LA NUEVA
ALFOMBRA MÁGICA. USOS Y MITOS DE INTERNET, LA RED DE REDES
http://www.etcetera.com.mx/libro/gracias.htm
CAPÍTULO IV
ESTADO Y LIBERALIZACIÓN. EL CRECIMIENTO DESIGUAL Y
DESMESURADO EN EL CIBERESPACIO
La sola
constatación de que la tecnología, la operación y la comercialización de las
redes informáticas y el equipo mismo con que pueden emplearse son dirigidas
desde los países más industrializados recuerda que, también en este rubro, hay
diferencias que tienden a escindir al mundo. Esta realidad se puede tomar de
manera pesimista, o con intención propositiva. Por ejemplo, en la segunda
vertiente, desde mediados de la década de los ochenta se llegó a considerar
que: "Los bancos de información del Norte van a seguir su desarrollo; el
desafío para nuestros países está en crear y organizar bancos de información
nacionales orientados a las necesidades e intereses propios. El costo
decreciente de los aparatos disminuye cada vez más la barrera de acceso a estos
sistemas. La informática no va a resolver los problemas políticos, económicos y
sociales que atormentan a las naciones más endeudadas, pero sí puede ser vista
como una herramienta indispensable para mejorar la planificación, elevar los
niveles de educación, así como difundir el conocimiento científico y
tecnológico".1
Norte y Sur, coordenadas parcialmente difuminadas
Llamados de
atención como ésos, pocas veces fueron reconocidos. Por un lado, la
supeditación a los ritmos, estilos y prioridades de Estados Unidos ha
determinado que la gran mayoría del equipamiento computacional y para
comunicación electrónica en los países latinoamericanos, sea fabricado o
vendido a través de ese país. Ha existido poca apropiación tecnológica y escasa
capacitación para crear nuevas opciones. Pero además, la crisis económica que
obligó a considerar a los ochenta como una década perdida, influyó para que el
desarrollo cibernético, en los casos en que podía existir, resultase precario,
desordenado y por lo general hipotecado a esas prioridades estadounidenses. No
estamos descubriendo el hilo negro al señalar esta colección de problemas que,
sin embargo, es necesario tener presentes para evaluar las capacidades de
nuestros países en su empleo de las redes electrónicas de comunicación.
Además, cuando
se discuten estos asuntos hay una frecuente proclividad para considerarnos, a
quienes geopolíticamente estamos en el sur, únicamente como destinatarios de
ofertas, mensajes y equipos diseñados para otras realidades, o de los que no
seríamos más que consumidores pasivos. Así sucede, por lo general, si bien es
preciso percatarnos de que con las redes electrónicas, el intercambio es en
ambas direcciones. Sin duda, aquellas que se propagan desde las naciones más
industrializadas tienen contenidos más abundantes, pero a diferencia de los
medios de difusión tradicionales (la radio y la televisión, por ejemplo) el
flujo no es unidireccional, sino de ida y vuelta. El problema es quiénes, en y
desde países como los de América Latina, difunden sus mensajes o quiénes pueden
navegar en el océano de información que hay en la Internet.
Hay una clara y
hasta ahora irreversible selectividad, especialmente en los países en desarrollo,
en el aprovechamiento de las nuevas redes de información. Los medios
electrónicos de propagación abierta (como, otra vez, la radio y la tv) son o
potencialmente pueden ser para todos. Las computadoras no, al menos en tanto su
interconexión exija de dispositivos, redes y accesos que no siempre están
disponibles.
Una porción
pequeña de las sociedades en países como los de nuestra América Latina, apenas
comienza a tener acceso a las redes de información electrónica. La información,
aquí como en otros órdenes, es poder. Y ese poder, de conocimiento pero también
de interacciones, decisiones e influencia que crecen a la par que las
posibilidades tecnológicas, se encuentra especialmente acaparado por los grupos
más privilegiados, como resultado de la concentración económica.
La globalización
es una realidad contundente y omnipresente, pero no todos estamos convidados a
ella de la misma manera. Es otra obviedad recordarlo, pero vale la pena, para
que nos se nos olvide: la rígida estratificación que tiende a existir en
nuestras sociedades y que es fuente de tantas desigualdades, en el campo de la
información y la cultura propicia que los modernos recursos electrónicos sean
para pocos, quedando al margen de muchos. Y al mismo tiempo, esos pocos con
acceso a Internet y las redes privadas son contemporáneos del resto del mundo
en más de un sentido. Comparten la misma información, al mismo tiempo que otros
ciudadanos en países industrializados. Un cibernauta en Buenos Aires, en
Santiago de Chile o en Ciudad de Panamá, tiene acceso prácticamente al mismo
menú de opciones que puede recibir un colega suyo en Sidney, en Miami o en
Bonn. Las modernas redes de información, entre otro de sus tantos efectos,
tienen el de uniformar a sus usuarios independientemente del sitio donde se
encuentren y, al dotarlos de esa señal de identidad, diferenciarlos del resto
de las comunidades a las que pertenece cada uno de ellos.
En esas
condiciones es difícil hablar, al menos en términos tradicionales, de una
brecha Norte-Sur en el empleo de información electrónica. Más bien, quizá, es
preciso reconocer que el acceso a estos formidables recursos hace evidente la
brecha entre ricos y pobres, al acentuarla.2
Abundan, aunque
suelen ser prédicas en el desierto, las advertencias sobre las consecuencias
que para la humanidad y especialmente los países en desarrollo, puede tener la
desigualdad informática reproducida por la polarización y la disparidad
geopolíticas. Este asunto, formó parte de las deliberaciones en la 25
Conferencia Anual del Instituto Internacional de Comunicaciones en Tampere,
Finlandia, en el otoño de 1994. El presidente de la reunión, Martti Ahtisaari,
destacó entonces que entre los pasos necesarios para lograr un punto de vista
humanitario en la comunicación estaba: "Impedir que la supercarretera
internacional de la información se convierta en una ruta de una sola vía; los
países del norte deberían proveer a los del sur con el equipo necesario y
asegurar que la información fluya equitativamente en ambas direcciones".
Pero también
reconocía dificultades, al tiempo que sugería cómo pudieran servir estos
mecanismos informáticos para el desarrollo de las naciones: "Las redes de
computación pueden ayudar, proporcionando soluciones a los problemas de pobreza
y destrucción ambiental en los países desarrollados. Las nuevas tecnologías no
deberían ser usadas para conquistar al mundo, sino para el beneficio de sus
habitantes. La nueva sociedad de la información debería ser concebida en
términos de lo que pudiera denominarse como 'ecología cultural', supeditando
las exigencias de una nación en particular o de un área de especialización. Así
como los seres humanos se consideran a sí mismos como parte de un ambiente
global en términos biológicos, también deben considerarse como parte de un
ambiente global en términos de cultura y de información".3
Esas
convocatorias al aprovechamiento de las redes y a la cooperación internacional
para potenciar sus logros por encima de los efectos perniciosos han seguido sin
arribar a la lista de prioridades en el temario de asuntos internacionales. Por
un lado, para las naciones en desarrollo hay otras urgencias en materia de
política social y de crecimiento económico, antes de ocuparse por asuntos
aparentemente sofisticados, herméticos y lejanos, como llegan a considerarse
los que se relacionan con la comunicación cibernética. Por otro, desde los
gobiernos de los países desarrollados el interés de cooperación en esta materia
suele reducirse a la interconexión entre ellos mismos y al establecimiento de programas
para nuevas redes, siempre orientadas de manera fundamental al llamado Primer
Mundo.
Por lo demás, es
difícil --aunque sea muy necesario-- pensar en equipamiento y capacitación para
la informática, en países en los que hay numerosas carencias. Es de esta
manera, como en el acceso a las telecomunicaciones ocurre una más de las
disparidades sociales en nuestros países. Una evaluación de este panorama, en
nuestra región, indicaba hace poco que: "Incluso en México, que es tan
avanzado en comparación con la mayoría de América Latina, nueve de cada diez
familias no tienen teléfono y más de 18 mil poblaciones de 500 o más personas
no han sido cableadas para el servicio telefónico. La situación de las
telecomunicaciones en las montañas de Perú, las planicies de Brasil y en las
áreas selváticas de América Central, es todavía más desprotegida".4
Variedad y disparidad en América Latina
Ese panorama,
aunque sea en parte, ha venido cambiando. Una expresión, a la vez que un
vehículo de la civilidad, es el acceso más oportuno y sencillo a los medios de
comunicación. Por ejemplo en México, para seguir con el mismo caso, tan sólo en
el transcurso del gobierno del presidente Carlos Salinas (de 1988 a 1994) la
cantidad de poblaciones con servicio telefónico aumentó de 6 mil 195, a 20 mil
828 y el número de líneas conectadas, de 4 millones 381 mil, a 8 millones 449
mil.5
En el terreno de la computación, la capacidad instalada en los
países latinoamericanos ha sido creciente, aunque notoriamente desigual.
También lo es, respecto de otras zonas del mundo. El siguiente cuadro ofrece
una idea de la disparidad en las posibilidades de cómputo, en comparación con
la existencia de teléfonos, en una selección de once naciones, cinco de ellas
de América Latina.
El cuadro muestra, en la primera columna por cada país, la
cantidad de habitantes por computadora y, en la segunda, la cantidad de
teléfonos por cada cien habitantes.
Fuentes: Periódico Reforma, México D.F., 30/XI/94, con
datos de The World Competitive Report, y Programa de las Naciones Unidas para
el Desarrollo, Informe Sobre el
Desarrollo Humano 1994, México, 1994.
El cuadro
anterior es, nos parece, muy explícito. En los países latinoamericanos
seleccionados para este ejercicio estadístico hay, en comparación con los
otros, más habitantes por cada computadora y menos teléfonos por cada cien
habitantes. La relación es inversamente proporcional en las naciones más
industrializadas. Así, frente a las 143 personas por cada computadora en
Brasil, en Estados Unidos había solamente tres; en tanto, existían 9.2
brasileños por cada cien teléfonos y 79 estadounidenses por cada centenar de
aparatos telefónicos. Se encuentran casos peculiares como el de España: muchos
teléfonos y, comparativamente, pocas computadoras. O el de Chile, en donde las
proporciones entre ambos recursos eran muy similares.
Como sucede en
estos casos, en los que se contraponen paradigmas drásticos, lo mismo en la
orientación del desarrollo que para su análisis, el problema puede verse con un
cristal pesimista, o uno optimista. El primero, como ya apuntamos, puede
llevarnos a una actitud exclusivamente denunciatoria, que sea paralizante tanto
en términos intelectuales como políticos. El segundo, si no considera las
limitaciones de la visión anterior, puede ser tan voluntarista que deje de
reconocer el entorno en el que se producen esas desigualdades. Después de todo,
es imposible juzgar con eficacia crítica y sólo con un lente maniqueo, a la
relación entre las bondades que ofrecen las nuevas tecnologías y las
dificultades para acceder a ellas debido al costo y a la brecha del
conocimiento.
