión y transgresión de la privacía?".36
En la posición anterior, no sólo se condensan preocupaciones habituales sobre cómo definir responsabilidades en la Internet. Además, se menciona una vertiente interesante pero habitualmente descuidada, que es el derecho de réplica de los aludidos en mensajes posiblemente difamatorios a través de las redes. Ese es un derecho legalizado en muchos países para los medios de comunicación convencionales, pero constituye una de las muchas lagunas en la legislación para el ciberespacio. Otra vez, allí surge el problema de cómo considerar a la Internet y sus afluentes: como un medio de comunicación abierto al público y que en ese caso tendría que ser regulado con criterios aplicables a los medios convencionales, o como un medio dirigido a destinatarios específicos. ¿Se le puede equiparar a la prensa y a la radio, o más bien a la comunicación telefónica persona-a-persona? Páginas atrás, citábamos un par de opiniones que destacan la complejidad de la comunicación en las redes. Si se trata de compararla con otros espacios de propagación de mensajes, puede decirse que la Internet en algunos de sus formatos se parece a la prensa, en otros a la radio, en otros más a las bibliotecas y al diálogo telefónico. En ausencia de reglas, al menos ahora, universalmente aceptadas, una solución parcial y provisional, pero sin duda útil, se encuentra en la autorregulación. Más adelante mencionamos algunos intentos para establecer pautas de comportamiento ético en la Internet. Pero además la vigilancia misma de los usuarios, reprobando a quienes propaguen mensajes delicados de manera indiscriminada o incluso contribuyendo a establecer advertencias antes del acceso a foros y espacios en donde se difunde material para adultos, puede ser de enorme valor en la orientación del tráfico de mensajes en la superautopista informativa.
Cada nación, de esta manera, enfrenta con recursos distintos, o con distintas variaciones de ellos, a la expansión de mensajes en el ciberespacio. Hay, desde las apuestas a la liberalidad absoluta (entre otros, en países latinoamericanos en donde no se ha propuesto ningún tipo de control) hasta las regulaciones o intentos de ellas en renglones específicos, sobre todo en los relacionados con pornografía.
Pero también hay concepciones al menos tendencialmente persecutorias no de algunos, sino del conjunto de los mensajes que viajan por las redes. Se ha dicho que los conservadores musulmanes, en países como Arabia Saudita, "están manteniendo firmemente controlados los accesos a Internet".37 De esa manera se evitan desaguisados a la moral imperante en esos sitios pero también, de paso, se pone un dique a la circulación de ideas potencialmente disruptoras del orden social. En Singapur, en otro caso, en donde hacia la mitad de la década de los noventa había unos 40 mil usuarios de la Internet, el presidente del Comité Nacional para la Información Tecnológica, Teo Chee Hean, consideró que "las ideas pueden matar". La SAI, opinaba ese funcionario, quien además era ministro del Ambiente, "abrirá nuestros horizontes y nuestras fronteras. Como un pequeño país, de recursos limitados, debemos medir cada oportunidad que nos ayude a dejar de ser tan pequeños, que ayude a conectarnos al mundo". Pero además, el señor Chee Hean equiparaba al conocimiento obtenido a través de las redes electrónicas con las enfermedades contagiosas que pueden recibirse de los viajeros que llegan de otras latitudes: "Los singapurenses, o los visitantes en Singapur, pueden traer algunos de esas virulentas enfermedades si no tenemos cuidado. Como tantas otras cosas en el mundo, se requiere un sentido del equilibrio y algún control para asegurarnos de poder cosechar los beneficios y aislar o minimizar los peligros".38
En China, con menos tiento y explicaciones, el gobierno ha reconocido como inevitable la presencia de la Internet y se ha propuesto hacer lo posible para verificar el acceso a ella. Es difícil, porque no faltarán usuarios capaces de conectar su computadora a través, por ejemplo, de un teléfono celular (aparatos que fueron empleados para dar a conocer la matanza de estudiantes en la Plaza de Tiananmen en 1989). De cualquier manera, el último día de 1995 el Consejo de Estado expidió un decreto advirtiendo que la Internet, aunque es importante para la ciencia y la economía, amenaza con filtrar pornografía y otros "materiales dañinos" si no se le regula. La supervisión de los mensajes enviados a la Internet debería estar a cargo de la agencia de noticias Xin Hua.39 Los usuarios de alguna conexión a Internet en ese país debían suscribir una carta comprometiéndose a acatar las instrucciones gubernamentales sobre los mensajes que podían circular y los sitios eventualmente vetados. Seguía sin existir, de cualquier forma, un procedimiento técnico suficientemente riguroso para que el gobierno vigilara por qué sitios de la Internet divagan los cibernautas chinos.
