Capítulo I
No hay sensación contemporánea más representativa de la globalización que cuando se viaja por el ciberespacio. Un clic en el mouse de la computadora y está uno en el servidor de la Universidad de Turín. Otro más y podemos saltar a la Biblioteca del Congreso en Washington. De clic en clic se tiene la impresión de encontrarse enlazados, si no con todo el mundo, al menos con las áreas más activas política y culturalmente. Es la aldea global en donde estamos intensamente interconectados sin que por ello dejemos de ser aldeanos, podría decirse. Pero de la sensación a la realidad, hay distancias que son parte de las paradojas y limitaciones en esta vertiente de la internacionalización contemporánea. Las redes de comunicación cibernética se han desarrollado como parte de un proceso que, en aras de la descripción sencilla, ha sido denominado como globalización. El intercambio intenso de mercancías más allá de aranceles y costumbres, la simbiosis de las culturas o mejor dicho su adaptación y asimilación en nuevos contextos, la velocidad con que se transmiten informaciones de toda índole, forman parte de esa idea general a la que conocemos como globalización. La manera más sencilla de explicarla, es aludir a las filas de productos extranjeros que podemos encontrar en cualquier supermercado. Pero la globalización es algo más que el vino californiano, las galletas holandesas, el agua de Perrier o hasta, para sorpresa o indignación nuestra, el tequila japonés que, en el colmo no del cosmopolitismo sino de la curiosidad ingenua, hay quienes son capaces de consumir en México. La globalización es la omnipresencia, totalizadora y envolvente, de intercambios y recursos que a menudo hacen creer que el mundo es uno sólo. Más allá de reconocer que la globalización es el conjunto de procesos en virtud del cual las relaciones comerciales, políticas y culturales tienden a estar definidas por los mismos flujos de intercambio e intereses, comprometernos en una definición puntual puede traernos problemas. Un estudioso del tema ha escrito, para referirse a esa complejidad: "...son muchos e importantes los contenidos de la globalización económica, como son muchos también los usos interesados que -particularmente en América Latina- se han hecho del concepto, y a lo anterior se agregan las múltiples evidencias que apuntan al carácter inacabado de la globalización y de las tendencias que la acompañan. Por todo ello, los balances definitivos, los juicios certeros y las predicciones confiables pierden sustento, ante un escenario mundial que aún está lejos de mostrar la distinta fuerza y permanencia de sus actuales perfiles".1 Política y economía en una creciente interrelación planetaria La globalización, habitualmente es entendida como un asunto fundamentalmente económico -allí están sus causas y sus principales consecuencias- pero dista de ser exclusivo de ese campo. Entre otras, se caracteriza por las siguientes novedades o ratificaciones:
La globalización, así, es realidad, expectativa o percepción si se quiere. El concepto es descriptivo cuando se trata de grandes tendencias, pero acaso muy general para abarcar procesos que llegan a ser de marcada complejidad. Hoy en día, como es harto evidente, las fronteras tienden a difuminarse, el conocimiento encuentra nuevos caminos por los cuales desparramarse y los ciudadanos del mundo actual se sienten cada vez más contemporáneos de esta cauda de interrelaciones. Sabemos más cosas con más rapidez. En las sociedades conectadas a los nuevos flujos comunicacionales, contamos con más opciones de información y recreación. Pero, como también es palmario, todo ello ocurre en un contexto de creciente desigualdad.
La globalización no construye, ni constituye, una Arcadia del conocimiento generosamente compartid ni mucho menos del intercambio repentinamente equitativo. Junto con los enormes logros que implican las intercomunicaciones transnacionales y multidisciplinarias, hay toda una cauda de retos e insuficiencias que resultan, antes que nada, de las disparidades entre las naciones y dentro de cada una de ellas. Vamos por partes. Antes que nada es preciso reconocer, aunque sin quedarnos allí, que hoy en día el auge de las comunicaciones, junto con la expansión del capital que significa --y a la que sólo en parte obedece-- propician una virtual abolición de las fronteras nacionales. Querer negarlo es tan inútil como pretender oponerse a ello. Sobre esta creciente omnipresencia y expansión de la Red Mundial, que es como él caracteriza a la globalización de los negocios, escribe el estadounidense Robert Reich: "...El poder y la prosperidad surgen de los grupos que han acumulado los conocimientos más valiosos en la identificación y resolución de problemas. Estos grupos se pueden encontrar cada vez con más frecuencia en muchos lugares del mundo, además de Estados Unidos. A medida que se acortan las distancias en todo el planeta, a través del progreso en las telecomunicaciones y el transporte, los grupos creativos en una nación están en condiciones de unir sus capacidades con los de otros países, a fin de ofrecer el mayor valor posible a los consumidores de casi todo el mundo. El nexo entre los distintos puntos estratégicos de la red mundial son las computadoras, los aparatos de fax, los satélites, los monitores de alta resolución y los módems, todos los cuales relacionan a los diseñadores, ingenieros, contratistas, concesionarios y vendedores de todo el mundo".2 Oponerse a esa realidad, equivale no sólo a vivir de espaldas a ella (lo cual quizá resulta imposible) sino a no entender los cauces y contornos de los grandes cambios de nuestros días. No pretendemos que todo se debe a la internacionalización del capital --la cual implica, a su vez, la de la tecnología y la cultura, entre otras áreas en transformación intensa-- pero, sí, que difícilmente hoy ocurren modificaciones trascendentes al margen de ese proceso en donde están involucrados intereses, negocios y proyectos de hegemonía geopolítica, pero además civilizaciones, pueblos e historias. Evidentemente estamos en una era en la que las fronteras tienden a desdibujarse --aunque de ninguna manera desaparecen-- y las costumbres y culturas experimentan un proceso de acercamientos e incluso fusiones. Los medios de comunicación modernos, entre ellos ahora la cibernética enlazada a la telefonía, desempeñan un papel clave en ese proceso de aproximación entre los países y entre los individuos. Pero, como veremos con detalle más adelante, esos mismos medios son factores que enfatizan la disparidad que ya existe tanto en las sociedades como en el panorama de las naciones. La globalización no es precisamente la creación de una sola identidad para todo el mundo ni se agota en la igualación de costumbres que, por lo demás, es preciso mirar con matices. El ya citado profesor Estay, comparte la corriente analítica que alerta contra la tentación de asumir, respecto de estas novedades, una posición tan tremendista que no sólo sea esquemática en el examen de tales hechos sino que, además, pudiera conducir a la parálisis (fruto de la perplejidad ante cambios que no se alcanza a comprender) tanto intelectual como política. Dice ese autor:"En lo que respecta a la uniformidad de la globalización, nos parece que han ido ganando fuerza aquellos análisis en los que se asume a la globalización como un proceso de homogenización de condiciones de funcionamiento, cuestión ésta que está asociada con las supuestas novedades de la globalización que recién criticábamos. "Bajo la idea de una futura 'aldea global', que en algunos sentidos se asemeja a las posturas de comienzos de siglo respecto al 'superimperialismo', se asume a la globalización como el medio a través del cual se uniformará el funcionamiento del sistema en todos los sentidos posibles: las especificidades de todo tipo tenderán a desaparecer, el desarrollo de las fuerzas productivas y las condiciones de valorización tenderán a igualarse en todos los espacios del sistema y se impondrán comportamientos únicos y mundiales para cada una de las principales categorías del funcionamiento capitalista. "A ese tipo de interpretaciones, consideramos que hay que oponer el concepto de desarrollo desigual, y que ello es particularmente necesario para el caso de los análisis que tengan como escenario a nuestros países, dado el peso que en ellos han ido adquiriendo los anuncios de futuros saltos hacia el primer mundo".3 En otras palabras, entre los saldos de la omnipresente globalización se encuentra una suerte de mitificación exagerada de sus consecuencias. Quizá esa sea mejor actitud que la de ignorar los efectos de la internacionalización masiva de intereses, tendencias y costumbres. Pero en todo caso, el hecho de admitir que con o sin globalización hay situaciones de desigualdad, las cuales lejos de solucionarse empeoran en el contexto de esa internacionalización, es