Una muestra de
la vertiente optimista es la siguiente: "Debería reconocerse, además, que
habrá un creciente intercambio de información y servicios en dos direcciones.
Con el impetuoso caudal de información desde el mundo industrializado, hacia el
resto del mundo, también habrá oportunidades para nuevos canales desde el sur,
hacia el norte. La población del norte industrializado ahora puede tener
contacto con gente y culturas en países en desarrollo, logrando un mayor
conocimiento de muchas más regiones del mundo. Se puede esperar que esta
oportunidad propiciará el conocimiento de las desigualdades del mundo, llevando
a una creciente cooperación".6
Sólo que la
cooperación no surge de manera espontánea. La buena voluntad, suele ser
buscada, propiciada y construida. Eso vale tanto para el trato entre las
naciones, como para las relaciones económicas y políticas dentro de una misma
nación.
El Estado interventor o el Estado mínimo
Hoy en día, el
papel de los estados nacionales sobre las economías ha sido drásticamente
cuestionado, no sólo por las ideologías rampantes (alguna de las cuales
postula, contradictoriamente, la abolición de las ideologías) sino por la
experiencia de excesos, paternalismos e ineficiencias que ha producido la
omnipresencia estatal en algunas experiencias específicas.
Sobre este tema
hay opiniones contradictorias. De hecho, se trata de uno de los grandes debates
sin resolver en la ciencia política internacional. Proponer un completo
desplazamiento del Estado respecto de sus responsabilidades en la planeación,
la regulación y la conducción de la economía, puede ser tan excesivo como la
reivindicación de un Estado absolutista ("ogro filantrópico", le
llegó a denominar Octavio Paz en el específico caso mexicano, aunque también se
le podría considerar, a veces, ogro sin filantropías). La acción y el
cumplimiento de responsabilidades por parte del Estado es indispensable no para
proteger o alentar al mercado (que no necesita de ningún impulso específico)
sino para proteger a la sociedad de posibles excesos que se derivarían de la
actuación irrestricta, salvaje, del
mercado. Si la presencia y vigencia del mercado son incuestionables, también lo
son la existencia y el surgimiento de iniquidades en ausencia de marcos
regulatorios que sean, a la vez, suficientemente claros, eficaces y actuales.
Estas pautas
pueden ser útiles para el caso de las telecomunicaciones y las actividades
relacionadas con ellas. Es difícil, y sería injusto, formular generalizaciones
sobre qué hacer y cómo, en cada experiencia nacional. Hay tradiciones
históricas, equilibrios políticos y exigencias y necesidades sociales
diferentes en cada situación. Pero en todo caso, puede considerarse que los
estados nacionales, y sus gobiernos desde luego, tienen atribuciones a las que
sería poco responsable (y en algún sentido suicida incluso) renunciar, o no
ejercer a plenitud.
No hay acuerdo
al respecto. En el desarrollo de la Internet el respaldo estatal en la Unión
Americana resultó fundamental, a tal grado que puede decirse que, sin Estado,
no habría existido la superautopista de la información. Pero luego, la creación
de nuevas opciones en software y el
impulso más reciente a las redes ha sido de inspiración e interés privados. Por
un lado, en las redes ha existido una gana antiestatista como una manera de
prevenir, aunque sea en la actitud ideológica, los excesos que se pudieran
derivar de la omnipresencia, o de la presencia exagerada del gobierno.
Las libertades
de expresión y opinión en las redes podrían ser limitadas debido a una
presencia en exceso de los gobiernos nacionales. Pero al mismo tiempo, los
ciudadanos que forman parte de la muy real y específica realidad de nuestros
días --y que tienen necesidades comunicativas, intereses personales y de grupo,
identidades construidas en parte gracias al respaldo que instituciones
gubernamentales o públicas han otorgado al ciberespacio--, llegan a preferir el
reto del mercado como regulador, antes que el riesgo del Estado como
interventor de las redes.
Uno de los más
destacados promotores de la modernidad cibernética es indudablemente Bill
Gates, el creador de Microsoft y los primeros programas populares para el uso
de computadoras. Ahora, convertido en gurú
de la ciberindustria, el dueño de esa corporación sostiene que "la
regulación estatal de la economía es un asunto peliagudo. La toma centralizada
de decisiones es terriblemente ineficaz en comparación con el libre mercado.
Por muy buenas intenciones que tenga, es casi inevitable que el control estatal
proteja a unas cuantas empresas privilegiadas y perjudique al resto y, en
especial, a los consumidores. Un mercado libre es la mejor alternativa. Hace
llegar los productos y servicios que los consumidores apoyan con sus compras y
recompensa a las empresas por la innovación y el servicio. Cuando el mercado
decide qué empresas y planteamientos ganan o pierden, se exploran simultáneamente
muchos caminos y no sólo el aprobado por los políticos".7
Tal esquema, así
descrito, suena muy bien y sintetiza las perspectivas apologéticas del mercado
como regulador de toda clase de flujos, tanto en las finanzas como en los
servicios y hasta en el comportamiento político y social de la gente. Pero el
mercado funcionaría con tal perfección sólo en circunstancias ideales, en las
que todos tuvieran acceso idéntico, lo mismo a sus tentaciones que a sus
beneficios. En sociedades desiguales (que son todas, pero sobre todo aquellas
en donde el desarrollo ha sido precario) las leyes del mercado, puestas en
práctica sin mayores frenos ni contextos, no hacen más que acentuar las
disparidades que escinden a cualquier colectividad.
Por eso, el
Estado tiene deberes por cumplir, en áreas como la que nos ocupa. Entre esas
atribucione se encuentran las que se refieren a la regulación estatal sobre las
telecomunicaciones.
Igual que otros
medios de comunicación, en la mayoría de los países de América Latina las redes
de teléfono, su mantenimiento y expansión, estuvieron durante varias décadas a
cargo del gobierno. El hecho de que las empresas de ese ramo fueran de
propiedad estatal, se explicaba en el contexto de un empresariado débil, o
fundamentalmente dedicado a tareas primarias, así como también debido a la
preponderancia de empresas estadounidenses deseosas de acaparar el mercado de
la telefonía.
Así, ahora, en
un panorama de privatizaciones compulsivas en todo el mundo, el de América
Latina llega a ser considerado como caso de excepcional coincidencia en la
desestatización de los servicios de telecomunicaciones. Tan sólo en el
transcurso de los años noventa, las empresas telefónicas en una docena de
naciones en la región, han sido vendidas o concesionadas a grupos privados.
Chile fue pionero en este renglón cuando, en 1987, vendió un segmento de la
Compañía Telefónica a inversionistas australianos. Poco después Argentina,
Venezuela y México, vendieron a grupos privados las empresas telefónicas que
tenían monopolizado a cada uno de esos mercados nacionales. Perú, Colombia,
Brasil, Paraguay, Honduras y Nicaragua, entre otras, seguirían los pasos
privatizadores en los años posteriores. "En todos los casos, los gobiernos
han optado por vender la propiedad mayoritaria a consorcios que incluyen
inversión extranjera y local, de carácter estratégico".8
La fiebre
privatizadora, aparte de motivos ideológicos, se debía al intento de cada
gobierno nacional para fortalecer sus finanzas (en México, el gobierno informó
que todo el dinero de la venta de Teléfonos de México fue empleado para
programas de asistencia social). Pero además, en algunos casos incluyó
interesantes exigencias a las compañías que se hicieron cargo de la
comunicación telefónica. De acuerdo con la misma fuente, en Argentina los dos
operadores privados tendrían que instalar un total de 1.23 millones de líneas y
cerca de 34 mil teléfonos públicos por año, hasta 1996. En Venezuela, el título
de concesión obligó a la empresa privada encargada de ese servicio, a instalar
un mínimo de 3.65 millones de líneas y 30 mil teléfonos públicos anuales, hasta
el fin del siglo. En México, los nuevos propietarios de la compañía telefónica
se comprometieron a incrementar la cantidad de líneas a un promedio del 12 por
ciento anual, a dotar de servicio telefónico a todas las poblaciones con más de
500 habitantes y a reducir a menos de un mes, para el año 2 000, el periodo de
espera para contratar una línea nueva.
Con estos
ejemplos, queremos subrayar que privatización no significa necesariamente dejar
en manos privadas toda la responsabilidad de un negocio, o de un servicio. Aún
en condiciones de premura como las que llevaron a la venta de las empresas
telefónicas en los países latinoamericanos que hemos mencionado, los gobiernos
tuvieron decisión y capacidad para imponer condiciones. Cada uno de esos
Estados, a su manera, siguió ejerciendo una función reguladora, incluso en la
vigilancia para que los empresarios privados cumplieran con los compromisos que
adquirieron al comprar cada una de las empresas de telefonía.
La traumática
década de los ochenta, que en tantos sentidos ha sido considerada como perdida
en los países latinoamericanos, sirvió al menos para que se consolidaran grupos
privados que, a la primera oportunidad, buscaron asentarse en las áreas más
dinámicas de las economías nacionales que se renovaron después de aquella
desoladora fase. En el caso de las comunicaciones por teléfono, varios de los
países mencionados habían padecido problemas similares: estancamiento en el
desarrollo tecnológico, ausencia de inversión, burocratismo administrativo y
sedentarismo laboral. Todavía está por verse si, en manos privadas, tales
rezagos encuentran remedio.
Esta recurrencia
en medidas similares ha permitido que se llegue a decir que: "América
Latina es el laboratorio mundial para la privatización de las
telecomunicaciones a través de alianzas estratégicas".9 Pero no
deja de llamar la atención el hecho de que, pese a todo, los gobiernos fueron
capaces de imponer condiciones de tal suerte que las privatizaciones de las
empresas telefónicas no ocurrieron sólo a partir de la presión de las fuerzas
del mercado, o en un esquema de ausencia estatal. Todo esto no es ajeno a las
redes de información (que para propagarse requieren de la infraestructura
básica que constituyen las líneas telefónicas) ni a la cultura.
El frenesí
privatizador que se despliega por el mundo --y nuestros países no son de manera
alguna ajenos a él-- puede propiciar, si nos descuidamos, que asuntos
cardinales, de interés necesario y general para nuestras sociedades, queden en
manos particulares. De la misma manera que parece estar clara la necesidad de
que la educación básica sea orientada por el Estado, tendría que resultar
suficientemente aceptada la necesidad de que haya una regulación estatal de las
telecomunicaciones.
No es sencillo,
ni esa regulación, fuera de formalismos técnicos, parece formar parte de las
asignaturas de los gobiernos en América Latina. La convicción en las políticas
de privatizaciones llega a la decisión de permitir toda clase de crecimientos,
apropiaciones y alianzas, en aras de facilitar la inversión de capital, tanto
foráneo como doméstico.