Cibern-ética. Más allá de las leyes
Está, además, el problema del comportamiento que, más allá de las reglas formales en cada nación e incluso de los marcos establecidos por la competencia comercial y profesional, existe en toda actividad, sobre todo cuando involucra aspectos ligados con el interés público.
El asunto es complejo y hay quienes piensan que no se puede resolver sólo con los parámetros éticos, o profesionales, tomados de otros gremios o disciplinas. Por ejemplo, sigue considerándose que resulta imposible perseguir e impedir la propagación de virus que se diseminan a través de software, o que llegan hasta la intimidad del disco duro de la computadora conducidos por alguna de las prestigiadas redes de comunicación electrónica. No hay comités de pares, o tribunales oficiosos que puedan sancionar faltas como ésas. "La creación y distribución de virus no es ilegal, porque es muy difícil probar quién ha creado un virus", dice el experto de la National Computer Security Association, Jonathan P. Wheat.40
De cualquier manera, como en otros órdenes de la vida pública y privada, aunque definirlos resulte difícil casi siempre es posible distinguir entre lo que es pertinente y lo que no lo es o, para ser más maniqueos, entre lo bueno y lo malo. La ética que oriente (o la ausencia de ella, que deje de orientar) el comportamiento de los actores en el proceso de comunicación que hay en todo manejo de datos electrónicos puede cambiar en sus expresiones específicas de acuerdo con la evolución tecnológica pero no deja de tener coordenadas básicas que, sin embargo, no siempre se toman en cuenta.
Ya hay parámetros éticos, compartidos por agencias comerciales y gubernamentales, así como por profesionistas y usuarios en diversos países, que establecen pautas de conducta en el empleo de computadoras y redes.
El Computer Ethics Institute formuló en 1992 el siguiente decálogo:
"1. No deberás usar tu computadora en agravio de otras personas.
" 2. No deberás interferir con el trabajo de la computadora de otra gente.
"3. No deberás estar husmeando en los archivos de la computadora de otras personas.
"4. No deberás usar la computadora para robar.
"5. No deberás usar la computadora para levantar falsos testimonios.
"6. No deberás copiar o usar el software ajeno por el que no has pagado.
"7. No deberás usar los recursos de la computadora de otra persona sin autorización, o sin la compensación adecuada.
"8. No deberás apropiarte de la producción intelectual de otros.
"9. Deberás pensar acerca de las consecuencias sociales del programa que estás escribiendo, o del sistema que estás diseñando.
"10. Siempre deberás usar una computadora de manera que asegure consideración y respeto para tus colegas humanos."41
Desde luego, la ética en el espacio computacional, a la que podríamos llamar cibern-ética, no se agota en el esquemático decálogo anterior. Esos mismos diez apartados anteriores sugieren la necesidad de profundizar en la formulación de reglas al respecto. Hay cuestiones por atender, como la actitud ante la llamada realidad virtual, que a través del multimedia empleado con gran sofisticación es capaz de presentar gráficamente (y pronto incluso en tercera dimensión) situaciones y hechos que parecen reales pero que no lo son. Aunque tendría que resultar indubitable la distinción entre lo que es real y lo que no, seguirá siendo frecuente la reflexión sobre los límites pertinentes a la simulación de hechos y sensaciones, así como el lindero a partir del cual la realidad virtual deja de estar orientada o administrada con criterios éticos o morales.