útil para poner los pies en la tierra. Esa es la perspectiva que busca asumir el presente libro, que parte de la certeza de que a las transformaciones en la era de la globalización, cada vez resulta más obsoleto, además de inútil, tratar de responderles negando que existan, o tratando de ir a contracorriente de ellas. Eso no implica que haya que estar de acuerdo con los efectos de la globalización rampante delante de la cual nos encontramos. Para compartir, aprovechar, paliar o moderar sus efectos, las naciones en desarrollo tienen que re-conocerlos. La sociedad de la información La globalización es una colección de cambios y realidades en la economía y en otras áreas, pero ninguna de tales transformaciones sería posible sin el concurso de los modernos medios de comunicación. Hay quienes, para acotar ese papel de la transmisión de datos, prefieren hablar de la sociedad de la información, que también, más que un proyecto definido, podría ser entendida como una aspiración: la de un nuevo entorno humano en donde los conocimientos, su creación y propagación, son el elemento definitorio de las relaciones entre los individuos y entre las naciones. El término sociedad de la información ha ganado presencia en Europa, en donde es muy empleado como parte de la construcción del contexto para la Unión Europea. Un estudio elaborado con el propósito de documentar los avances europeos al respecto ha señalado que: "Las sociedades de la información se caracterizan por basarse en el conocimiento y en los esfuerzos por convertir la información en conocimiento. Cuanto mayor es la cantidad de información generada por una sociedad, mayor es la necesidad de convertirla en conocimiento. "Otra dimensión de tales sociedades es la velocidad con que tal información se genera, transmite y procesa. En la actualidad, la información puede obtenerse de manera prácticamente instantánea y, muchas veces, a partir de la misma fuente que la produce, sin distinción de lugar. "Finalmente, las actividades ligadas a la información no son tan dependientes del transporte y de la existencia de concentraciones humanas como las actividades industriales. Esto permite un reacondicionamiento espacial caracterizado por la descentralización y la dispersión de las poblaciones y servicios."4 A la sociedad de la información o, si se prefiere, a la sociedad globalizada a partir de los modernos medios de comunicación, la articula hoy en día una compleja cadena de instrumentos para la propagación de mensajes. Los más conocidos son los medios tradicionales, sobre todo de carácter electrónico: televisión y radio. Junto con ellos y con una presencia cada vez más influyente, especialmente en los países desarrollados, se encuentran las redes de comunicación ciber-electrónica, organizadas sobre todo en torno al sistema Internet. En el siguiente capítulo nos ocuparemos de qué es Internet, cómo surgió y cuáles son algunos de sus usos. Aquí solamente queremos mencionar que la red de redes, como también es posible denominarla, ha revolucionado las expectativas y la práctica de la transmisión de toda clase de datos y constituye, hoy por hoy, uno de los elementos más dinámicos tanto en la globalización cultural y económica, como en la construcción de nuevas pautas y actitudes en la relación entre individuos y nuevas tecnologías. Las ideas y la fuerza, en la nueva revolución mundial La existencia de los nuevos recursos informáticos despierta expectativas tan grandes que hay quienes se refieren a ellos como a una nueva revolución mundial: "En los últimos quince años más o menos, la lenta convergencia de las computadoras y las comunicaciones se ha parecido a una revolución silenciosa para quienes han estado involucrados en ella. En contraste con la fuerza bruta y la energía de la Revolución Industrial --una extensión de nuestra fuerza muscular, a través del acero y el vapor-- la sociedad de la información ha llegado a estar ampliamente presente en las escenas de la vida cotidiana hoy en día. Las tecnologías así empleadas, son con mucho más abstractas que la caldera o el pistón --y para el hombre de la calle, el electrón y el protón habitan un espectral fantasma a tal grado que el mundo se parece más a la magia que a la ingeniería."5 Pero se trata de una magia orientada por reglas e intereses específicos. Aún así, la idea de que nos encontramos en una revolución de nuevo cuño, no necesariamente orientada por criterios políticos sino por cambios de fondo en la internacionalización de las economías y la generación del conocimiento, ha permitido desplegar nuevos marcos conceptuales como el que ha divulgado el Club de Roma. Esa coalición de expertos tituló a su Informe de 1991, precisamente, como La Nueva Revolución Mundial, en donde se dice: "La revolución global no tiene bases ideológicas. Está siendo moldeada por una mezcla, sin precedentes, de terremotos geoestratégicos y por factores sociales, económicos, tecnológicos, culturales y éticos. Las combinaciones de tales factores conducen a situaciones impredecibles. En este período de transición la humanidad, por lo tanto, está enfrentando un doble desafío: tener que buscar a tientas su camino hacia un entendimiento del nuevo mundo que todavía tiene tantas facetas ocultas y, también, en las tinieblas de la incertidumbre, aprender a dirigir a ese nuevo mundo y a no ser dirigida por él. Nuestro objetivo debe ser esencialmente normativo: para visualizar la clase de mundo en el que nos gustaría vivir, para evaluar los recursos --materiales, humanos y morales--, para hacer nuestra visión realista y sustentable y entonces para movilizar la energía humana y la voluntad política para fraguar la nueva sociedad global."6 Desilusión analítica: el pesimismo-tremendismo Hay esencialmente dos lentes para mirar a la expansión de las nuevas tecnologías y especialmente al derroche de información que trae consigo. Los pesimistas-tremendistas y los optimistas-complacientes podríamos denominar a quienes sostienen posiciones que habitualmente se presentan como contrapuestas en la apreciación, ya sea teórica o política, sobre el efecto de los nuevos recursos informáticos que son parte de la globalización contemporánea. De manera similar, Umberto Eco llamó apocalípticos e integrados, hace tiempo, a quienes con percepciones polarizadas pero igual de maniqueas, hacían el diagnóstico de los medios de comunicación a partir sólo de denostaciones o vítores. La realidad no se presenta tan en blanco y negro y en el caso de la internacionalización de los mensajes y recursos comunicativos que hay merced a los nuevos medios de información, lo menos que puede reconocerse es que, en este campo, hay un panorama nuevo, cuyo carácter inédito a la vez que contundente, resulta inevitable reconocer. Entre los partidarios del enfoque crítico, que ha sido muy útil en tanto que ha permitido aprehender con precauciones la discusión sobre nuevas tecnologías y globalización, se encuentra el profesor Theodore Roszak, que en 1986 publicó su libro en contra de El culto a la información. Allí hace un llamado de alerta respecto de la idolatría que, sostiene, tiende a desarrollarse sin distancias y sin aparato crítico en torno a las computadoras, a las que incluso se llega a considerar como nuevos instrumentos para elaborar ideas. Roszak sostiene que las computadoras no piensan, o no lo hacen de acuerdo con los esquemas de razonamiento humanos, de tal suerte que no es previsible un mundo definido por ellas como en las historias de ciencia ficción. Pese a sus limitaciones, en las computadoras se ha invertido una esperanza sin fundamentos, estima. Después de reconocer que el advenimiento de la Era de la Información ha sido presentado como una transformación de calidad en la vida humana, este autor dice: "Pero por muy alta que sea la promesa de la Edad de la Información, el precio que pagamos por sus ventajas nunca pesa más que los costos. La violación de la intimidad es la pérdida de libertad. La degradación de la política electoral es la pérdida de la democracia. La creación de la máquina bélica informatizada es una amenaza directa para la supervivencia de nuestra especie. Nos daría cierto consuelo concluir que estos riesgos tienen su origen en el abuso del poder del ordenador. Pero se trata de objetivos que fueron seleccionados hace ya mucho tiempo por los que inventaron la tecnología de la información, los que la han guiado y financiado en cada una de las etapas de su evolución. El ordenador es su máquina; la mística del ordenador es su validación."7 En la misma línea de pensamiento hay trabajos más actuales, que buscan desplegar una interpretación marxista -sobre todo en la vertiente de la escuela de Frankfurt, rescatando para el caso de la comunicación cibernética las prevenciones que hacían Adorno y Benjamin sobre los medios de información convencionales- y que niegan la posibilidad de que la cibercomunicación vaya a contribuir