En México, polémica alianza de las dos grandes
corporaciones
Volviendo a la
experiencia mexicana, cabe destacar la decisión del gobierno, ya en 1995, para
autorizar la fusión de la empresa telefónica con una subsidiaria de Televisa,
con el propósito de robustecer y diversificar la conducción de señales por
cable. Ambas empresas se dedicaban a ramos distintos: Teléfonos de México a lo
que su nombre indica y Televisa, como es bien sabido, fundamentalmente a la
televisión. La diversificación tecnológica fue emparentando algunas de sus
tareas.
Cablevisión, una
subsidiaria de Televisa, ha tendido redes de cable en las principales zonas
urbanas del país, con el propósito de ofrecer el servicio de televisión de
paga. A su vez, Teléfonos de México ha desplegado redes también de cable, con
tecnología de fibra óptica, inicialmente con el propósito de mejorar la transmisión
telefónica pero ahora con perspectivas más ambiciosas.
En todo el
mundo, la ampliación de los servicios de telefonía a la transmisión de paquetes
de datos de mayor densidad y calidad, a través de la fibra óptica, está
constituyendo a la vez que una de las grandes transformaciones en materia de
telecomunicaciones, un nuevo aliciente para la conformación de poderosos (y,
por definición, excluyentes) grupos monopólicos. En México, las dos empresas
mencionadas, ya que sus objetivos se identifican, solicitaron, en los términos
de las leyes del país, autorización para conjuntar esfuerzos en tales tareas.
El 20 de junio
de 1995, la Comisión Federal de Competencia, un organismo gubernamental creado
poco antes para, al menos hipotéticamente, evitar la creación de monopolios,
autorizó la venta, a Teléfonos de México, de 49 por ciento de las acciones de
Cablevisión. Tal operación significó la alianza de las dos grandes empresas de
comunicaciones --hasta entonces cada una en áreas diferenciadas-- que hay en este
país y se estimó que significaría una inversión de 211 millones de dólares.10
Para explicar su decisión, la Comisión gubernamental y la Secretaría de
Comunicaciones y Transportes (SCT) dijeron que la compra de casi la mitad de
las acciones de la empresa de tv por cable no implicaba que Teléfonos de
México, como tal, se fuese a dedicar al manejo de las señales de televisión
abierta, porque ello requeriría de una autorización adicional; la operación se
limitaba a las conducciones de señales de televisión restringida, de tal suerte
que el resto de las empresas que transmiten por televisión abierta no debían
considerarse afectadas. Explicaba el diario La
Jornada: "Con la adquisición de un 49 por ciento no puede considerarse
que Telmex esté en posición de explotar la empresa y por ende los servicios que
presta, ya que no tiene el control corporativo y porque el propio título de
concesión (de Telmex) prevé que, con autorización de la SCT, se puedan
transmitir señales de televisión a la red de Telmex (lo que requeriría una
revisión, modificación o nueva concesión para ambas empresas)".11
Pero las
críticas abundaron. Por una parte, el hecho de tratarse de empresas tan
poderosas permitía suponer, sin mucha imaginación, que sería el inicio de una
alianza que multiplicaría la presencia tecnológica, comunicacional y, así,
inevitablemente política que, ya de por sí, Telmex y Televisa han tenido, por
separado, en la vida mexicana y en sus expansiones en otras naciones. Por otra
parte, el hecho de que apenas iniciándose el gobierno del presidente Ernesto
Zedillo se aprobara una fusión que afectaría a otras empresas, llegó a verse
como muestra de favoritismo o, en todo caso, de realismo al ceder al proyecto
corporativo de dos muy influyentes compañías. Los primeros afectados, más allá
de los argumentos de las autoridades gubernamentales del ramo, podían ser otros
negocios que han comenzado a incursionar en la transmisión de señales de
televisión restringida; por ejemplo la empresa Multivisión, que desde comienzos
de la década ha consolidado un numéricamente pequeño pero ya significativo
mercado a través de un sistema de transmisión de señales codificadas por vía
aérea. Otros perjudicados podrían ser los negocios de telefonía distintos de
Telmex.
Es decir, los
primeros afectados eran los competidores que tenía, aunque en cada caso con
desventaja, cada una de las empresas cuya fusión era autorizada. Voceros de
algunas de esas compañías, así como legisladores de los principales partidos
políticos --inclusive el PRI-- expresaron disgusto o preocupación por esa
medida.12
El economista
Luis Rubio sintetizó algunos de los cuestionamientos más fuertes ante la
fusión. Telmex, de esa manera, evitaba la posible competencia por parte de la
única otra empresa que contaba con cableado para la transmisión de señales
digitales. Y había sido precisamente el interés de esos consorcios y no
necesariamente el de la sociedad, el que las autoridades habían reconocido:
"La reciente autorización por parte de la llamada Comisión de Competencia
y la sucesiva ratificación por parte de la SCT, de la adquisición de una parte
de Cablevisión por parte de Telmex, se inscribe en esta lógica de los dueños de
la empresa telefónica. El único problema es que la Comisión de Competencia no
fue diseñada para proteger los intereses de los accionistas de las empresas que
confrontan competencia sino, por el contrario, su mandato es el de tutelar los
derechos de los consumidores --es decir, de los usuarios del servicio
telefónico--. Además, las autoridades regulatorias responsables de estas
autorizaciones no deberían estar velando por los intereses de los dueños de
Teléfonos de México y de Televisa, sino por los del desarrollo del país en
general y por la creación de condiciones generales de competencia que permitan
a los mexicanos elevar la productividad y, por lo tanto, sus ingresos. Lo que
el gobierno hizo fue privilegiar los intereses de una empresa (y de sus
accionistas) a costa de los del resto del país".13
Los defensores
de la medida insistieron en que con la fusión esas dos empresas mexicanas se
fortalecían y que ello era conveniente debido a la posible llegada de firmas
extranjeras interesadas en involucrarse en el mercado mexicano de las
comunicaciones. Sin embargo, para evitar o atenuar la presencia de
trasnacionales como la MCI o la ATT, entre otras, habría dos caminos. Uno, el
que por lo menos en ese episodio eligió el gobierno mexicano y que ha sido el
robustecimiento de lo que ya existía en el país --Telmex--, a pesar de que así
se apuntalaba un nuevo monopolio. El otro hubiera sido la diversificación de
facilidades para que en las diversas vertientes de la industria de las
comunicaciones concurrieran variadas formas de inversión mexicana y extranjera.
El hecho de que sea de propietarios mexicanos, no asegura un desempeño
nacionalista de la alianza Telmex-Televisa. Por ejemplo, Teléfonos de México ya
tenía relaciones formales con empresas como Sprint o France Telecom, a las que
ahora podría servir como puente para incursionar con servicios específicos en
el mercado mexicano.
De cualquier
manera, en el debate al respecto se destacaron las reglas para asegurar la
oriundez de los propietarios: los extranjeros sólo pueden ser inversionistas en
condiciones de minoría en la propiedad de acciones, los cargos directivos en
las empresas sólo pueden ser ocupados por extranjeros siempre y cuando no sean
de control mayoritario y no se permite la propiedad extranjera de terrenos u
otras facilidades; las concesiones para transmisión de mensajes por telefonía
son otorgadas por la SCT solamente a ciudadanos o empresas mayoritariamente
mexicanos.14
La comentada
alianza no se proponía de inmediato incursionar en el ciberespacio, pero esa
opción estaba contemplada para un siguiente paso. De hecho, casi no hay
conexión cibernética si no es apoyándose en las líneas de teléfono.15
De allí que la infraestructura para tal propagación de señales, su régimen de
propiedad y de tal manera su accesibilidad y sus costos, sean fundamentales en
la definición de cualquier política nacional de comunicación cibernética. En
este caso, desde el momento de la fusión corporativa ya podía preverse un
escenario como el siguiente: "Además, estiman los especialistas, la
alianza permitirá a Cablevisión establecerse como una red pública para la
prestación de servicios como Internet, televisión interactiva, pago de
servicios, voz, video, texto, servicios financieros... software, interconexión a otros sistemas de cable manejados por
Sprint, telefonía y todas las opciones que permiten las tecnologías modernas a
través de la amplia red de Telmex".16
La fusión, por
lo demás, ocurrió cuando en otros países del mundo se debatía el mismo asunto
de cómo y con quiénes manejar a la telefonía y sus ramificaciones cibernéticas,
pero con otras conclusiones. Lo mismo en Estados Unidos en donde desde los años
ochenta la expansión telefónica quedó a cargo de media docena de empresas y no
de una sola, que en Europa en donde la disputa de las concesiones ha estado en
los primeros sitios de las agendas políticas y parlamentarias ha prevalecido la
tendencia a evitar monopolios. No ocurrió lo mismo en México.
Por los mismos
días, en Brasil se aprobaba una enmienda constitucional para abrir a manos
privadas el monopolio estatal de las telecomunicaciones. Comenzaría entonces un
debate para definir a quiénes vender o adjudicar el derecho a prestar esos
servicios y hacer negocio con ellos.17
Liberalización versus
controles
Cuando se piensa
y propone sobre el papel del Estado en una política informática, el dilema
fundamental sigue siendo hasta dónde regular y, por lo tanto, en dónde comienza
y termina el compromiso del sector privado con la sociedad e, incluso, con su
propio desarrollo. Liberalización no significa, necesariamente, modernización.
Dejar la incorporación de innovaciones tecnológicas, la propagación de insumos
culturales y la creación y ampliación de infraestructura exclusivamente al
espíritu emprendedor y las posibilidades del sector privado, puede llevar a
hipotecar el destino de una nación (es decir, el interés colectivo) al interés
de un grupo particular.
Con razón, un
acucioso y pionero estudio sobre las políticas (o más bien, la ausencia de
ellas) que en materia informática han existido en México, señalaba: "El
papel del Estado ha sido decisivo en las sociedades donde estas tecnologías han
sido desarrolladas, ya sea como resultado de su financiamiento en investigación
y desarrollo (con) sus presupuestos militares que sustentaron el mercado de la
industria electrónica, ya como arquitectos de una estrategia de
industrialización. El Estado mexicano debe incursionar, por más de una razón,
en las múltiples dimensiones de la política de informática. En primer lugar
porque el sector privado ha mostrado ser sumamente limitado en el desarrollo de
estas tecnologías en México, y su intervención tiende a subordinarse a las
corporaciones extranjeras las cuales, de hecho, han condicionado y formulado
las políticas en el pasado. Si el Estado quiere asumir su rol de promotor y
regulador de la economía es indispensable que promueva el desarrollo de una
infraestructura que propicie, en el mediano plazo, la capacidad tecnológica de
la nación en estos campos. Por otra parte, se requiere una acción simultánea
para desarrollar mecanismos de interacción y coordinación entre las
instituciones encargadas de los distintos aspectos de dichas políticas".18
Pareciera fuera
de toda duda el hecho de que la transmisión de informaciones, por cualquier
medio, necesita de alguna regulación, por mínima que sea. En cualquier
autopista hay agentes de tránsito o semáforos, existe una velocidad mínima y
otra máxima, las salidas no se confunden con las entradas, etcétera. En la
superautopista de la información, el orden no corre a cargo sólo de los
usuarios quienes, por muy responsables y empeñosos que sean, no dejan de tener
intereses peculiares que se pueden contraponer con los de otros. La llamada red
de redes, por ejemplo, tiene una suerte de Consejo de Notables que encabezan a
la Internet Society, en donde se establecen las pautas mínimas para organizar
el flujo de información.19 Sin embargo, ya se reconoce que esa
regulación informal está siendo insuficiente. Además, en todos los países
industrializados existen normas (registros, especificaciones técnicas,
concesiones, caducidades, etcétera) para el uso de la telefonía y del espacio
cibernético. Incluso, llegan a ocurrir intentos de hiper-regulación, como el ya
comentado proyecto para introducir el chip clipper,
de decodificación.