Por lo pronto, se conocen reacciones de empresas como la Symantec Corp., en Estados Unidos, la cual anunció que regalaría copias de un programa anti virus a quienes, teniendo acceso a sistemas de correo electrónico, divulgaran el Código de Etica que presentamos líneas atrás.42 Muchas firmas fabricantes de software, promueven un comportamiento que evite la duplicación y la circulación ilegal de programas. En todo caso la ética, en esta como en tantas otras áreas de la actividad personal y pública, no se limita a la defensa del interés comercial.
Las reglas de comportamiento, o netiquette, la etiqueta en las redes se les denomina también, aunque no siempre sean del todo explícitas están constituyendo un marco de referencia para los cibernautas más experimentados. Hay normas y sanciones, como en toda comunidad, de la misma manera que existen quienes se incomodan --y reaccionan en consecuencia-- ante comportamientos que consideran excedidos u ofensivos. Un documento cibernético que enumera algunas de las pautas de uso común en el intercambio en las redes explica, por ejemplo, lo siguiente:
"Una lista de correo (mailing list) es un foro muy concreto, creado para la discusión de un asunto específico. Algunos aspectos que pueden parecer relevantes, quizá resulten inapropiados. Por ejemplo, en una lista dedicada a platicar acerca de sexualidad, puede que no resulte apropiado hablar de aborto. Ese tipo de cosas siempre estallan en debates muy álgidos llamados "guerra de flamas", flamewars.
"Flamear es un fenómeno único en la red. Un flamazo, si todavía no lo sabes, es cuando alguien te envía un mensaje desagradable, que está precisamente desafiando enfrente de ti en la superautopista de la información. Aunque pueda irritarte mucho, como a menudo ocurre, debes resistir la tentación de responder de la misma manera (regresar el flamazo). Envía tu respuesta para cancelar la discusión, o levántate y toma un trago de agua antes de enviarla. Puedes hallar más fácil hacer a un lado el asunto, o esperar por un rato antes de replicar."43
En alguna medida, el estilo predominante para el intercambio de ideas y opiniones en las redes, favorece la descalificación y hasta el insulto. Ya nos ocupamos, en un capítulo anterior, del discurso breve, forzado por la no siempre expedita velocidad de transmisión, por la concurrencia de más de dos personas en una misma discusión a la vez y por la parquedad de muchos cibernautas, que suele emplearse en los espacios de la Internet. Ese estilo, repleto de frases cortas, abreviaturas, palabras sueltas e interjecciones, sería propicio para los términos altisonantes si no existiera la costumbre, a la vez, de en lo posible evitar términos considerados como duros u ofensivos. La misma recopilación de consejos, indica, paternal pero preventivamente:
"Recuerda que tus mensajes son tu reflejo. Trata de usar gramática, puntuación y ortografía adecuadas. Un largo bloque de texto es difícil de leer, así que trata de descomponer tus mensajes en párrafos. Usa mayúsculas y minúsculas, porque ¡TODO EMPLEO DE MAYUSCULAS SUELE SER PERCIBIDO COMO GRITERIA! De la misma forma, se considera de mal gusto flamear a alguien por su pobreza de ortografía o por su gramática."44
Todas las reglas, más cuando son convencionales, se transgreden. Así sucede todos los días en el ciberespacio. Igual que en la vida diaria, en otros campos, hay estilos para todo y la comunicación en las redes dista de ser una excepción. Lo que aquí nos interesa destacar es cómo con o sin disposiciones legales, los cibernautas, de manera informal pero a menudo eficaz, llegan a tener sus propias pautas, que la mayoría de ellos respeta y cumple. La autorregulación, que como vimos antes es considerada como alternativa a la propagación de pornografía y otros contenidos discutibles, existe pero a juicio de muchos es insuficiente para enfrentar los riesgos de viajar en el ciberespacio sin avisos ni protecciones suficientes.