a un mundo menos desigual. Julian Stallabrass, en un ácido ensayo de tono prácticamente luddista en donde después de denunciar el afán de las grandes empresas de la computación para expandir su mercado sostiene que el negocio se impone por encima de otros usos para las redes electrónicas, ha escrito, ironizando, que: "Al lado de los intereses comerciales, también hay una alianza nada santa de teóricos de la desintegración posmoderna y miembros de la Nueva Era de miras amplias, que producen una ridícula imagen de un mundo inmerso en un gran, cambiante mar de datos, cada persona metiéndose y encontrando exactamente lo que quería, en su propio orden y formato personalizados. La gente vivirá intensamente en esta utopía digital, olvidando sus necesidades materiales básicas en una afectiva, intelectual búsqueda de compañerismo y conocimiento. En este foro ostensiblemente democrático, tanto el gerente de alguna corporación occidental como un empobrecido campesino de Africa Central, coincidirán en usar un aparato, del tamaño como de un walkman, para comunicarse por satélite con una panoplia de sistemas de información abiertos." Pero después del sarcasmo, ese autor advierte:"Tan pronto como esta visión utópica de la información compartida de nivel global es malamente expuesta, su estupidez se vuelve obvia. No hay lugar a dudas sobre las capacidades de la tecnología que ya ha sido desarrollada y que se vuelve más barata todo el tiempo. Sin embargo, uno debería ser profundamente escéptico acerca de quién controlará la información, cuánto va a costar y a quién será vendida. Las revoluciones tecnológicas del pasado manifiestan sus muchas promesas utópicas rotas. Como Herbert Schiller ha demostrado, argumentos similares fueron desplegados acerca de todas las formas de nuevas tecnologías a fin de prepararlas para que fuesen aceptadas, y en todos los casos los efectos liberadores han sido irrelevantes. La edición electrónica es un ejemplo, como la televisión por cable la cual, Schiller advierte, aunque era mucho más cercana a la garantía de pluralismo, rápidamente ha sucumbido al homogéneo dominio corporativo."8 El argumento de autores como el antes citado, tiene al menos tres aristas. Por un lado, desconfían de las nuevas tecnologías de información y específicamente de la cibercomunicación, porque son promovidas por corporaciones que las propagan con tal de hacer negocio. Ello es muy cierto, pero no se acaban allí sus consecuencias, como tratamos de mostrar a lo largo de este trabajo. Al reconocer que las empresas, de comunicaciones en este caso, tienen al negocio como prioridad, no descubrimos nada nuevo sino, apenas, señalamos un punto de partida para el análisis de sus manejos y efectos. En segundo lugar, la crítica escéptica subraya la desigualdad en el acceso a los recursos informáticos; la idea de que el paupérrimo campesino africano podría tener la misma oportunidad para comunicarse que el magnate occidental, es parodiada por Stallabrass para enfatizar esa imposibilidad. Pero junto a ella existe el hecho real de que tales tecnologías están presentes, se usan, son útiles. El acceso o no a ellas es parte de las opciones que existen (o cuya ausencia resulta cada vez más costosa) para que los países en desarrollo propicien la propagación de conocimientos y la apropiación de tecnologías. El tercer eslabón en la lógica de autores como el mencionado --y cuyo discurso analítico de ninguna manera queremos reducir pretendiendo que se limita a una enumeración tan esquemática como la que estamos haciendo aquí-- destaca el hecho de que otras tecnologías de información no han tenido el uso liberador que llegó a esperarse en otros tiempos. Ese señalamiento es del todo cierto, pero la tarea desde el terreno del examen crítico tendría que ser la explicación de por qué recursos como el video, el cable o la fotocopiadora, no sirvieron para generar mensajes alternativos de suficiente densidad y presencia sociales. Interpretaciones como la de Stallabrass --cuya argumentación, insistimos, es más ambiciosa y amplia-- al concluir en un desprecio ideologizado de las nuevas tecnologías y en este caso de la cibercomunicación, pueden conducir a una suerte de hemiplejía analítica y, de esta manera, en la acción práctica que las sociedades puedan asumir delante de tales recursos. Si todos los avances tecnológicos, al ser propiciados por corporaciones trasnacionales para incorporarse al mercado de consumo, no son sino instrumentos para el enriquecimiento de los ya poderosos y que no hacen más que reproducir las relaciones de desigualdad social, así como la injusta división internacional del trabajo y el capital, entonces lo único que queda ante esos recursos y tecnologías son la resignación o el desprecio: actitudes, ambas, paralizantes. Otra mirada posible: el pragmatismo propositivo Otra, muy distinta, es la actitud analítica, y así política, de quienes reconocen que la propagación de los recursos de comunicación cibernética, igual que la internacionalización de las economías, son realidades con las que hay que vivir y, más que eso, tratar de con-vivir. El concepto mismo de sociedades de la información tiende a conferirle una connotación menos fatal y, acaso, más humanista a ese nuevo entorno. Señalar tales hechos, no conduce necesariamente a quedarse en la apología de ellos, ni de sus consecuencias. Al respecto, el investigador Francisco Ortiz Chaparro, en las conclusiones de su estudio publicado por la Fundación para el Desarrollo de la Función Social de las Comunicaciones (Fundesco), de España, apunta: "A. La sociedad de la información ha triunfado, en el sentido de que ya nadie discute que la información sea el factor dominante en nuestra sociedad. Es la materia prima, el bien esencial, la que en el futuro va a diferenciar a ricos y pobres y marcar las pautas de la evolución social y cultural. "B. Pero, reconocido este hecho, nadie sabe con certeza cómo va a contribuir la información, per se, a la solución de los problemas de la sociedad actual: explosión demográfica, caída del empleo, ensanchamiento de las diferencias ricos-pobres, deterioro del medio ambiente, pérdida de valores, etc."9 Un reconocimiento como ése, da cuenta de la enorme importancia que se le comienza a conferir al ingrediente social en el desarrollo de las modernas fuentes de información. Tanto, que el autor antes citado considera que la información misma será la pauta con la que puedan definirse las diferencias entre ricos y pobres y la evolución de las sociedades. Quizá haya algo de exageración en consideraciones como esa. Puede decirse que los pobres de todos modos pobres son y que sus miserias no se atenúan con el hecho de tener acceso o no a las superautopistas de la información o, para ser más modestos, a la radio o la televisión. Desde luego, la capacidad para asomarse a cualquiera de los modernos medios de comunicación es un indicador del desarrollo de una sociedad, pero no el único y dista de ser el principal. Inicialmente, podría suponerse que en la medida en que una colectividad tenga facilidades técnicas para recibir mensajes por medios electrónicos, casi puede considerarse que sus requerimientos básicos están siendo satisfechos. Pero la realidad de numerosos sitios no desarrollados en el mundo, en donde junto a condiciones nutricionales, de salud y vivienda paupérrimas la gente tiene modestos pero funcionales aparatos de televisión, indica que el acceso a las comunicaciones dista de ser un buen indicador de la evolución integral de una sociedad. No queremos desvirtuar la preocupación central del autor español que hemos citado --y a quien tomamos como ejemplo de tendencias ampliamente asentadas en el análisis que en los países desarrollados comienza a hacerse sobre los modernos medios de transmisión de mensajes--. Lo que nos interesa es destacar de qué manera la irrupción de la nueva realidad que conforman tales medios, especialmente los de formato cibernético y transmisión digitalizada, no solamente tiende a transformar el ejercicio del poder, la concentración económica y la propagación de la cultura sino, también, las vías que desde el análisis social existen para acercarse a la condición material de las naciones contemporáneas. Al menos desde ese punto de vista, puede asegurarse que, en efecto, la llamada sociedad de la información ha triunfado. Uso elitista en un mundo desigual Ha sido un triunfo en un comienzo abrupto, pues el mundo ha descubierto con enorme rapidez la posibilidad de la comunicación electrónica, pero no por ello sus efectos y su cobertura involucran de inmediato a todos. Aun en las naciones más desarrolladas, la superautopista de la comunicación --que es como el gobierno de William Clinton y Albert Gore ha denominado a su proyecto estratégico en materia de informática-- pasa por un porcentaje todavía pequeño de hogares y centros de trabajo. Términos como internet, módem, byte y