Según cómo se
cumplan, las atribuciones del Estado respecto de la comunicación, en este caso
a través del ciberespacio, involucran también el problema del control político, más allá del control
en contra de atentados a la vida privada o con motivo de la pornografía. Igual
que en otros temas ya comentados, en éste no hay soluciones claras ni
definitivas al menos aún. Ante la utopía del ciberespacio en donde
supuestamente todos somos iguales y el libre flujo de informaciones se dispersa
sin taxativas, se han manifestado prevenciones críticas que por ahora no suelen
pasar de la advertencia intelectual que difícilmente llega a ser considerada
como ingrediente de las políticas nacionales y menos aún, de las definiciones
que orientan a la cooperación internacional (cuando la hay) en materia de
informática y comunicación cibernética. Entre esas posturas está la del
escritor italiano Umberto Eco quien ha señalado, con lucidez quizá
clarividente: "...no se ha dicho que estas redes puedan realmente
permanecer acéfalas, sustraídas de todo control de las alturas, porque estamos
ya en una situación de congestionamiento y mañana un Big Brother podría controlar los canales de acceso ¡y entonces,
olvídense de la equidad!".20
En las
telecomunicaciones y, de manera específica en las redes de información, un
dilema frecuente es el de quiénes pueden (o deben) y de qué maneras es posible
regular. Como la información electrónica es de desarrollo muy reciente, suele
ocurrir que no se tengan legislaciones suficientemente actualizadas, o que
exista un desempeño simultáneo de diferentes entidades administrativas,
relacionadas con la administración y vigilancia de ese espacio. Un esquema
frecuente consiste en la regulación de permisos y licencias a cargo de
autoridades específicamente políticas, de contenidos culturales a cargo de
autoridades educativas y de normas técnicas por parte de autoridades de
telecomunicaciones. Por ejemplo, en México las transmisiones radiofónicas son
sancionadas, en diferentes aspectos, por los ministerios de Gobernación,
Educación Pública, Salud y Comunicaciones y Transportes. Quizá no sería mala
idea fusionar todas las atribuciones regulatorias en un solo organismo público
que, de preferencia, no dependiera directamente del gobierno en turno para que
sus decisiones no estuvieran necesariamente condicionadas por la coyuntura
política. Un esquema interesante es el de Estados Unidos, con la Comisión
Federal de Comunicaciones.
Pero todavía a
unos cuantos años del final del siglo, en México sigue experimentándose una
constatable dispersión, que suscita duplicidades y contradicciones, en materia
de política informática. El ya citado Alberto Montoya Martín del Campo señaló,
refiriéndose a las décadas de los años setenta y ochenta: "Más que una
política definida con coherencia e integración, se puede considerar la
existencia de múltiples micropolíticas dispersas desde el punto de vista de la
globalidad de la acción estatal. Se debe señalar, además, la ausencia durante
este periodo de una participación decidida y a largo plazo de la iniciativa privada
y las instituciones nacionales de educación superior e investigación. Así, los
actores principales de lo que ha ocurrido en las últimas dos décadas han sido
las corporaciones transnacionales productoras de la tecnología informática. El
gobierno federal, las empresas paraestatales y del capital privado, así como
las universidades han mostrado en el pasado una actitud pasiva desde el punto
de vista de la producción y uso de tecnología".21
Los gobiernos
tienen obligaciones y atribuciones en tales tareas regulatorias y supervisoras,
pero no sólo ellos. Hay sectores de la sociedad cada vez más interesados en
opinar y, acaso también, contribuir en las decisiones sobre estos asuntos.
Entre ellos, desde luego, se encuentran los empresarios y profesionales relacionados
con estos asuntos, así como las comunidades académicas que, como ya comentamos,
han sido los usuarios principales.
En el caso
mexicano, por ejemplo, la Asociación Mexicana de Telemática propuso la creación
de un organismo gubernamental integrado por los titulares de los ministerios
involucrados en la creación, propagación y aprovechamiento de recursos en
materia de información a distancia. Ese organismo tendría la tarea de articular
políticas de alcances nacionales, con participación de sectores profesionales
interesados en tales asuntos. Entre otras tareas, la mencionada Asociación
sugirió un Plan de Desarrollo Tecnológico (que articulase la promoción de
recursos como la infraestructura telefónica, la telefonía celular, el
videotexto, la infraestructura satelital, las videoconferencias y la
microinformática) y un Plan de Desarrollo Normativo en virtud del cual se
actualizaran las reglas para el funcionamiento de sistemas de información. En
dicha labor se asignaría un papel indispensable al Poder Legislativo aunque
cabría recordar que en las élites estatales la importancia de tener políticas
nacionales de información, todavía no es reconocida como indispensable.22
Otro terreno de
atención necesaria sería el educativo, tanto en el adiestramiento para el uso
de nuevas tecnologías como en el empleo de ellas como auxiliares de la
enseñanza y la promoción de la participación del sector privado, en donde suele
existir gran desconocimiento, e improvisación, respecto de los nuevos recursos
en materia de información. La citada agrupación, en la perspectiva de promover
"un proyecto nacional de supercarretera de la información",
consideraba que: "Es necesario iniciar ya la creación de un patrimonio
nacional de información que integre cientos o miles de bancos de información de
todo tipo y nivel, armónicamente interconectado, dotado de accesos asequibles y
útiles para toda la población".23 Sin embargo, éstos siguen
siendo temas distantes del interés público y cuyas implicaciones en la
soberanía, la economía, la cultura y la sociedad, no siempre son reconocidas.
¿Cómo debe ser
la regulación y, en general, el papel de los gobiernos y estados a propósito de
la generación y el tránsito de información electrónica? Un grupo internacional
de expertos, al que se le encomendó evaluar dicha cuestión, considera que:
"En tanto el armazón todavía está por ser definido, los servicios de la
superautopista de la información probablemente serán provistos por el sector
privado, en tanto que los gobiernos proporcionarán un marco regulatorio
sustentado en una gran participación y consenso públicos. Pero el desarrollo de
la sociedad de la información no puede ser dejado a las fuerzas del mercado.
Eso merece y necesita la atención de quienes toman las decisiones políticas, en
los niveles más altos. Los países necesitan establecer prioridades en sus
necesidades de información de la misma manera que lo hacen para la agricultura,
la salud, los caminos y la alimentación".24
En ese juicio,
al lado del reconocimiento de la responsabilidad ineludible de los gobiernos y
estados en la formulación y aplicación de marcos regulatorios y el
establecimiento de políticas, hay dos pautas que conviene no soslayar. Una es
la necesidad de que la actuación de la autoridad tenga lugar en condiciones de
la mayor participación (interacción, también) de la sociedad. Cada vez más, en
países de las más diversas historias y estructuras, la democracia se encuentra
a la orden del día. La extensión de prácticas y por consiguiente de regímenes
democráticos, que es una de las realidades de este fin de siglo a la que no son
ajenos los países de América Latina, significa no sólo actuación de los
ciudadanos en la designación de sus gobernantes, sino el interés frecuente por
participar en la evaluación y definición de los más diversos asuntos públicos.
Este reclamo democrático, como se ha podido denominar al espíritu que se ha
extendido por diversas regiones, tendría que ser especialmente reconocido en
los asuntos ligados con la propagación del conocimiento.
El otro tema
sugerido por Gilbert, Nostbakken y Akhtar es la pertinencia de que las
políticas para aprovechar, diseñar y extender los sistemas de información
electrónica, sean desarrolladas, o al menos entendidas y aprobadas, en los
niveles más altos de las estructuras de poder estatal. Con enorme frecuencia,
nos encontramos con que los gobernantes no estiman importantes estos temas, por
el solo hecho de que no los entienden. Las computadoras y sobre todo los
dispositivos con los que se interconectan, les parecen maquinitas sólo para
expertos, o para freaks de la nueva
era.
Uno de los
motivos para el compromiso del gobierno de Estados Unidos en la superautopista
de la información ha sido el interés personal del vicepresidente Al Gore en
estas cuestiones. Sin embargo, no todos los gobernantes tienen inclinación por
ellas. Se ha escrito que: "Hace poco, a un político alemán se le preguntó
por los proyectos de su país respecto al Infobahn
o autopistas de la información, y contestó que sentía gran preocupación por los
problemas de tráfico, siendo como habían sido las autopistas alemanas un
orgullo nacional y un ejemplo para todo el mundo. Creía que le hablaban de
coches. El político era Helmut Kohl" .25
Visión
amplia para una estrategia a futuro
A pesar de
actitudes como la que se relata en el ejemplo anterior, todavía es frecuente
que a la superautopista informativa se le aprecie, y se le use, más en las
élites dirigentes que en el conjunto de la sociedad. Incluso en Gran Bretaña,
en donde los ciudadanos han ejercido una notable influencia en la fiscalización
de las comunicaciones (en espacios institucionales como el Consejo que orientó
a la televisión pública) ha podido decirse que: "Hay signos frecuentes de
que la convergencia, largamente presagiada, entre el entretenimiento, la
computación y las telecomunicaciones está, cuando menos, vislumbrándose, aun
cuando la supercarretera electrónica probablemente emocione más a los políticos
que a los consumidores, por el momento".26
Lo importante no
es sólo que a los líderes políticos y a los gobernantes les emocione la
superautopista de la información, sino que admitan la necesidad de
investigación y actualización, conexión y acceso, regulación y recursos no sólo
para que cada comunidad nacional se incorpore, sino para que pueda permanecer
involucrada y competitivamente en las redes electrónicas. Hoy en día, para
decirlo de otra manera, la tarea de gobernar no puede dejar de incluir la
atención a estos asuntos y ello implica que la sociedad tenga acceso a las
redes y que pueda mantenerse conectada a ellas.
En opinión de
los tres especialistas que hemos citado, "los gobiernos nacionales tienen
la responsabilidad de asumir una visión estratégica enfrentando el advenimiento
de un mundo de intensa información". Esas estrategias incluirían:
-Creación de una
perspectiva compartida de la nueva era de las comunicaciones.
-Intensificación
del proceso de aculturación en materia de información.
-Generación de
los recursos humanos necesarios.
-Planeación
estratégica y administrativa.
-Aceleración del
desarrollo de la infraestructura para telecomunicaciones.