La multiplicación de los desafíos morales, políticos, legales y de distinta índole en la Internet, no puede atenderse con viejas concepciones estrictamente regulacionistas. Así parecieran reconocerlo distintos grupos y expertos. El director general de la UNESCO, Federico Mayor Zaragoza, consideró a comienzos de 1996 que debiera haber un acuerdo internacional sobre el uso del ciberespacio, en el cual tendría que ser garantizada la libre circulación de información, con atención a los derechos de autor, entre otros temas. "El progreso tecnológico sólo contribuirá al desarrollo humano si se tiene en cuenta la dimensión ética", dijo ese funcionario internacional.45
Ciberhólicos. Una nueva dependencia
Pero ni la ética ni las leyes, evitan que la navegación por las redes cibernéticas se convierta en vicio. No empleamos ese término de manera metafórica, sino para describir con exactitud la dependencia que, respecto de la computadora y sus conexiones, llegan a tener algunos usuarios.
Algunos niños y jóvenes se han aficionado tanto a la Internet, que pasan hasta 14 horas diarias delante de la pantalla. Eso provoca síntomas que el doctor Mark Griffiths, de la Universidad de Nottingham, considera de auténtica adicción. "Los padres no deben dejar de comprar una computadora a sus hijos, pero sí deben tomar medidas para que su uso no sea excesivo", consideró.46 Pero el problema llega a ser también para los adultos, que son mayoría entre los usuarios de las redes.
Navegar por el ciberespacio puede llegar a ser una de las ocupaciones más fascinantes que ofrece la cultura contemporánea. Quien se conecta a Internet, tiene a su disposición una cantidad inconmensurable de opciones para el divertimiento, la educación, la información, la divagación sobre todo. Es una experiencia maravillosa. Tiene sus riesgos --y no solamente en términos del costo que implica la tarifa telefónica y la contratación de los servicios comerciales--.
La dependencia respecto de la computadora se ha convertido en nueva dolencia, incluso identificable y clasificable por especialistas en adicciones. "Computerismo", ha sido una de las traducciones, al español, de ese nuevo síndrome. Ciberhólicos, podríamos llamarles también. Se ha considerado que "los adictos son hombres más que mujeres y, en alto porcentaje, pertenecientes a la generación contracultural de los sesenta. Los domicilios, cada vez más poblados con superordenadores que permitan acceder a un universo de información, juegos y contactos, han sido invadidos con otro elemento de aislamiento. Si los miembros de las familias urbanas hablaban poco entre sí, ahora se añaden más motivos para no abrir la boca".47
Conforme las familias en nuestras ciudades tienden a estar compuestas por menos personas, o incluso se amplía la cantidad de gente que vive sola, la computadora viene a ser un recurso para tener compañía e interlocución. De allí a la costumbre compulsiva para estar conectados, hay diferencia. Pero ocurre: "El adicto empieza con síntomas de tolerancia, pero poco a poco aumenta su dependencia del ordenador hasta aislarse del entorno e ignorar otros aspectos de la vida social", dice el doctor Howard Shaffer, director adjunto de la División de Adicciones de la Universidad de Harvard.
Puede parecer exagerado sugerir precauciones para tan modernas y extravagentes dolencias, pero ya hay especialistas dedicados a ello. En sociedades en las que tanto falta como sucede en las de América Latina, resultará exagerado prevenir contra riesgos que casi nadie tiene la posibilidad de padecer. Pero nuestro recuento de novedades dentro de un campo en tantos sentidos inédito como es el ciberespacio, quedaría incompleto si no incluyéramos tales riesgos. Como en todo, también hay sugerencias para eludirlos. De la misma manera que --toda proporción guardada, insistimos-- hay terapias de grupo para salir de otras adicciones, para los ciberhólicos ha sido útil platicar lo que les ha ocurrido. En la Universidad de Texas, en Austin, el Centro de Salud Mental patrocinó un taller para la adicción de la Internet. "El padre de una de las asistentes le hizo dejar el módem en casa cuando ella iba al colegio, pero ella admite que hacía trampa y pedía prestados los de sus amigas. Sólo seis estudiantes llevaron el programa, pero un consejero atribuyó la baja participación al uso de la palabra 'adicción'. La próxima vez, quizá no deberíamos llamarle de esa manera".48 Hay, desde luego, mecanismos más sencillos para abrir los ojos al mundo sin necesidad de cerrarlos al ciberespacio.