ciberespacio, no son del dominio público y suelen ser tomados más como elementos de ciencia ficción que de la realidad vigente y posible hoy. Esa disparidad con que se extiende la que, en aras de la brevedad y haciéndonos cargo de sus limitaciones, podemos denominar como cibercultura, es uno de los elementos principales para ser muy cautelosos con la tentación de pensar que, como desde nuestra computadora podemos conectarnos con todo el mundo, de la misma manera todo el mundo tiene acceso a conexiones de esa índole. Una cosa es que, si disfrutamos el privilegio de tener entrada a un equipo de cómputo y una conexión con la Internet, podamos viajar por el ciberespacio hasta el Museo del Louvre, los archivos públicos del Palacio de la Moncloa, al Instituto de Biología de la UNAM, o a los foros de los académicos rusos conectados también a la red de redes. Pero no todos los ciudadanos en París, Madrid, la ciudad de México o Moscú, tienen acceso a experiencias como ésas. Más bien, se trata de una ventaja de unos cuantos, a pesar de que la cantidad de usuarios de la Internet crezca de manera vertiginosa. La superautopista informativa no transporta a todos sino sólo a las élites académicas, sociales y/o políticas con capacidad para transitar por ella. Desde luego, la disparidad que existe en nuestro mundo se reproduce en ella. El acceso de los estadounidenses resulta, en términos reales y porcentuales, notablemente superior al de, por decir algo, los hondureños o los egipcios. En tal sentido, es posible decir que la información así recibida es uno de los criterios que desde ahora diferencia a los ricos y a los pobres. Las carencias de estos últimos son tantas y tan abrumadoras, que es difícil admitir, en cambio, que el acceso a tal información sea el bien esencial. Hay otros recursos que los países pobres quisieran tener, antes que la conexión con Internet. Así, la información puede ser entendida como uno más de los derechos incumplidos en las sociedades contemporáneas o, en otros términos, como uno de los mínimos de bienestar cuyo acceso sería preciso agregar a las necesidades básicas de alimentación, salud, techo, educación formal y servicios que en toda sociedad son los principales retos a satisfacer de manera permanente --y que en sociedades como las de América Latina suelen constituir los rezagos más dramáticos--. Esa amplia y siempre exigente colección de carencias se acentúa debido a los desniveles en la información que reciben los sectores de la sociedad. Esta es una consecuencia más de una disparidad social que, desde luego, tiene causas históricas, políticas, económicas, --si se quiere, geoestratégicas incluso--. De tal forma que cuando, con toda legitimidad analítica, hay quienes se preguntan de qué manera la información por sí misma contribuirá a la solución de los problemas que padecen las sociedades actuales, en primera instancia podría decirse que muy poco. Tales pobrezas no son resultado, insistimos, de la disparidad en el acceso a fuentes de información: unas van con la otra. Hardware, software y criterio para saber vivir con las redes Mirando ese panorama desde una perspectiva más amplia, parecería indudable que si la información es componente indispensable de la civilización, entonces en la medida en que esté más informada una sociedad será más capaz de desplegar sus potencialidades en su propio beneficio. Por un lado, como tanto se ha dicho, en la educación está una de las claves para que una nación se desembarace de sus peores atrasos. Y hoy en día la educación formal no basta; gran parte del conocimiento que se obtiene en el mundo contemporáneo se aprehende a través de los medios de comunicación. En el caso de los mensajes difundidos por procedimientos cibernéticos hay una capacidad multiplicada para acceder a muy versátiles y abundantes fuentes de información, a las que para comprender y utilizar con provecho es preciso clasificar, discriminar, evaluar: conductas, todas ellas, que requieren a su vez de un bagaje educativo por encima de los promedios de escolaridad en países como los de América Latina. Para navegar por la Internet a nadie le piden su título universitario, pero cuanto más alta sea la escolaridad es más probable que un usuario tenga mayor capacidad para aprovechar el exuberante caudal de datos, experiencias y sugerencias que es posible encontrar en las redes. El acceso al ciberespacio, visto desde esa perspectiva, es uno de los recursos con que una nación puede acelerar su desarrollo. Por una parte, ése constituye hoy en día uno de los medios más abundantes en información para la capacitación, el conocimiento y, como en este libro se insiste, para el entretenimiento y el ocio. Pero además, los ciudadanos que se convierten en cibernautas tienden a adquirir una concepción más vasta, más ancha, del mundo en el que nos encontamos, de la globalidad contemporánea. No siempre ocurre así, por motivos que también se explican más adelante y en esa dificultad para aprovechar a la Internet se encuentra una de las carencias que pudieran extenderse y no sólo en los países aún por desarrollarse. No basta con que una nación tenga hardware y líneas de fibra óptica suficientes, para que las navegaciones así posibles sean provechosas en términos culturales. También hace falta que exista adiestramiento para elegir críticamente qué encontrar en las redes, más allá de las habilidades técnicas. Estas, por lo demás, son cada vez menos exigentes. Si no somos fanáticos de la computación en sí misma, podemos pasárnosla sin entender cómo es que un disco duro tiene archivos ocultos, o aunque no sepamos cómo funcionan, podemos conformarnos con saber que los baudios son la medida de la velocidad de transmisión de una señal de una computadora a otra. Ese es asunto de los técnicos y los aficionados a tales complejidades. A diferencia de especialidades como esas, el adiestramiento necesario al que nos referimos es el que tendría que existir para evaluar y elegir los mensajes que encontramos en cualquier moderno medio de comunicación. Sería preciso que nos educaran, preventiva y activamente, para mirar la televisión o leer los diarios. De la misma manera, creemos que es pertinente que a los cibernautas de mañana se les enseñe a navegar con ventaja por las redes para que, valga el juego de palabras, no acaben enredándose en ellas. Saber vivir con las redes será una de las destrezas básicas para vivir en el mundo de la internacionalización electrónica. Es en ese sentido amplio, que entiende a la información y la educación como palancas para el desarrollo pero no como sus únicos motores, que puede considerarse que el acceso al universo de información y experiencias que hay en el ciberespacio resulta fundamental para el desarrollo de una nación. En nuestras sociedades y, de manera más amplia, en el panorama internacional de hoy, más allá de ideologías, costumbres y/o concepciones del mundo, el problema fundamental es la desigualdad entre las naciones y dentro de cada una de ellas. Allí se encuentra, como hemos señalado antes, uno de los rasgos inherentes a la globalización de este fin de siglo. No sólo somos muchos. Por encima de ello, tenemos muchos pobres y unos cuantos privilegiados con recursos para, por diversas vías, sentirse y quizá ser contemporáneos de los cambios en el mundo. La novedad de los recursos en materia de datos de los que podemos disponer a través de las redes, junto con la importancia creciente que están alcanzando en los países desarrollados, puede llevarnos a suponer que la instauración de la sociedad de la información es el remedio para que nuestros pueblos salgan de sus muchos atrasos. Esa suposición sólo parcialmente es cierta. Si en países como los de América Latina tuviéramos la infraestructura telefónica, el equipamiento computacional y las conexiones cibernéticas que existen en Estados Unidos, sería porque ya habríamos resuelto carencias que es menester afrontar primero. Pero en naciones como las nuestras es preciso que no por destinar recursos a las carencias más urgentes, se descuide el desarrollo a mediano y corto plazo. Hacen falta hospitales, drenaje, escuelas, pero también, en los sitios donde pueden ser aprovechadas, computadoras, módems, conexiones. La información no va a contribuir per se a resolver los problemas del mundo actual, pero es parte de la solución. La información no basta por sí sola para aliviar nuestras carencias. Pero sin ella, no avanzaremos en los remedios necesarios. Nacionalismo atrofiante y cosmopolitismo impasible Es imposible encontrar hoy en día una sola nación en donde no haya alguna presencia del capital trasnacional. Es difícil mencionar una sola en donde los negocios articulados en la red mundial a la que alude el ya citado Robert Reich sean ajenos a los cambios sociales y políticos, o a la resistencia respecto de ellos. Ese autor identifica dos reacciones frecuentes a propósito de la internacionalización