-Desarrollo y
prospectiva tecnológicos.
-Inicio e
impulso a la reestructuración organizativa.27
Compartir
perspectivas, resulta pertinente no sólo entre los gobiernos nacionales, sino
entre ellos y sus respectivas comunidades sociales. El proceso de aculturación
al que se refiere la anterior lista de tareas, de hecho ya existe y lo
importante es entenderlo para aprovecharlo en lugar de dejar que nos apabulle.
Ese, sería el primer paso para propiciar recursos humanos, como parte de la
mencionada planeación.
Estados
Unidos: empleo, educación, industria y ciencia
Las nuevas
tecnologías de la información, que tienen como centro a la comunicación
ciberelectrónica, son indispensables en cualquier política nacional de
desarrollo. Así se comienza a entender en los países de mayores recursos y, con
mayor lentitud, en naciones como las de América Latina. ¿Cuáles son las
políticas que en materia de comunicación cibernética se echan a andar en el
llamado Primer Mundo? En las páginas que siguen, presentamos un repaso,
inevitablemente esquemático pero, consideramos, suficientemente representativo,
de cómo en el llamado Primer Mundo se está pensando en articular al desarrollo
ciber-comunicacional con las sociedades y las economías de cada entorno
nacional y/o regional.
La estrategia
nacional más conocida es la que el presidente William Clinton y su
vicepresidente Abert Gore pusieron en marcha en febrero de 1993. El documento Tecnología para el crecimiento económico de
América. Una nueva dirección para construir el fortalecimiento económico,
expresa en sus primeras líneas:
"... la
medida más importante de nuestro éxito será nuestra capacidad para marcar
diferencias en la vida del pueblo americano, para aprovechar las tecnologías de
modo que mejore la calidad de sus vidas y la fuerza económica de nuestra
nación. Estamos caminando en una nueva dirección que reconoce el papel
trascendental que debe representar la tecnología en la estimulación y el sostenimiento
de un crecimiento económico de larga duración que cree puestos de trabajo de
elevada calificación y proteja nuestro entorno."28
Entre las líneas
de acción sugeridas por la Casa Blanca, están:
• Mejorar los
mecanismos de cooperación entre gobierno e industria.
• Aportación de
fondos oficiales para crear puestos de trabajo estables y gratificantes para
gran número de trabajadores. Acelerar el desarrollo de tecnologías capaces de
incrementar la productividad, el desarrollo local y regional y el respeto al
entorno.
• Educación
formal y formación: mejorar las calificaciones de los trabajadores americanos
mediante el incremento de la productividad y de la capacidad de acceso a la
educación y a la formación. Incorporar el hardware
y software que permitan aumentar la
productividad en el aprendizaje en las escuelas, las empresas y el hogar.
Conectar los centros universitarios a una red de comunicaciones de alta
velocidad. Formación de los individuos con especial ayuda para que los
estudiantes no se sientan aislados en su relación con la comunicación
electrónica ("crear un sentimiento de comunidad").
• Impulso a
otras actividades, como: medicina, oferta de programas y películas en
televisión, política industrial, apoyo a pequeñas y medianas empresas.
"La intención
final de la propuesta --considera el resumen que estamos siguiendo-- es crear
un entorno económico en el que pueda florecer la innovación técnica y donde la
inversión se vea atraída a experimentar nuevas ideas. Las tecnologías claves
para ello son las de información y comunicación, la fabricación flexible y la
tecnología del entorno. El documento hace hincapié en la necesidad de reafirmar
el compromiso con la ciencia básica."29
En el proyecto
Gore-Clinton, de esta manera, junto con una marcada esperanza en la capacidad
de la superautopista informativa para reforzar el sentimiento de comunidad y no
el aislamiento de los estadounidenses, destaca la intención de atender de
manera simultánea tres frentes en la expansión de la comunicación cibernética.
El primero sería
la propagación misma de las redes, merced al apoyo gubernamental pero en una
creciente traslación de estas responsabilidades a las instituciones académicas
y privadas. El uso de las redes con propósitos educativos, es insistentemente
enfático, entre otros motivos para combatir la impresión de que la SAI sólo
sirve para el entretenimiento y, peor aún, que el ocio posible en ella es
fundamentalmente catártico, ya sea en términos sexuales, ideológicos o de
cualquier índole. La propuesta de la Casa Blanca, de esta manera, desde
comienzos de 1993 enfrentaba la imagen, que luego tendría mayor fuerza, de las
redes como un espacio incontrolado y abierto a las más diversas perversiones.
En lugar de ello, Clinton y Gore destacan el aspecto más noble y tal vez más
útil, que es el apoyo a la educación, así como al mejoramiento productivo y por
tanto a la expansión del empleo. En ese texto se muestra a las redes como un
instrumento para el beneficio de la sociedad y no al revés.
La segunda línea
de preocupaciones se encuentra en el compromiso para impulsar, además de las
redes mismas, a la industria fabricante de programas y equipo de cómputo. Este
es uno de los aspectos que distingue de manera más frontal a la política
estadounidense de la que otros países, más tarde, han puesto en práctica para
la presencia de sus ciudadanos en las redes. Y no es un punto menor. El
gobierno estadounidense no quiere perder el avance que su país ya tiene en
dicha industria, en una posición que no sólo refuerza su presencia financiera y
comercial sino también cultural. El hecho de que la gran mayoría del software disponible, tanto para
comunicaciones como para otras utilerías, sea de origen estadounidense, ha sido
uno de los factores recientes y más importantes en la hegemonía de ese país
dentro y fuera de las redes cibernéticas.
El tercer
paquete de medidas, menos amplio pero quizá más ambicioso, es el que se deriva
del compromiso con la ciencia básica. No sólo el origen de la Internet, aparte
del padrinazgo militar, ha sido fundamentalmente en los recintos científicos,
sino que el desarrollo ulterior que pueda tener la comunicación ciberespacial
requerirá de un impulso sostenido a la investigación. Y ésta, aparte de buscar
rendimientos y aplicaciones muy específicas, tiene que mantener la mira en la
producción de conocimiento duro. De
allí que al preocuparse explícitamente por la investigación científica, la
política informática de los estadounidenses se coloque en una situación de
punta. Pocos países incluyen tales consideraciones en sus estrategias
informáticas.
El
camino informático de Europa
Habitualmente,
la referencia más común cuando se piensa en una política nacional para la
comunicación cibernética, son Estados Unidos. De hecho, no hay gobierno que
haya alentado tanto la propagación de las redes --aunque ahora emprenda el
camino hacia la privatización casi total del ciberespacio-- como el que tiene
su sede en Washington. No ha existido gobernante más entusiasta de un proyecto
de esa índole que el vicepresidente Albert Gore. Pero ni los afluentes de y
hacia la superautopista de la información se agotan en el modelo estadounidense
ni la hegemonía de ese país en éste como en tantos otros terrenos es apreciada
con tranquilidad en otras zonas del mundo. Mientras en América Latina ha
existido tardanza para el diseño de políticas propias, capaces de conferirle
contenidos y prioridades nacionales al desarrollo de la Internet y sus
afluentes, en Europa al menos desde 1994 ha existido una preocupación creciente
--traducida ya en documentos muy importantes-- para pensar y actuar con
criterios propios en la SAI. Se trata de auténticos proyectos de autodefensa,
preventiva o incluso competitiva, que tienden a rescatar intereses, valores y
criterios políticos, culturales y comerciales de los países que conforman a la
Unión Europea.
El
Libro Blanco de Delors, informática para el empleo
El primero de
una serie de intencionados y muy respaldados acercamientos europeos a este
asunto fue el documento elaborado por un grupo encabezado por el francés
Jacques Delors, con el título Crecimiento,
competitividad y empleo: pistas y retos para entrar en el siglo XXI. Se
trataba de sugerir vías al creciente y acuciante problema del desempleo, pero
las miras fueron suficientemente altas de tal suerte que, además, pudieron
incorporar reflexiones y propuestas relativas a la superautopista informativa.
Allí se dijo que el nuevo contexto de los cambios en el mundo está condicionado
por la sociedad de la información, en virtud de la cual "la apertura de un
mundo multimedia (sonido-texto-imagen) constituye una mutación comparable a la
primera revolución industrial". Tales autopistas abren la posibilidad de
"responder a las nuevas necesidades de las sociedades europeas; redes de
comunicación en las empresas; generalización del teletrabajo; acceso
generalizado a una base de datos científicos y de ocio; desarrollo de la
atención preventiva y de la medicina a domicilio para las personas
mayores".30 De acuerdo con el experto Francisco Ortiz Chaparro,
las líneas fundamentales del plan Delors para las SAI serían las siguientes:
"Las
propuestas para la puesta en marcha de tales autopistas se centran en:
• Fomentar la
colaboración sector público-privado.
• Acelerar la
construcción de redes y la creación de servicios y aplicaciones de las
autopistas de la información.
Al igual que el
americano, el programa europeo se complementa con otras actuaciones en sectores
o actividades como:
• Redes europeas
de infraestructuras.
• Refuerzo de la
investigación y la cooperación, fundamentalmente en el campo de:
*Las nuevas
tecnologías de la información.
*La
biotecnología.
*Las
ecotecnologías.
• Formación y
educación a lo largo de toda la vida.
• Flexibilidad
de los mercados de trabajo, buscando una completa renovación de la política de
empleo.
Para ello, el
programa localiza lo que llama 'yacimientos de empleo', entre los que se
encuentran los relacionados con:
• Los medios
audiovisuales.
• El ocio y la
cultura."31
El Libro Blanco
tuvo la virtud de ubicar al desarrollo de las SAI dentro de una concepción
integral del crecimiento económico, con prioridades sociales entre las que
destaca la necesidad de crear empleos. Es decir, la reflexión europea a
propósito del ciberespacio, al menos en las élites políticas, no surgió sólo a
partir de la novedad mediática sino como resultado de un realismo económico que
no siempre tuvo precisiones al detalle, pero que permaneció como marco
conceptual para ser desarrollado en la medida en que avanzara la integración de
la propia Unión Europea.
El
Informe Bangemann, una política común
Muy poco
después, como parte de los complejos pasos para la integración de los países
europeos, la Unión encargó al especialista Martin Bangemann la elaboración de
un informe sobre las perspectivas de cohesión en el nuevo escenario de la
comunicación cibernética. El documento que resultó de un proceso de consultas y
deliberaciones y que serviría, a su vez, para nuevas reflexiones, ha sido
conocido como Reporte Bangemann, aunque su título amplio es Europa y la Sociedad de la Información
Global. Este ha sido el primer acercamiento para diseñar una política común
de desarrollo informático para una región específica en el mundo y, junto con
ello, tiene la peculiaridad de señalar prioridades capaces de articular pasos
similares en cada país.