Clifford Stoll, un astrónomo precursor de la cibernavegación --participó en los inicios de Arpanet en 1971--, autor de varios libros sobre el tema, dedicó su obra más reciente a alertar a los primerizos en la divagación a través de las redes: "Cuidado, están entrando a un universo inexistente, un tejido que se disuelve en la nada". Después de dos décadas y media de haberse sumergido en todas las áreas y todos los secretos de la teleraña electrónica, parece estar harto e inclusive rencoroso de ella; reconoce que la cibernavegación le ha permitido vincularse con amigos y colegas, obtener noticias de todo el mundo, comunicarse de manera nueva. "Pero --dice-- ¡a qué precio! Una sencilla caminata en el vecindario electrónico toma un par de horas cada noche... Bit tras bit, así se me fueron los días, embromado con el módem". Recomienda a quienes cotidianamente pasan varias horas en línea: "¡Salgan de su casa!, ¡Encuéntrense con sus vecinos cara a cara! ¡Siembren tomates! ¡Apaguen la computadora, por el amor de dios!" .49
Eso fue lo que hizo Stephen L. Talbott, funcionario de una casa editorial. Después de estar catorce años en línea, decidió destinar su tiempo libre a ocupaciones menos sofisticadas: "Al principio, disfrutaba el libre flujo de información y el sentido de que estaba explorando una frontera inédita. Pero encontró que en la medida en que las ofertas de la red crecían exponencialmente, de la misma manera aumentaba el tiempo que él pasaba allí. Llegó a estar en línea cuatro o cinco horas diarias, haciendo tareas relacionadas con Internet. Finalmente, en diciembre (de 1994) se segregó completamente de la red. 'De inmediato me sentí bien', dice. 'Ahora, de nuevo puedo pensar' " .50
Ya hay, inclusive, un movimiento de ex cibernautas que se precian de estar desconectados --unplugged--, de acuerdo con la moda que la estación MTV estableció al hacer célebre un estilo que consiste en la propagación de música de rock interpretada sin instrumentos electrónicos. Los unpluggeds cibernéticos tienden a conformar un movimiento poco vistoso pero que encuentra adherentes entre quienes comparten una mezcla de arrepentimiento personal por las horas que consideran mal invertidas delante de la pantalla y el tablero de sus computadoras, junto con la búsqueda de nuevas opciones. Visto de otra manera, se trata de la búsqueda de nuevas identidades que singulariza a tantas extravagancias en la sociedad estadounidense. Pero además, puede ser tomada como una respuesta, quizá sólo autodefensiva, ante la inevitabilidad del desarrollo tecnológico y, junto con todo ello, engañosa en tanto que se desentiende de las ventajas que pese a todo, incluso para la divagación y la afirmación personales, ofrecen las redes electrónicas. En todo caso, a esos desconectados lo viajado nadie se los quita.
Ellos, al menos, saben a lo que renuncian. Han viajado intensamente por el ciberespacio y tienen sus razones para dejarlo, o para al menos entender que la realidad virtual no es toda la realidad.
Otras posiciones, como aquellos ludistas que negaban a las máquinas, sugieren que la ciberdivagación no es más que una rareza prescindible. Con humor e ingenio, el escritor mexicano Rafael Pérez Gay colocó la siguiente declaración de principios contracibernéticos dentro de su Anticredo publicado en la revista Nexos:
"No creo en Internet. No me da la gana comunicarme con un desconocido que vive en Tailandia; no quiero entrar, todavía, a la Biblioteca del Congreso; la verdad no me interesa pararme a las cuatro de la mañana para bajar The Guardian y The Daily Mirror mientras cabeceo frente a la pantalla de la computadora; me daría una vergüenza indecible comunicarme vía Internet con un amigo que vive en la Del Valle para decirle una banalidad, o para invitarlo a cenar, en vez de marcar el teléfono o tocar a la puerta de su casa. El colmo sería complicarse la vida para que aparecieran las páginas de El Quijote en pantalla teniendo a la mano la muy útil y decorosa edición de Espasa Calpe. Internet será, más temprano que tarde, el medio de los mensajes obvios, insignificantes e inútiles."51
Lo mejor de Internet es que allí está. Hay quienes quieren perdérsela. Para quienes no, pero quieren tener un contexto de las redes más allá de los tecnicismos, pero incluso para quienes desconfían de las bondades de las redes, es que se ha escrito este trabajo.