que abarca zonas más allá de la economía. Se trata de actitudes delante de la globalización, que se reproducen en la propagación de una suerte de nuevo cosmopolitismo en virtud de la exposición a las redes de comunicación. Una de ellas, dice Reich, es el "nacionalismo de suma-cero" que pretende oponer todos los recursos de un pueblo contra el avance de fuerzas culturales y económicas externas, en un modelo maniqueo: o ganan ellos todo, o nosotros lo ganamos todo. Los fundamentalismos, antiguos y nuevos, descansan en parte en lógicas como ésa, habida cuenta de su complejidad (siempre teñida de irracionalidad) política, étnica, territorial y sobre todo espiritual o religiosa. Ese nacionalismo desenfrenado, aparentemente estaría condenado a desaparecer precisamente con la irrupción de las nuevas tecnologías de comunicación que, en pocos años, están haciendo por la internacionalización de las relaciones humanas lo que no lograron varios siglos de viajes, dominaciones, simbiosis y desaveniencias políticas y culturales. Sin embargo, la persistencia de signos de obstinación, a veces articulados con reacciones y movimientos incluso de legítima defensa por parte de comunidades y pueblos enteros que cobijan sus reivindicaciones en banderas nacionalistas, permite suponer que a ese tipo de expresiones les resta todavía un ancho aunque tal vez desafortunado camino en el futuro inmediato. Las tecnologías de comunicación instantánea, inclusive, llegan a reforzar expresiones de dicho nacionalismo: ese es un uso que se les da a los Tableros de Noticias que, en la Internet, están dedicados a naciones y culturas muy específicas.10 La otra reacción frecuente ante la internacionalización es la de quienes Reich denomina cosmopolitas impasibles: se trata de los ciudadanos del mundo que viven tan empapados de asuntos contemporáneos que no logran tomar distancia para evaluar qué importa y qué no, o para entender algo más allá de la sucesión vertiginosa de hechos que sienten deben conocer aunque no se consideren igual de comprometidos a comprender. "Lo que compartimos con los otros, nada menos que nuestra humanidad, puede ser insuficiente para inducir un mayor renunciamiento. El consultor de management que vive en Chappaqua y viaja todos los días hasta Park Avenue, donde negocia --en un rascacielos de cristal y acero-- con clientes de todo el mundo, puede sentir un poco más de responsabilidad hacia una familia indigente que vive a 5000 kilómetros en el Este de Los Angeles que hacia una pobre familia de mexicanos que viven a la misma distancia en Tijuana, pero esta medida de la afinidad puede no ser suficiente para orientar sus energías o recursos. Un ciudadano del mundo, como este consultor de management, puede no sentir un vínculo personal con ninguna sociedad".11 Además, en la forma de acceso a las nuevas tecnologías se reproducen las diferencias que ya existen en la condición social, así como en la percepción global de quienes reciben los mensajes de los nuevos medios. Es posible, siguiendo el ejemplo anterior, que el consultor neoyorquino vea los mismos programas de televisión que la familia pobre de Los Angeles y que, incluso, esas señales sean también recibidas por los mexicanos al sur del Río Bravo. Pero la exposición de los mismos mensajes no necesariamente crea reacciones similares y, desde luego, no modifica por sí sola la condición social de los habitantes de este mundo. Por otro lado, la irrupción de novísimas tecnologías, especialmente aquellas que se transmiten por fibra óptica para conducir mensajes cibernéticos, ofrece la posibilidad no sólo de que los usuarios reciban mensajes sino de que puedan responder instantáneamente a ellos, o que estén en capacidad de elegir qué tipo de contenidos desean recibir. Las brechas sociales que ya existen tenderán a profundizarse en la medida en que un segmento minoritario de la humanidad tenga acceso a la superautopista de la información, en tanto que el resto, si bien conectado a la industria de las telecomunicaciones, reciba solamente programas para las masas. El especialista Stewart Brand, que ha desarrollado una conocida labor para divulgar los avances en la investigación de las nuevas tecnologías, ha escrito en un libro que reseña los logros del Media Lab, el Laboratorio de Medios del Instituto Tecnológico de Massachusetts, en donde se exploran las posibilidades de la comunicación: "Para como se están poniendo las cosas, las naciones del Tercer Mundo están destinadas a obtener comunicaciones primarias por satélite, en tanto que las naciones opulentas estarán conectadas por fibra óptica. Las audiencias de los satélites serán receptoras más pasivas de señales más tenues, porque los satélites son casi enteramente para transmisión en un sólo sentido: hacia abajo. Las audiencias de la fibra óptica podrían ser más interactivas, en términos del Media Lab, con señales más ricas. El pasivo se volverá más pasivo, el activo más activo, en un vistazo general de cada uno. Eso podría ser motivo de violencia. Las tecnologías de las nuevas comunicaciones son dinamita política."12 Velocidad y agilidad en la sociedad de los espectadores Las tecnologías de la información, como tanto se ha dicho en estas páginas, son uno de los elementos que más contribuyen a la globalización contemporánea. No sólo transforman las relaciones políticas entre las naciones y afianzan los rasgos de una nueva distribución y presencia internacionales de los capitales financieros, con toda una cauda de significativas consecuencias económicas. Además, la globalización informática implica el surgimiento de nuevas actitudes en los individuos expuestos a sus mensajes. Esto ocurre sobre todo con los medios tradicionales, que vuelven a sus usuarios espectadores con poca o nula capacidad para influir en los acontecimientos que contemplan. También quienes están conectados al ciberespacio suelen ser más pasivos que activos, como se detalla en los capítulos siguientes de este trabajo. Aquí, lo que nos interesa subrayar son los vínculos entre globalización, mercado, información y nuevas formas de relación entre las personas y las sociedades. En un recuento más ordenado de tales tendencias, puede decirse que: "La sociedad de la información tiene vocación de sociedad global. De otro modo: la globalidad es consustancial a su estructura... Esta globalidad es de fácil constatación. Cosas que sólo se podían comprar en el mercado local se pueden adquirir ahora instantáneamente en cualquier lugar del mundo. Igualmente, solo se podía ser espectador de los hechos que ocurrían en el propio ámbito de cada uno. Hoy se puede ser espectador universal, mediante las telecomunicaciones. Este nuevo mundo no lo definen los gobiernos o las alianzas de gobiernos, sino los mercados, el comercio y la comunicación trasnacionales. Se ha producido un cambio en el foco del control económico. Y se está produciendo una atenuación de muchas fronteras políticas y sociales. Como dice A. Targowsky, 'la aldea electrónica global ha superado al Estado en cuanto foco de control económico. El flujo libre e incontrolado de capitales a través de las fronteras nacionales supone un poder que apenas controlan los gobiernos nacionales'. Las fronteras nacionales se han hecho permeables. Las personas y las empresas se han hecho transnacionales".13 Esa trasnacionalización, harto evidente, no funciona sólo con las reglas del intercambio económico. Esquemas de relación cultural a menudo complejos como parte de su variabilidad e, incluso, comportamientos que pueden asemejarse a los de carácter biológico, están siendo sobrepuestos al análisis social y político de las consecuencias de la globalización. Las redes de comunicación electrónica, por ejemplo, han podido ser entendidas como equivalentes al sistema nervioso en la nueva sociedad de la información. Por añadidura, en interpretaciones más audaces, se ha llegado a considerar que puesto que las facilidades para la propagación y el intercambio de información también lo son para el apropiamiento y hasta la imposición de mensajes, podríamos estar ante una suerte de nueva selva mediática en donde las capacidades de los más fuertes se impondrán a quienes (sean individuos, naciones o corporaciones) carezcan de recursos suficientes para desenvolverse en ese nuevo e intensamente competitivo escenario. Un consultor de una empresa británica de comunicaciones ha descrito el siguiente panorama: "El desarrollo de la economía sustentada en la nueva información y el conocimiento, está creando un sistema nervioso para un nuevo orden, basado en la computación avanzada y en técnicas de comunicación que podrían darle a pequeños y flexibles grupos de trabajo una autonomía y un poder que reflejen la evolución de nuestros tempranos ancestros mamíferos. La velocidad, la agilidad y el procesamiento de información de alto nivel, serán el criterio para el éxito comercial en las décadas por