Martin Bangemann
es vicepresidente de la Comisión Europea con Atribuciones en Tecnologías de la
Información y las Telecomunicaciones. Su ya célebre Reporte, preparado para la
reunión del Consejo Europeo en junio de 1994 en Corfú, estableció diez usos
considerados como de interés especial para Europa en la supeautopista de la
información, con metas muy precisas en cada uno de ellos. Se trata de una lista
de tareas que, por sí misma, es bastante explícita sobre las utilidades que
para el desarrollo económico y la administración pública puede tener la
interconexión transregional. Son las siguientes.
A) Trabajo a
distancia. Creación, en 20 ciudades para finales de 1995, de centros pilotos
que involucrarían a 20 mil trabajadores, con la meta de 10 millones de empleos
a distancia para el año 2 000.
B) Enseñanza a
distancia. Proyectos pilotos en por lo menos cinco países, capaces de ser
utilizados por 10 por ciento de las empresas más pequeñas y las empresas públicas,
para 1996.
C) Red de
universidades y centros de investigación. 30 por ciento de las universidades y
centros de investigación europeos, a estar vinculados por comunicaciones
avanzadas para 1997.
D) Servicios
telemáticos para pequeñas y medianas empresas. 40 por ciento de ellas estarían
empleándolos para 1996.
E) Control del
tráfico en carreteras. Un sistema para la vialidad transeuropea, conectado para
el año 2 000.
F) Control del
tráfico aéreo. Un sistema transeuropeo funcionando antes del 2 000.
G) Redes de
atención médica. Vinculación a escala europea, de proveedores de estos
servicios.
H) Licitación
electrónica. Una masa crítica de 10 por ciento de las autoridades adjudicadoras
de contratos públicos, para ser empleada en los siguientes dos o tres años.
I) Red de
administración pública transeuropea. Intercambio de información en materia de
impuestos, aduanas y derechos, estadísticas, seguridad social y atención a la
salud, establecido para 1995-1996.
J) Autopistas
urbanas de la información. En cinco ciudades europeas con más de 40 mil hogares
por ciudad, para 1997.32
En sus
consideraciones iniciales el Reporte Bangemann, elaborado por el Grupo de Alto
Nivel sobre la Sociedad de la Información, considera que el desarrollo
informático no ha de ser entendido como privilegio de unas cuantas empresas. La
apertura que sugiere estaría, así, lejana de la idea --tan arraigada en núcleos
empresariales poderosos de América Latina-- de que liberalización equivale a
competencia sin regulaciones. Se dice, así, textualmente:
"El Grupo
reitera la convicción de que el progreso tecnológico y la evolución del mercado
implican que Europa debe romper con políticas basadas en principios que
pertenecen a una época anterior a la revolución de la información.
"El factor
principal del surgimiento de nuevos mercados es la necesidad de un nuevo
entorno reglamentario que permita una competencia plena. Se trata de un
requisito indispensable para movilizar el capital privado necesario para la
innovación, el crecimiento y el desarrollo.
"Para
funcionar adecuadamente, el nuevo mercado requiere que todos los agentes estén
capacitados para participar con éxito, o al menos, que no inicien su
participación con desventajas importantes. Todos deben ser capaces de actuar
conforme a normas claras, dentro de un marco único, justo y competitivo.
"El Grupo
recomienda a los Estados miembros acelerar el actual proceso de liberalización
del sector de telecomunicaciones por los siguientes medios:
• abrir a la
competencia las infraestructuras y servicios que aún se encuentren sometidos a
monopolios;
• eliminar los
obstáculos políticos y las obligaciones presupuestarias no comerciales
impuestos a los operadores de telecomunicaciones;
• establecer
calendarios y plazos claros para la aplicación de medidas prácticas que
permitan alcanzar estos objetivos."33
El Reporte
Bangemann, como veremos más adelante, articuló no sólo un principio de
políticas comunes dentro del ambicioso proceso de integración de los europeos.
Además, fue punta de lanza para promover una conciencia informática que, en
Europa al inicio de los años 90, habitualmente era vista como lejana aspiración
futurista o como prescindible extravagancia costosa. Poco a poco, sobre todo a
partir de la insistencia del gobierno de Alemania, fue desarrollándose la idea
de que ningún intento de integración, pero especialmente ningún proyecto para
redimensionar a Europa en las nuevas condiciones del mundo, tendría éxito si no
contaba entre sus elementos principales el componente de la interrelación informática.
Corfú
y Bruselas: técnica y ciudadanos
A partir de las
reflexiones propiciadas en Corfú, los órganos de coordinación de la Unión
Europea profundizaron sus propuestas relativas a la sociedad de la información.
En julio de 1994, la Comisión encargada de conducir tales tareas elaboró un Plan de
Actuación que, ahora, detalla medidas
técnicas para tratar de uniformar los servicios de información con el fin de
facilitar la transmisión de datos y la interconexión de redes. Además, allí se
enuncian problemas como los de propiedad intelectual y privacía, entre otros.
Estos documentos cada vez tienen que ocuparse de asuntos más técnicos: los
formatos de las redes digitales, la creación de canales de banda ancha en los
que se puede conducir información audiovisual, las especificaciones de las
transmisiones por satélite y en general de los servicios de telefonía propicios
para tender una superautopista propia y enlazarse de manera óptima con las que
ya hay en el mundo, entre otras cuestiones. Pero al mismo tiempo, no pierden el
aliento conceptual relacionado con los contenidos de los mensajes, los fines
educativos y culturales y los aspectos legales y éticos que suscita la
expansión de las redes cibernéticas.
Esa misma
congruencia se puede apreciar en las Conclusiones
de la conferencia ministerial del G7 sobre la sociedad de la información,
que sirvió de base a un encuentro de los ministros de las naciones más
industrializadas del mundo con miembros de la Unión Europea, en febrero de
1995, en Bruselas. Allí se dice, como marco de referencia para una muy
interesante colección de preocupaciones, que:
"Los
avances conseguidos por las tecnologías de la información y las comunicaciones
originan cambios en nuestra forma de vida: la forma en que trabajamos y comerciamos,
el cómo educamos a nuestros hijos, cómo estudiamos e investigamos, la formación
que recibimos y las diversiones que disfrutamos. La sociedad de la información
no sólo afecta las relaciones entre las personas, puesto que exige, además,
organizaciones más flexibles, abiertas a la participación y
descentralización."
Allí hay una
concepción optimista, que no deja de hacerse cargo de problemas jurídicos,
técnicos e incluso sociales y políticos, pero que insiste más en las bondades
que en los peligros de la comunicación cibernética y las tareas relacionadas
con ella. La idea de que la competencia y la inversión privada serán el
aliciente primordial de esa sociedad de la información, no soslaya la necesidad
de que su expansión esté al servicio de los ciudadanos. El papel de los estados
nacionales no se menciona de manera explícita, a no ser como promotores
indirectos de toda esa nueva fase, pero es evidente que sin gobiernos que la
impulsen y regulen no habría tal sociedad de la información. El hecho mismo de
que esas declaraciones surgieran de un encuentro de gobernantes y no de una
convención de empresarios, da cuenta de que, pese al discurso reivindicador del
mercado como motor de la nueva era informática, el papel del poder político
sigue siendo inevitable. Por su importancia en sí mismo, pero además por la
utilidad que puede tener como ejemplo para el diseño de políticas nacionales y
regionales en países como los de América Latina, reproducimos íntegro dicho
documento, como Anexo 2 de este trabajo.
El
toque francés y la Infovía española
De manera
paralela a los pasos de integración a partir de las conexiones en redes y sus
usos variados, en cada una de las naciones europeas se desplegaron proyectos
peculiares. En Francia, desde los años ochenta se popularizó el uso del
minitel, una red de información básica que llegaba por vía telefónica a
pequeñas terminales instaladas en cada hogar, especialmente en las zonas
urbanas. A través del minitel, los franceses consultan el directorio
telefónico, se enteran de horarios de espectáculos y transportes, conocen
algunas noticias recientes y efectúan compras con cargo a sus líneas de
crédito. Es, por así decirlo, un Internet en miniminiatura. Desde luego no
tiene la versatilidad de las redes electrónicas más recientes, pero fue pionero
en este tipo de comunicación para integrar a una sociedad en torno a intereses
y servicios comunes.
Por lo que toca
a su política informática para el resto de los 90 y de cara al siglo XXI, los
franceses han tenido sus propias metas y deliberaciones. Un reporte presentado
al gobierno francés por el especialista Gérard Théry, con el título Las autopistas de la información,
propuso una lista de nuevos servicios en la SAI, entre los cuales se
encontraban los siguientes:
A) Nuevas
oportunidades de publicación electrónica para las compañías francesas editoras
de periódicos y libros, desde las noticias e indicadores financieros hasta
trabajos de referencia y soporte.
B) Nuevas
actividades audiovisuales, combinando la televisión y las telecomunicaciones,
incluyendo turismo, publicidad, el mercado de arte, el transporte.
C) Videojuegos.
D)
Comunicaciones internegocios y entre oficinas administrativas del Estado para
asuntos fiscales, de seguridad social, etcétera.
E) Transacciones
comerciales con el público, lo mismo bancos, que compañías de seguros y
servicios de venta a domicilio: todos juntos podrían producir una auténtica
mutación de la sociedad y llegar a ser "una clave para el desarrollo en
las sociedades postindustriales".
F) Mejorar el
cuidado de los ancianos.
G) Renovar
"la gran tradición francesa del servicio público" en asuntos de
educación, medicina, bibliotecas y museos.
H) Nuevos
servicios de telecomunicación, "especialmente el videófono".34
Llama la
atención el contraste entre el frío y preciso utilitarismo que el Reporte
Bangemann encuentra para la superautopista informativa Europea y el espíritu
humanista, incluso flexible y lúdico, del documento Théry. Aunque sus
propósitos son similares, el primero destaca el apoyo informático para la
infraestructura laboral, educativa y logística, en tanto que el otro antes que
nada pone el énfasis en las utilidades de las redes informáticas en la creación
de nuevas formas para la propagación de la cultura. El documento francés, en la
mejor tradición del iluminismo que no está reñido con el humanismo, contempla
enfoques modernos para la lectura, el arte, la protección de sectores sociales
como los ancianos y no deja de incluir tareas de comercialización financiera y
de reforzamiento de la administración pública. Son dos enfoques, no
necesariamente contrapuestos, que sirven como ejemplo de lo que pudiera ser una
política informática en países de otras regiones.