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Notas
1Nicholas Negroponte, comentario promocional sobre su libro Being digital, en servicios de Wired, archivo bajado de América On Line, marzo de 1995.
2Bill Gates, Camino al futuro. Traducción de Francisco Ortiz Chaparro. McGrawHill, México, 1995.
3Néstor García Canclini, Culturas híbridas. Estrategias para entrar y salir de la modernidad. Conaculta y Grijalbo, México, 1990, pág. 287.
4Le debo estas observaciones al economista Salvador de Lara.
5Mark Slouka, War of the worlds. Cyberspace and the high-tech assault on reality. Basic Books, Harper-Collins, Nueva York, 1995, pág. 147.
6Albert Gore, discurso al entregar el 5o. Premio Anual de Ciencia y Tecnología en Orlando, Florida, agosto de 1994. Reproducido en Signos No. 11, Guadalajara, Jalisco, México, enero de 1995, págs. 70 y 71.
7Douglas Rushkoff, Cyberia. Life in the trenches of hyperspace. Harper San Francisco, S.F., 1995, págs. 211-212.
8Tom McQuaide, "Digital communications: channels to new worlds, not a collapse of culture", texto en torno a la Conferencia Anual del Instituto Internacional de Comunicaciones en Tampere, Finlandia, en Intermedia, London, octubre/noviembre de 1994.
9Ibidem.
10Samuel P. Huntington, "The clash of civilizations", en Foreign Affairs, Vol. 4. No. 72, New York, verano de 1993.
11Sobre todo en su clásico y a menudo tergiversado libro La comprensión de los medios como las extensiones del hombre, que fue editado en español por Editorial Diana en 1969 (en traducción de Ramón Palazón) y que, desde entonces, ha tenido unas quince reimpresiones.
12Jonathan Rosenoer, CyberLex, carta de noticias sobre asuntos jurídicos relacionados con el ciberespacio, abril de 1995. Archivo bajado de America On Line.
13Esta clasificación y otros datos al respecto los tomamos de Vic Sussman, "Cops want more power to fight cybercriminals...", en US News & World Report, 23 de enero de 1995. Texto bajado del foro correspondiente en Compuserve.
14Ibidem.
15Joshua Quittner, "Vice raid on the net", en Time, N.Y., 3 de abril de 1995.
16Rod Usher, "Virtual Pornographics", en Time, N.Y., 27 de marzo de 1995.
17Ibidem.
18Philip Elmer-DeWitt, "On a screen near you: Cyberporn", Time, 3 de julio de 1995.
19Ibidem.
20El servicio en línea denominado Well, se ocupó extensamente de este asunto, incorporando incluso las opiniones de Philip Elmer-DeWitt, el autor del reporte especial publicado por Time, quien aceptó que había escrito su polémica nota bajo una fuerte presión de tiempo. Un resumen de esa discusión, con el título "How Time Fed the Internet Porn Panic" fue publicado por Harper's Magazine, septiembre de 1995.
21José Manuel Calvo, "Estados Unidos prepara medidas para limpiar la 'basura' de las autopistas de la información", en El País, Madrid, 25 de marzo de 1995.
22Dennis Michael, "Online Smut", CNN entertainment news, 31 de marzo de 1995, transcripción bajada del Foro CNN en Compuserve.
23Steven Levy, "Indecent proposal: censor the net", en Newsweek, N.Y., 3 de abril, 1995.
24Editorial, "Censorship in cyberspace: a bad idea, even if pornographers love Internet", The Economist, Londres, 8 de abril de 1995.