venir. El depredador más rápido es el que vencerá. Y ese éxito, será medido en términos mundiales".14 Esa manera de ver las nuevas tendencias en el universo de relaciones globalizadas puede resultar chocante sobre todo porque aparentemente prescinde del carácter social de los procesos que pretende describir. Hoy en día las transformaciones del mundo no son impulsadas por individuos sino por colectividades, al menos en su sentido histórico más profundo. Pero si hacemos a un lado la susceptibilidad que suscita el tono darwinista, podríamos encontrar utilidad en el símil que emplea el autor antes citado y que no hace más que rescatar, para el nuevo mundo de interrelaciones encausadas por métodos ciber-electrónicos, atributos ampliamente conocidos en el desarrollo de la humanidad: velocidad en los desplazamientos, agilidad en las respuestas. Después de todo, esas son algunas de las peculiaridades principales (la otra sería la capacidad de almacenamiento de grandes volúmenes de información) de la comunicación en las redes electrónicas. La información, así mirada, no sólo es negocio en sí misma. Además es uno de los recursos más decisivos para hacer negocios dentro y fuera del área específica de la informática. Y, como mucho se ha dicho, la información es poder. Ese poder se multiplica en correspondencia con dos variables: velocidad y cantidad. Mientras la información fluye más rápido, cuando ella es mercancía en sí misma llega al destinatario (o al cliente) antes que cualquier mercancía que haya sido distribuida por otra fuente (ya sea una empresa, un gobierno o un individuo) a través de cualquier otro conducto. En este sentido las redes, que se nutren de información, tienen a la velocidad como una de sus determinantes fundamentales. La velocidad se convierte en factor importante, que define en gran parte la competitividad en los mercados, para la venta y/o intercambio y propagación de información. Pero la rapidez se multiplica --se potencia-- en tanto permite que un emisor produzca y difunda una mayor cantidad de mensajes. Más rapidez, no sólo propicia más prontitud en la recepción de un mensaje sino, junto con ello, permite que en el mismo tiempo (de transmisión) o en el mismo espacio, pueda ser enviada y recibida una mayor cantidad de información. Las redes cibernéticas transmiten a través de módems que enlazan a las computadoras con los teléfonos modulando la información para que el lenguaje binario de las primeras pueda ser conducido por el cable de los segundos. La velocidad de esa transmisión se mide en baudios, que indican el número de veces por segundo en las que cambia una señal. Los módems que se empleaban hasta hace poco tiempo transmitían a 1200 baudios y uno de 2400 ya era bastante aceptable apenas a comienzos de los años 90. Hoy son antiguallas, o casi. Desde mediados de 1995, todos los servicios comerciales en línea en Estados Unidos transmitían por lo menos a 14,400 baudios (un usuario con un módem de menor velocidad también puede recibir sus mensajes, si bien más despacio) pero las nuevas computadoras se vendían con módems internos de por lo menos 28,800 y hay quienes se preparan a transmitir a 116 mil baudios. Esa es todavía una ilusión, porque la capacidad de transmisión está, a su vez, modulada --o distorsionada-- por la calidad de las líneas telefónicas. En ellas, la estática o la interferencia impiden una transmisión ultrarrápida, pero la conducción por líneas exclusivas, en cable de fibra óptica, permitirá velocidades hace poco imposibles de alcanzar. En la medida en que un módem funciona más rápido, recibe más información en menos tiempo. Eso es relevante tanto para la capacidad con que un usuario asimila o al menos reúne la información que ha buscado en las redes, como para su propia economía. El tiempo de transmisión por la Internet o cualquiera de sus subsidiarias tiene costos financieros --aunque en el caso de conexiones a través de redes públicas, como las universitarias, ese gasto lo absorba una institución--. El tiempo, en las redes es dinero. Y en la medida en que módems y redes son más rápidos, las naciones e individuos con acceso a tales recursos tienen ventajas comparativas en relación con quienes se conectan a velocidades lentas y por conductores ruidosos. La conducción por redes de fibra óptica, además, en algunos casos permite formas de retroalimentación más sofisticadas. Los usuarios, entonces, tienen la posibilidad (aunque no siempre la aprovechen) de ser algo más que receptores de toneladas (o, si se quiere, gigabytes) de información. Pueden responder, reaccionar, interactuar. En otras palabras: la posibilidad para que los usuarios del ciberespacio sean actores y no sólo espectadores de los mensajes que se les presentan, está directamente ligada a la velocidad con que se conectan a las redes. Otra vez, velocidad es un atributo ligado a la eficiencia. Lo mismo podría decirse del uso de las redes para conducir decisiones en materia de economía (por ejemplo, las transacciones bursátiles que se hacen desde una computadora con su módem domésticos) en donde la velocidad es una de las condiciones para que haya negocios exitosos. Agilidad y velocidad: la comunicación cibernética depende de ellas y a su vez las promueve. A menudo, los datos se transmiten en cantidades tan abrumadoras que apabullan la posibilidad de evaluarlos. La velocidad es, por definición, inequitativa en estos asuntos. Más información y más rápido son casi seguros antecedentes de cibernautas más aturdidos. Pero no de un mundo mejor. Modernización, pero todavía con rezagos En ese océano de la globalización que es el ciberespacio, la diversidad de opciones no es, por sí sola, panacea de nada. Allí se reproducen, con formatos, énfasis e intencionalidades peculiares, las ideas, hechos, comportamientos o entretenimientos que ya existen en el que podemos considerar como el mundo real. El ciberespacio es un espejo de él y no hay espejo que no refleje aquello que ya existe en el cosmos, sea cual sea su tamaño, al que retrata. Así, en el ciberespacio hay opciones y desafíos; existen numerosas expresiones de creatividad y propuesta en todos los campos pero, desde luego, también insidias y provocaciones, basura y delito. Uno de los apologistas --pero con realistas reservas-- del nuevo mundo cibernético, Nicholas Negroponte, quien es director del famoso Media Lab del ITM, ha escrito en la conclusión de un libro sobre la nueva era digital, que la tecnología puede ser entendida como un obsequio de la ciencia pero también tiene su lado oscuro: "La próxima década, vamos a ver casos de propiedad intelectual, abuso e invasión de nuestra privacía. Experimentaremos vandalismo digital, piratería de software y hurto de datos. Lo peor de todo, seremos testigos de la pérdida de muchos empleos debido a la automatización de sistemas, la cual pronto cambiará el lugar de trabajo de los empleados en el mismo grado que ahora está transformando al trabajo en la fábrica. La noción de empleo de por vida en un solo trabajo está destinada a desaparecer".15 Tendremos un mundo diferente, pero no por ello menos inequitativo. Hay una constante aspiración por la modernidad que entiende como plausible el empleo de las nuevas tecnologías y la confección de perfiles más uniformes para el mundo. Pero no sólo por limar sus diferencias la humanidad sería menos rijosa, o más constructiva. "La 'modernización' --ha podido decirse-- es el proceso de homologación mundial que supone cortar distancias frente a los países más avanzados (en eficiencia e integración social) del mundo. Sin embargo, paradójicamente, para ser 'iguales' es necesario seguir caminos diferentes. La historia de cada país pesa y condiciona inevitablemente sus rumbos. Además, modernizar las estructuras productivas de un país que ha resuelto las necesidades básicas de su población y que se encuentra cercano a las fronteras de la innovación tecnológica y el conocimiento científico universal no puede ser lo mismo que modernizar un país caracterizado por una baja productividad agrícola, la persistencia de elevados márgenes de subempleo y la existencia de graves formas de polarización del ingreso."16 Siempre está el problema de cómo empezar. La sola decisión no basta, cuando no se encuentra acompañada de los recursos que la hagan posible y ese es uno de los grandes dramas de las naciones que no pueden alcanzar el desarrollo que desearían. La carencia de infraestructura tecnológica propicia mayor estancamiento en comparación con el desarrollo del mundo y ese marasmo, a su vez, reproduce el círculo vicioso pobreza-rezagos-pobreza-premodernidad-pobreza... Los expertos del Club de Roma, entre muchos otros, así lo han reconocido, con una mezcla de realismo y desesperación: "Es generalmente aceptado que una de las principales --quizá la principal-- necesidad en el desarrollo de los países del Sur, es la creación de una capacidad propia en cada nación