El caso español
se menciona en numerosos sitios de este libro. Para el final de 1995 se
estimaba que había unos 150 mil españoles conectados al ciberespacio35,
por distintas vías comerciales, institucionales o académicas. En enero del 96
se abrió la Infovía, la primera superautopista cibernética en ese país, a cargo
de la Telefónica de España y que, inicialmente, contaba con la participación de
119 empresas que ofrecían variados servicios de información y venta. Allí se
podía encontrar desde La Tienda en Casa de El Corte Inglés, hasta servicios
bancarios, de información cultural y local (como, entre otras, la página del
Ayuntamiento de Barcelona) y posibilidades de acceso a proveedores de
conexiones a otros espacios de la Internet .36
A diferencia de
la expansión de firmas comerciales y negocios de toda índole (incluso algunos
muy nuevos y originales) como está sucediendo en Estados Unidos, en Europa el
desarrollo de las redes cibernéticas tiene ritmos y pautas diferentes. Si bien
las opciones de compraventa están presentes y en buena medida permiten
financiar la expansión de la presencia europea en el ciberespacio, hay
ingredientes de otro tipo, como reconocía, en un recuento del crecimiento de la
Internet, la revista Newsweek:
"Pase lo que pase, el futuro de Europa no será idéntico al de Estados
Unidos. Las compañías europeas quizá nunca puedan rivalizar con las
estadounidenses, pero la revolución digital será mucho más que negocios. Será
cultura y ello creará nuevas vías para que las comunidades se unifiquen
--incluso debilitando a los gobiernos--".37
La
sabiduría japonesa
Una experiencia
más, también a evaluar en sus resultados en el futuro pero respecto de la cual
se pueden mencionar sus orientaciones iniciales, es la que se ha puesto en
práctica en Japón. En ese país, la irrupción de la Internet y sus derivaciones
tuvo lugar relativamente tarde pero como en tantas otras áreas de las nuevas
tecnologías, especialmente cibernéticas, los japoneses han procurado recuperar
con rapidez la ventaja que les llevan otras naciones. También en 1994, en mayo,
los japoneses tuvieron su proyecto de desarrollo para el ciberespacio, a cargo
del ministerio de Correos y Telecomunicaciones. Si lo comparamos con los dos
documentos antes mencionados, el europeo y el específicamente francés, podría
considerarse que el plan japonés tiene una mezcla de pragmatismo económico y
sensibilidad social. Su título mismo es paradigmático de la cultura en donde se
origina y de los propósitos que, al menos en el papel, se esperaría cumplir en
la intensificación del uso de las superautopistas informativas: "Reformas
Hacia la Sociedad Creativa Intelectualmente del Siglo 21".
En ese documento
se mencionan las siguientes áreas, que serían atendidas por el Programa para el
Establecimiento de un Alto Desarrollo de la Infraestructura en
Info-Comunicaciones:
A) Trato con una
población anciana, en un país en donde para el año 2101 se espera que 21 por
ciento de la población tenga más de 65 años.
B) Rectificar la
sobreconcentración en áreas urbanas; en la actualidad 25 por ciento de la
población está ubicada en el área mayor de Tokyo y 60 por ciento de las
compañías japonesas más grandes operan allí.
C) Reforma de la
estructura económica del Japón, para compensar la salida de manufacturas al
extranjero.
D) Lograr un
estilo de vida confortable, que represente un cambio más allá del bienestar
material, rumbo a la calidad de vida espiritual.
E) Reformas
hacia una sociedad más abierta, especialmente abierta al comercio exterior.
F) Promoción del
entendimiento mutuo de las culturas entre Japón y otros países.
G) Atención a
los problemas ambientales.38
En este proyecto
de desarrollo informático se contemplan también valores que no se limitan a la
acumulación financiera, el intercambio comercial o la solidificación del
Estado. La sociedad, entendida como deseablemente "más abierta", la
vida que se busca sea "más confortable" e incluso la "calidad de
vida espiritual", son prioridades que desde luego tendrían que traducirse
en propuestas y medidas más específicas. Pero no dejan de llamar la atención
las miras altas que, según ese Programa, se buscaría satisfacer con una
política de intensa promoción de la informática.
Los japoneses,
sin haber participado directamente en la creación ni en la expansión de las
redes, están convirtiéndose en usuarios interesadamente ávidos. En el
transcurso de 1994, el uso japonés de las redes se duplicó, para alcanzar 2
millones de nipones con direcciones de correo electrónico y 1,524 redes ligadas
con la red global. En ese año, la presencia japonesa en el intercambio de
mensajes electrónicos llegó a equiparar la de Francia, Alemania o Gran Bretaña.
Uno de los impulsores de la presencia de ese país en el tráfico internacional
de mensajes electrónicos, Jun Munrai, director de Internet Iniciative Japan
explicaba, a su manera: "Cuando el japonés ve que algo es nuevo y
conveniente, lo vuelve popular con gran rapidez".39
Posiblemente hubiera alguna contradicción entre la sabiduría manifestada en el
programa de Reformas para la Sociedad Creativa y el utilitarismo, más cerca de
la obsesión consumista, que parece definir al menos a buena parte del
crecimiento en la presencia japonesa en la Internet. El promotor Munrai ha sido
denominado "el samurai de la Internet" como expresión de la
agresividad que su empresa y sus colegas se proponían desplegar en el avance
japonés dentro de las redes.
¿Patrimonio
de la humanidad? Convicción, necesidad o coartada
No se puede
prescindir del Estado. En algunas ocasiones se hace demagogia con la suposición
de que las fuerzas del mercado se bastan para moderar el intercambio dentro de
la sociedad. En otras, se pretende que el Estado se basta sólo para proveer y
regular. Ninguno de ambos extremos ha funcionado en incontables experiencias
históricas, de tal suerte que con o sin nuevas corrientes de interpretación y
organización de los sistemas políticos, pareciera claro que el Estado tiene
tareas insustituibles, de la misma forma que la sociedad necesita garantías --y
reglas-- para desplegar sus mejores capacidades.
En el caso del
ciberespacio puede considerarse que no habría navegación posible --Internet no
hubiera existido-- de no ser por los patrocinios estatales. Fue debido al
interés estatal, primero con fines bélicos, luego académicos y más
recientemente con el propósito de estimular el intercambio de información y
crear un soporte a la educación, que en varios países la Internet nació y
creció. Así sucedió especialmente, pero no sólo, en Estados Unidos. Es ese
interés surgido a su vez de la necesidad de la sociedad para que existan regulaciones
capaces de impedir, o al menos moderar, la preponderancia de los consorcios más
fuertes, el que requeriría de una intervención estatal constante en el impulso
a políticas específicas de crecimiento, diversificación, promoción y regulación
de las redes.
Cuando decimos
regular no queremos decir imponer, vetar ni censurar. La regulación deseable
por parte del Estado, en el tema que nos ocupa, consiste esencialmente en
facilitar el acceso equitativo de los individuos y empresas interesados en
ello, a la infraestructura para la comunicación cibernética: equipo de cómputo,
módems y muy especialmente, líneas telefónicas en cantidad y calidad
suficientes.
El Estado tiene
responsabilidades que nadie puede sustituir, en el mantenimiento y la
ampliación de condiciones materiales, así como el acceso de los individuos y
grupos de la sociedad a la comunicación por redes electrónicas. Pero además,
hay asuntos ligados con la soberanía de cada país que obligan a la atención
estatal.
Ningún medio,
como las redes, permite no sólo la divulgación de mensajes capaces de cruzar
fronteras sin barrera posible, sino además la retroalimentación entre
ciudadanos de uno y otro países. Además de la información unidireccional, de un
punto a muchos, que hay en medios convencionales como la televisión y la radio,
en el ciberespacio existe posibilidad de interacción constante, creciente y en
todos los niveles. Junto con ello, se encuentra la viabilidad técnica para que
un país pueda querer influir sobre otros. Eso, podría decirse, ocurre también
con todos los medios: la radio estadounidense ejerció poderoso efecto sobre las
sociedades europeas del Este durante la postguerra, o en el sudeste asiático. Y
no se diga del predominio mundial del modelo estadounidense de televisión.
En el caso de
las redes, tenemos el hecho adicional de que tienen posibilidades para llegar a
cubrir, o al menos identificar, los intereses específicos de cada ciudadano que
se conecta a ellas. Además, en ellas pueden transitar archivos con información
que pudiera ser relevante para el interés estratégico de una nación.
La pertinencia
de que existan políticas estatales como las antes señaladas (y que en algunos
casos se cumple en experiencias como las europeas y japonesa que hemos
mencionado páginas atrás) oscila entre la expectativa entusiasmada ante la
maravilla de la democratización electrónica y el reconocimiento preocupado de
las limitaciones que puede tener un ciberespacio dominado por los más
poderosos.
Ante el dilema
de quién o quiénes son propietarios del espacio cibernético, las grandes
naciones han reaccionado con inusitado comedimiento. Quizá están aprendiendo
lecciones derivadas de la voracidad con que, en tiempos no muy lejanos,
mostraron los gobiernos más poderosos cuando se trataba de distribuir las posiciones
para colocar satélites en órbita sobre la Tierra o, poco antes, al repartir los
sitios para ocupar segmentos del espectro radioeléctrico, en el cual se
propagan las señales de radio y televisión. En esos casos, importantes
gobiernos de Norteamérica y de Europa buscaron quedarse con los sitios más
importantes, propiciando larguísimas discusiones en los foros internacionales
donde se ha buscado dirimir tales asuntos.
En el caso del
espacio cibernético, al menos en un comienzo ha existido una actitud diferente.
Quizá en ello influye el hecho de que, en sus inicios recientes, la Internet se
desarrolló en un espíritu de fraternidad y camaradería, propio del ánimo que
prevalece en los ambientes universitarios en donde surgió y de los usuarios
ligados fundamentalmente al mundo académico. Además, al menos todavía, las
dimensiones del ciberespacio son ilimitadas, pueden crecer constantemente y aún
no ha sido necesario que se definan parcelas de propiedad específica dentro de
él.
Como quiera que
sea, la idea de que el espacio cibernético y sus posibilidades son de todos, ha
sido una distinción importante en este medio de comunicación e interrelación, a
diferencia de otros. A partir de insumos como el ya citado Informe Bangemann, delegados
del Grupo de los Siete se reunieron en Bruselas, en febrero de 1995, para
discutir la evolución de las superautopistas de la información. Es muy
interesante el carácter de patrimonio de la humanidad con que, de entrada al
menos, asumieron a ese recurso informático y cultural. Una revisión de lo que
allí se dijo, consideraba y citaba:
"El
servicio universal es fundamental para la sociedad de la información... Si
vamos a ver una auténtica superautopista global de la información, por
definición, cada ciudadano debe contar con alguna forma de acceso a ella. La
anfitriona de la cumbre, la Comisión Europea, entiende a este iluminador
servicio universal como una filosofía nodal en el documento principal de la
Conferencia:
"El acceso
a la información es un derecho básico de cada ciudadano... Los beneficios de la
sociedad de la información no deben ser limitados a los negocios, sino que
debieran estar disponibles al conjunto de la sociedad. La cohesión social,
tanto en un contexto nacional como a escala mundial, requiere que todos los
ciudadanos, dondequiera que vivan, puedan beneficiarse de la información
esencial a un precio razonable."40
Desgobernación en EU,¿improvisación en América Latina?
Pero esa
disponibilidad depende de que existan recursos y reglas. Los primeros están
supeditados al desarrollo de cada país y a la importancia que cada gobierno y
sociedad le confieran al desarrollo de la comunicación electrónica y sus
posibilidades. Las segundas dependen de que haya legislaciones nacionales e
internacionales, así como decisiones de Estado capaces de propiciar (o al menos
intentar) que las redes no se queden sólo en manos de las élites que en cada
país sean capaces de manejarlas y usufructuarlas.