25Ibid. Los sound bites son los breves espacios, cada vez menores, que los noticieros en radio y televisión dan a las declaraciones de los personajes públicos. El autor considera que frente a esa forzada simplificación del discurso, en la Internet es posible encontrar exposiciones más complejas. La Primera Enmienda da inicio a la Carta de los Derechos que desde 1791 complementa a la Constitución de los Estados Unidos. En ella se establece el derecho de expresión y prensa, precisando con toda claridad que: "El Congreso no hará ley alguna... para abrogar la libertad de expresión o de la prensa".
26Juan Cavestany, "La pornografía en Internet será castigada con multas y cárcel" en El País, Madrid, 17 de junio de 1995.
27"Newt is right", nota sin firma en The San Francisco Chronicle, 23 de junio de 1995.
28"Aprueban nueva ley de telecomunicaciones en Estados Unidos" cable de AP y Patricia Mercado y Bernardo Pérez Lince, "Firma Clinton nueva ley de telecomunicaciones, abriría el mercado en EU" en El Economista, México, 2 de febrero y 9 de febrero de 1996.
29Electronic Frontier Foundation, Your Constitutional Rights Have Been Sacrificed for Political Expediency. EFF Statement on 1996 Telecommunications Regulation Bill. Documento bajado de la página de la EFF en la Triple W.
30"AOL Drops Rstriction on Word 'Breast'", Información contenida en la carta electrónica Edupage, diciembre de 1995.
31Informe del Electronic Privacy Information Center, bajado de la página electrónica de la Electronic Frontier Foundation, 15 de febrero de 1996.
32Ibidem.
33Paul Oliveira, "CIS Censorship", documento en el foro de EFF en Compuserve, 27 de diciembre de 1995; Juan Cavestany, "Limpieza en la red", en El País, Madrid, 30 de diciembre de 1995; "Germans Clarify Ban", cable de AP del 3 de enero de 1996 en el servicio de noticias de Compuserve y John Perry Barlow, "Thinking Locally, Acting Globally", en Time, N.Y., 15 de enero de 1996.
34Carta del señor Bob Massey a los suscriptores de Compuserve, aparecida en línea la tercera semana de febrero de 1996.
35Pedro Miguel, "Fibra Optica o Alambre de Púas", en La Jornada, México, 13 de febrero de 1996.
36Denton International, "Libel on the Internet", reproducido en Intermedia, Londres, Vol 23., No. 1, febrero/marzo de 1995.
37Elmer-Dewitt, op. cit.
38Reuters, "Singapore Official Warns on Electronic Age Dangers". Cable del 6 de junio de 1995, bajado del Executive News Service de Compuserve.
39"China quiere entrar a Internet, pero con limitaciones". Cable de Reuter en El Economista, México, 25 de enero de 1996.
40"Code of dishonor? The ethics of computing", en Compuserve Magazine, Chicago, octubre de 1994.
41Computer Ethics Institute, "Ten Commandments", en Newsbytes, agosto 4 de 1992. Archivo bajado del servicio de noticias de Ziff-Davis.
42Caroline Duffy, "Responsible-computing campaign", PC Week, N.Y., 19 de septiembre de 1994.
43Cstephanie da Silva, Mailing List Etiquette. Archivo distribuido en Compuserve, 1994.
44Ibidem.
45"La Unesco pide un acuerdo internacional sobre el 'ciberespacio', en El País, Madrid, 30 de enero de 1996.
46"Advierte un psicólogo que Internet puede causar dependencia". Cable de Reuter en El Economista, México, 4 de enero de 1996.
47Vicente Verdú, "'Colgados' por la informática", El País, Madrid, 12 de marzo de 1995.
48"University Sponsors Internet Addiction Workshop", información en la carta electrónica Edupage, 17 de octubre de 1995.
49Joshua Quittner, "Back to the real world", en Time, N.Y., 17 de abril de 1995.
50Ibidem.
51Rafael Pérez Gay, "Anticredo", en Nexos, No. 210, México, junio de 1995.