para investigación y desarrollo. Esa fue la conclusión central de la Conferencia de Naciones Unidas sobre Ciencia y Tecnología para el desarrollo celebrada en Viena en 1979, en la cual fueron previstos varios mecanismos financieros y de otro tipo que la hicieran posible. Después de más de una década hay poco qué ver. Todavía la necesidad de construir ese recurso, depende de que los países en desarrollo sean capaces para entrar en la economía moderna. Allí hay un círculo vicioso. Si la capacidad productiva es para crecer y en consecuencia si para que ese desarrollo ocurra es necesaria una infraestructura científica y tecnológica, todavía parece imposible construir esa infraestructura a menos en simbiosis con los medios productivos. Encontrar los mecanismos para superar ese estancamiento, es un desafío vital para los países involucrados y para la comunidad internacional."17 El proceso de modernización de un país no puede entenderse de manera lineal ni lograrse simplemente asimilando las costumbres y prioridades de una nación en desarrollo a otra que ya lo esté. Tampoco, copiando mecánicamente los caminos que otra nación ya ha transitado. Cada quien tiene su propia historia y eso pareciera seguir siendo inevitable (quizá plausiblemente inevitable) incluso en estos tiempos de la globalización. Dicho de otra manera: no se trata de trasplantar técnicas, máquinas y expertos de un sitio a otro, para que por arte de hardware una nación esté de pronto ubicada en la ruta del crecimiento y la modernidad. Las tecnologías, es preciso dominarlas en sus aspectos formales pero, entonces, hace falta que se asienten, se propaguen y se amolden a las circunstancias y necesidades del país a cuyo desarrollo se pretende que sirvan. El ideal, sería que en lugar de que una comunidad nacional se adapte a las nuevas tecnologías, ocurriera al revés: son éstas las que deben modularse y ajustarse de acuerdo con el entorno adonde llegan. De otra manera, sólo tendríamos técnicas trasplantadas pero no aclimatadas en cada colectividad o cada nación. Las nuevas tecnologías en comunicación pueden servir para mejorar la calidad de vida y la oferta de servicios, para emplear de manera más flexible el tiempo cotidiano, para socializar los conocimientos especialmente en beneficio de grupos de población con dificultades para trasladarse de un sitio a otro (por ejemplo, ancianos o minusválidos), para mejorar la eficiencia en las decisiones públicas comenzando por la informatización de los asuntos y trámites gubernamentales, para descentralizar las decisiones... Suena muy bien. Pero de acuerdo con especialistas como el italiano Giuseppe Richeri, de quien tomamos parte de la anterior enumeración: "Esas potencialidades anotadas, así como otras de importante interés colectivo, no podrán, sin embargo, prevalecer automáticamente, sin que exista una preocupación concreta y una voluntad determinada para orientar el uso de las nuevas tecnologías de comunicación en ese sentido. Para obtenerla, es indispensable aumentar el nivel de conciencia de masa, de la cual pueda surgir una exigencia y un acuerdo social sobre la oportunidad y sobre las formas de empleo de las nuevas tecnologías de comunicación. El peligroso error al que estamos asistiendo hoy en día, incluso en el caso de las grandes iniciativas públicas en este campo, es el de la identificación entre desarrollo tecnológico y progreso social".18 Ese principio vale para cualquier tecnología, por sofisticada o especializada que sea y, aunque con contradicciones, para las que propagan mensajes a través de los medios de comunicación. Una televisora o una estación de radio conectan a una colectividad con el resto del país y del mundo, de tal suerte que sirven antes que nada como enlaces entre el entorno y la sociedad a la cual dirigen sus mensajes. Pero esta sociedad no se identificará con tales contenidos, si no los asume como suyos y para ello es preciso que se interiorice en lo que dicen y, de ser posible, incluso en las formas de producción de tales mensajes. Hace falta, así, que junto con las condiciones materiales para que una nación tenga acceso a las nuevas tecnologías, además vaya construyendo las facilidades culturales, sociales e incluso políticas que hagan propicia una propagación de esas destrezas y recursos sin imposiciones, pero también sin exclusiones. De otra manera, la innovación tecnológica no contribuiría a la modernidad, entendida, según ya se apuntó, como el proceso en donde cada colectividad, más que asimilarse a un esquema internacional, despliega sus mejores capacidades en circunstancias también más favorables. En palabras del ya citado Pipitone: "El atraso en el terreno tecnológico --uno de los mayores obstáculos al crecimiento económico y la conformación de estructuras productivas al mismo tiempo integradas y dinámicas-- no se subsana simplemente por medio de la transferencia tecnológica. Sin menospreciar este aspecto, el dato central es otro: la remoción de los factores sociales que dificultan la activación de amplios procesos de innovación y experimentación en los terrenos de los procesos productivos y de los nuevos productos".19 América Latina, ante el tren de las nuevas tecnologías Negarse a reconocer la necesidad de los nuevos medios de comunicación y, en el caso que nos ocupa, de las redes electrónicas de información cibernética, equivaldría a negar que existen, lo cual es prácticamente autista. Su presencia en la sociedad contemporánea es evidente; su influencia también. Pero ello no significa que los países en desarrollo tengan que recibir aquiescente y acríticamente todos los sistemas tecnológicos y todos los contenidos, de acuerdo con las prioridades del Primer Mundo o, lo cual es más frecuente, de las empresas internacionales de comunicaciones. Justamente porque se trata de una realidad insoslayable, es importante que cada nación, en este caso de América Latina, cuente con políticas destinadas a entender y apropiarse, primero, de las nuevas tecnologías para aprovechar, después, los recursos de la informática moderna. A mediados de la década de los ochenta, desde el campo académico más que el político, se conocieron voces empeñadas en dar la voz de alerta en Latinoamérica, las cuales, con preocupaciones preventivas y explicativas, reconocían la importancia de las nuevas tecnologías de comunicaciones para advertir que es imposible exorcisarlas, de la misma forma que puede resultar pernicioso ignorar su avance en las sociedades de nuestros países. El profesor Joseph Rota estuvo entre quienes hicieron tales advertencias: "Para los países de América Latina y del tercer mundo en general, es importante tomar acciones inmediatas acerca de las nuevas tecnologías, especialmente en el sentido de introducirlas y utilizarlas. Indudablemente será necesario desarrollar e implementar políticas nacionales adecuadas y promover políticas y acuerdos internacionales. Pero estas actividades suelen tomar bastante tiempo. En la era electrónica un atraso de entre dos y cinco años equivale a un atraso de varias décadas en épocas anteriores de la era mecánica. Por consiguiente, no debemos esperar. En lenguaje popular, 'necesitamos agarrar el tren antes de que se nos vaya'".20 El problema es que el tren tiene conductores que no necesariamente voltean a los países en desarrollo y su ruta misma no siempre hace escala allí. Los boletos para ese viaje son caros, en muchos casos se requieren reservaciones por anticipado y no siempre las taquillas donde se venden resultan accesibles para los pasajeros latinoamericanos. Pero de cualquier manera es preciso subirse al tren de las nuevas tecnologías, lo cual, queremos insistir, no asegura que estemos en la ruta del nuevo desarrollo porque hay el riesgo de que, sin políticas específicas, intencionadas, las maravillas de la comunicación electrónica sean nuevos motivos de dependencia y no de crecimiento autónomo. De allí la necesidad de que existan políticas nacionales y regionales para la asimilación de las nuevas tecnologías en contextos diseñados según los intereses de cada país o cada zona. A este respecto existe una tensión permanente entre los proyectos de expansión de las naciones y empresas propietarias de tecnología y recursos en comunicaciones y los proyectos o las prioridades que puedan tener los países en desarrollo. Justamente por eso, naciones como las de América Latina requieren de políticas propias, capaces incluso de ir más allá de la reivindicación de su soberanía y su cultura. El ejemplo de otras zonas del mundo, especialmente Europa, que ya han diseñado políticas informáticas peculiares para enfrentar el desarrollo en ese campo, podría ser útil a fin de arribar a decisiones compartidas en Latinoamérica. Mientras tanto, advertencias como la antes citada son testimonio de que al menos desde hace una década se ha venido insistiendo, sin que muchos gobiernos nacionales atiendan a esos reclamos, en la pertinencia de que el Estado y la sociedad de cada país de la región sepan qué harán, cuándo y cómo, para impulsar sus propias políticas informáticas, incluyendo la regulación de las empresas extranjeras en ese campo. El capítulo cuarto de este trabajo se ocupa de las políticas informáticas en Estados Unidos y Europa. La nueva sociedad civil internacional Las nuevas tecnologías de información, evidentemente no son inocuas. La globalización supone opciones pero no tiene caminos puntualmente predeterminados. En el campo de las comunicaciones los medios más modernos, inclusive los de índole cibernética, transmiten mensajes que representan intereses, tanto de quienes los emiten como, incluso, de las empresas y los gobiernos que hacen posible esa propagación. Pero sería erróneo considerar, como a menudo ha hecho la crítica más contestataria de estos recursos tecnológicos, que solamente los intereses del poder político dominante en las metrópolis, o del capital trasnacional, son los que se expresan en virtud de las nuevas capacidades informáticas. En la globalización llega a ocurrir que los signos ideológicos y políticos se entremezclan, se confunden, de la misma manera que no sólo desde el poder es factible que las organizaciones y los individuos tengan conexiones en las redes. En el campo cultural hay una compleja simultaneidad de interrelaciones, con efectos de dos tipos. Por un lado, lo más frecuente es que la visión del mundo de quienes (empresas, gobiernos, instituciones o individuos) tienen mayor acceso a los medios de propagación de mensajes, al ser la más difundida gane mayor hegemonía. Pero al mismo tiempo existen influencias mutuas de una cultura (aunque sea tecnológicamente subordinada) sobre otra. No hay una mecánica relación de predominio-y-aculturación, igual que las culturas más débiles en su presencia en los modernos medios de difusión informativa no están, al menos sólo por esa circunstancia, condenadas a la extinción. Una de las singularidades de estos nuevos sistemas de comunicación es la facilidad para que grupos muy diversos cuenten con acceso no sólo a la recepción de mensajes, sino también a la propagación de ellos. Para decirlo en términos cibercoloquiales, nadie sabe para quién accesa. Ha descrito, al respecto, la pareja de futurólogos más famosa: "Pero las redes electrónicas internacionales no son monopolio de los pacifistas que se oponen a la violencia; todos pueden acceder a ellas, desde ecologistas extremistas a quienes interpretan la Biblia al pie de la letra, fascistas del zen, grupos delictivos y admiradores platónicos de los terroristas peruanos de Sendero Luminoso; todos ellos forman parte de una sociedad civil internacional en rápido desarrollo que quizá no siempre actúa con civismo."21 El término es afortunado. Esa sociedad civil internacional, enlazada gracias a los recursos tecnológicos más sofisticados (que a menudo son, precisamente, los más sencillos de utilizar), ha ganado una significativa presencia en el debate y las decisiones políticas en numerosas naciones, de la misma forma que se ha diversificado y cobrado presencia también en el plano internacional. Desde luego, las grandes corporaciones tienen mayores posibilidades para difundir sus mensajes, que un pequeño grupo local. Pero hay mucho de novedad en la presencia de posiciones de lo más diversas en las redes electrónicas. El ciberespacio, al menos hasta ahora, manifiesta una pluralidad mayor que la del mundo real. Sin que juzguemos aquí sobre los contenidos de sus propuestas (o la ausencia de ellas) pero reconociendo que en esa sociedad civil se encuentran grupos, corrientes y asociaciones de lo más diversas, de todos los signos ideológicos y políticos, puede advertirse que la capacidad para propagar sus puntos de vista es otro de los nuevos rasgos de la globalización contemporánea. Los mismos esposos Toffler, ubicando a esa diversificación de expresiones heterogéneas y/o autónomas en el marco de su conocida concepción sobre la emergencia de varias olas en el desarrollo de la humanidad, escriben al respecto: "También aquí se opera una trisección del sistema global. Las organizaciones multinacionales son débiles o inexistentes en las sociedades de la primera ola; resultan más numerosas en las de la segunda ola, y se reproducen a una velocidad extraordinaria en las sociedades de la tercera. En suma, el sistema global construido en torno de unos cuantos chips de naciones-Estado está siendo reemplazado por un ordenador global del siglo XXI, un 'cuadro de distribución' de tres niveles, por así decirlo, al que se hallan conectados miles y miles de chips extremadamente variados".22 Esa descripción es tan útil como, evidentemente, provocadora. Si nos conformásemos con entender a la globalización como un asunto de ingeniería cibernética, podría pensarse que basta con cambiar algunos microprocesadores, o ampliar la memoria-RAM, para que el sistema global diera oportunidades de acceso y desarrollo a todos. Las cosas no son tan sencillas e, incluso en el ejemplo anterior, podría pensarse que esa computadora (u ordenador) global que dicen los autores mencionados, no tiene un solo operador. Lo mismo que en la globalización económica no hay una sola fuerza que lo decida todo (ninguna corporación, ningún gobierno, parecen tener los recursos suficientes para imponer drástica y uniformemente su voluntad) en la otra cara de ese proceso, que es la tendencia a la globalización informática, tampoco hay un solo centro de control, por mucho que algunas empresas e instituciones, especialmente de Estados Unidos, sean quienes hayan impulsado a la superautopista de la información. Todavía -al menos, todavía- no hay un Big Brother capaz de someter a los cibernautas. Que no llegue a haberlo, depende en parte --al menos en parte-- de que existan políticas regionales y nacionales para desarrollos peculiares de los recursos en materia de comunicación por las redes. Esa es la preocupación que deseamos enfatizar para el caso de América Latina.
Robert Reich, El trabajo de las naciones. Hacia el capitalismo del siglo XXI. Traducción de Federico Villegas. Vergara, Buenos Aires, 1993, pág. 115. Estay, op. cit., pág. 35. Francisco Ortiz Chaparro, "La sociedad de la información", en Julio Linares y Francisco Ortiz Chaparro, Autopistas inteligentes. Fundesco, Madrid, 1995, pág. 114. Alun Lewis, "Glimpses of Heaven: Visions of Hell in Cyberspace", en Intermedia, International Institute of Communications, vol. 23, núm. 3, Londres, junio/julio de 1995, pág. 4.
Theodore Roszak, El culto a la información. El folclore de los ordenadores y el verdadero arte de pensar. Traducción de Jordí Beltrán. Conaculta y Grijalbo, México, 1990, pág. 254. Julián Stallabrass, "Empowering Technology: The Exploration of Cyberspace", en New Left Review, No. 211, Londres, mayo-junio 1995, págs. 10-11. El autor al que se refiere es el estadounidense Herbert Schiller, en Culture Inc. The Corporate Takeover of Public Expression, Oxford, 1989. (Una versión en español de ese libro de Schiller fue publicada en 1993 por la Universidad de Guadalajara, en México: Cultura, $.A., La apropiación corporativa de la expresión pública, traducción de Emmanuel Carballo Villaseñor, 234 páginas. Francisco Ortiz Chaparro, "Conclusiones" al ensayo "La sociedad de la información", op. cit., pág. 149. 10Por ejemplo, entre muchos otros similares están los Grupos Usenet (una de las áreas inicialmente más concurridas de la Internet) con denominaciones como "soc.culture.indian.telegu", "soc.culture.romanian", "soc.culture.slovenia", "soc.culture.tamil", etc., destinados exclusivamente a discutir e intercambiar opiniones e información sobre esos pueblos o comunidades. 11Reich, op. cit., págs. 299-300. 12Steward Brand, The Media Lab. Penguin Books, Nueva York, 1988, pág. 244. Versión en castellano: El laboratorio de medios, Fundesco, Madrid, 1989. 13Ortiz Chaparro, op. cit., págs. 116-117. 14Alun Lewis, op. cit., pág. 4. 15Nicholas Negroponte, Being digital, Knopf, NUeva York, 1995, pág. 227. Versión en Castellano: El mundo digital, Ediciones B, Barcelona, 1995. 16Ugo Pipitone, Los laberintos del desarrollo, Triana Editores, México, 1994, pág. 28. 17Alexander King y Bertrand Schneider, op. cit., págs. 225-226. 18Giuseppe Richeri, "El mercado de Telecomunicaciones en Europa", en Gabriel Rodríguez, comp., La Era Teleinformática. ILET y Folios Ediciones, Buenos Aires, 1985, págs. 92-93. 19Pipitone, op. cit. 20Joseph Rota, "Las nuevas tecnologías de información: desarrollo, estado actual e implicaciones sociopolíticas y educativas", en Joseph Rota, et. al., Tecnología y Comunicación, Universidad Autónoma Metropolitana y Consejo Nacional para la Enseñanza de las Ciencias de la Comunicación, 1986, pág. 17. 21Alvin y Heidi Toffler, Las guerras del futuro. Traducción de Guillermo Solana Alfonso. Plaza y Janés, Barcelona, 1994, págs. 340-341. 22Ibidem. |