En América Latina
hay un desarrollo tardío pero sobre todo desigual de la cibercomunicación. Por
un lado, se trata de un recurso al que se sigue viendo como exótico y complejo.
Por otro, la construcción de la infraestructura capaz de conducir los mensajes
por este medio tiende a quedar supeditada, como ya mencionamos, a poderosas
empresas privadas. No sirve de nada asustarse o lamentarse ante esta situación.
Es preciso tomarla como la realidad que es, tanto en la construcción de las
reglas y costumbres que hagan falta, como para la reflexión sobre los
beneficiarios de la expansión del ciberespacio.
Las redes y sus
capacidades comunicatorias, vale repetirlo para insistir en la importancia del
manejo de sus componentes, son posibles gracias a la comunión entre
computadoras y teléfonos. La industria del equipo de cómputo ya se encuentra,
de por sí, condicionada por el interés de las grandes empresas capaces de
diseñar, fabricar y comercializar hardware
y software. La telefonía, por su
parte, se encuentra sometida a un prácticamente irreversible proceso de
privatización. El ciberespacio, si bien no siempre de manera directa, se
traduce antes que nada en negocios para quienes venden el equipo que hace
posible la navegación en las redes o para quienes facilitan la conexión a ellas.
La
infraestructura comunicacional, en casi todos los países, tiene ya cimientos a
partir de los cuales se pueden edificar nuevos soportes a las redes de
información; persiste el dilema, que sólo puede resolverse en cada
circunstancia, sobre el peso que la inversión estatal puede y/o debe tener, al
lado de la de carácter privado. En todo caso, insistimos, ese no parece
constituir un asunto que pueda resolverse sólo a partir de los criterios
gubernamentales, aunque desde luego tampoco de acuerdo con las veleidosas pero
interesadas fuerzas del mercado.
Con frecuencia,
las grandes empresas de capital fundamentalmente doméstico han crecido a pesar
de las necesidades nacionales, sobre todo de carácter social, más que
compartiéndolas. De esta manera, los privilegios y oportunidades que pudieran
tener en el funcionamiento de las telecomunicaciones (que, insistimos, no son
sólo negocio, sino una de las extensiones contemporáneas de la cultura) las
empresas privadas, antes que nada tienen que ganárselos. Esa premisa, que vale
para los negocios locales, con más razón es pertinente en el caso de las
inversiones extranjeras.
Un cambio de
actitud deseable tendría que producirse entre las empresas locales, sobre todo
en aquellas situaciones en las que el mercado ha estado dominado, o de plano
acaparado, por una sola firma o un grupo cerrado de firmas, como sucede
frecuentemente en las telecomunicaciones. Se ha dicho al respecto, desde
posiciones comprometidas con puntos de vista empresariales: "Los gobiernos
de la región no pueden ignorar su misión de ser los promotores de las
tecnologías más útiles para las economías nacionales. Los monopolios privados y
públicos no deben oponerse testarudamente a la competencia".41
Otro cambio de
actitud está ocurriendo en el apoyo estatal a las redes de información. En
Estados Unidos, el gobierno durante dos décadas y media subsidió a la Internet.
Apenas ahora, ante el crecimiento de la red de redes, que ha implicado la
comercialización de una buena parte de sus usos, se ha considerado la
posibilidad de privatizarla, en parte o toda. Es un asunto a debate en aquella
nación, en donde las comunidades académicas sienten suya a Internet (y, de
hecho, así es aún en buena medida) como uno de sus derechos ya adquiridos y
cotidianamente ejercidos. Se ha estimado que cada año, el subsidio a Internet
alcanzó los 12 millones de dólares.
Evidentemente,
el financiamiento público ha tenido un efecto decisivo en el éxito de las redes
electrónicas. Sin el patrocinio gubernamental, que sobre todo en Estados Unidos
permitió que Internet y sus afluentes crecieran, primero en las universidades y
luego en otros sectores, la red de redes no hubiera tenido el crecimiento
geométrico que ha experimentado, sobre todo ya en los años noventa. Sin
embargo, cada vez son más las voces que desde la administración pública en ese
país sostienen que el gobierno debe dejar de patrocinar indiscriminadamente a
la Internet. Tales opiniones coinciden con las de quienes defienden la
expansión de las redes privadas, que cada vez contemplan con mayor interés y
voracidad la posibilidad de no sólo crecer en sus espacios accesibles sólo
mediante una cuota financiera, sino incluso en los espacios públicos de las
ciber-redes.
En la primavera
de 1995, Washington dio los primeros pasos, aún tentaleantes pero en un claro
rumbo privatizador, para irse alejando de Internet, al menos en parte. El 30 de
abril fue suspendido el patrocinio a las tareas en informática sostenidas hasta
entonces por la Fundación Nacional de la Ciencia, considerada como "la
principal dependencia científica y técnica del gobierno federal, que ha
otorgado una cifra estimada de 12 millones de dólares en subsidios anuales a 2
mil universidades, instituciones de investigación y organismos gubernamentales".
Instituciones como ésas fueron prevenidas tiempo antes para que buscaran apoyos
en redes privadas. La Fundación iniciaría entonces una red alternativa de alta
velocidad, destinada exclusivamente para científicos y académicos, tratando de
rescatar una de las funciones originales de la Internet.
De esa manera
comenzó el fin del apoyo federal a la expansión de Internet, iniciada alrededor
de 26 años antes. Un funcionario de la Sociedad Internet, la institución que
congrega a científicos de todo el mundo interesados en el desarrollo de las
redes, consideró que era un paso plausible: "Es una fortuna para la
comunidad Internet. Permite una robusta competencia entre muchos proveedores
que podría dar como resultado precios más bajos y un mejor desempeño conforme
los servicios compitan entre sí por el tráfico, los usuarios y la cobertura
geográfica". Sin embargo, las consecuencias que podía alcanzar esa
decisión gubernamental no eran del todo claras. No significó un alejamiento
total del gobierno estadounidense respecto de las redes: los espacios de
servicio y consulta como la Biblioteca del Congreso y la Casa Blanca, se
mantendrían y ganarían nuevo impulso.42 Pero esas son zonas del
ciberespacio que se pueden consultar lo mismo a través de los afluentes
tradicionales de Internet --desde redes universitarias o de instituciones
públicas-- que desde servicios privados. Quizá la consecuencia mayor fuera el
efecto demostración que esa política de privatización de las redes pudiera
tener en otros países. En Estados Unidos, el gobierno se podía dar el lujo de
retirarse del fomento directo a la comunicación cibernética porque, al mediar
la década de los noventa, ya existía una infraestructura sólida y de
crecimiento prácticamente asegurado, tanto en instituciones académicas como por
parte de los servicios comerciales. Aún así, esa era una decisión discutible.
En países en
desarrollo, como los de América Latina, la abstención estatal respecto del
impulso a las redes podía significar, en caso de ocurrir, un estancamiento
histórico.
En esta región,
no hemos tenido un interés gubernamental parecido al de naciones desarrolladas.
Por un lado, cuando hemos advertido la utilidad de Internet, nos hemos colgado de esa red de redes,
aprovechando el subsidio que le otorga el gobierno estadounidense y, casi
siempre, con el patrocinio local de universidades públicas. Por otro,
prácticamente no hemos sido capaces de crear opciones parecidas, con una
interacción entre la academia y los negocios, entre los usos comerciales y no
comerciales, los privados y los públicos. O los intentos que hay, son muy
modestos.
En todos o casi
todos los casos latinoamericanos, no hay condiciones para que los gobiernos,
como el de Estados Unidos, se ausenten del patrocinio a las redes de
comunicación electrónica, por la sencilla razón de que en nuestros países ese
apoyo prácticamente no ha existido. Lo pertinente es avanzar hacia donde se
encuentran otras naciones en materia de información electrónica, no pretender
el retorno de un punto al que no hemos llegado.
Respecto de
todos estos desafíos, los países de América Latina suelen ser desprevenidos.
Por un lado, es evidente que las carencias sociales más urgentes dejan en un
término muy secundario a los asuntos del desarrollo tecnológico y más aún, tratándose
de novedades aún insuficientemente entendidas como las de la circulación de
información electrónica. Pero además, suele ocurrir que los pocos recursos al
respecto se empleen de manera dispersa, lo mismo en el plano nacional de cada
país que en el espacio regional.
De esta manera,
ha sido como los principales esfuerzos para crear sitios latinoamericanos en el
ciberespacio han sido emprendidos por instituciones universitarias, o por
empresas privadas. En México, la Universidad Nacional Autónoma de México es
pionera en este campo y todavía a mediados de la última década del siglo ha
conservado el liderazgo: el servidor de la UNAM es empleado por numerosas
instituciones, tanto académicas como, el algunos casos, también privadas. Entre
las primeras compañías particulares que han ofrecido servicios al público de
este país se encuentran SPIN, Internet (denominación de una empresa privada) y
Compuserve de México y, después de ellas, varias docenas más. La crisis
económica de 1994-1995 y el consiguiente desajuste en la paridad del dólares
respecto del pero, postergó otros proyectos, como el de America On Line para
ampliar sus servicios a México.
Por lo general,
en otros países latinoamericanos el único acceso a las redes es a través de
enlaces con pequeños nodos de empresas estadounidenses, o por conexiones
también modestas a servidores universitarios que no siempre están ligados a
todo el espectro de Internet. En la World
Wide Web, por ejemplo, el desarrollo de servidores latinoamericanos estuvo
inicialmente restringido a dos o tres países.
En Brasil la
situación en las redes, a escala menor, muestra menos proclividad a ser
dominada por el espíritu privatizador. Embratel, empresa estatal, comenzó
apenas a la mitad de la década de los noventa, con una red que abarcaba
inicialmente sólo 250 usuarios. Para 1996 estimaba tener conectados ya a 12 mil
suscriptores y en dos años más, a 120 mil. La mencionada empresa ofrecía
servicio de conexión a velocidades relativamente altas, de 28, 800 bits por
segundo, pero se enfrentaba, entre otras dificultades, al costo alto de las
líneas telefónicas: cerca de 5 mil dólares cada una.43
En Argentina,
otra empresa pero en ese caso privada, Telintar, controlada por las compañías
Argentina y Telecom, era la única autorizada para ofrecer servicios de
transmisión de datos, incluyendo las conexiones a Internet. Es decir, en ese
esquema está autorizado el funcionamiento de pequeños servicios de correo
electrónico y de tableros de boletines electrónicos, pero no así el acceso a
espacios como la WWW, excepto si se hace a través de Telintar.
En Chile dos
proveedores ofrecían, en 1995, acceso a Internet. Uno de ellos es la Red
Universitaria Nacional, ligada a la Universidad de Chile. El otro, la Red de
Computadores de la Universidad Católica. "Según la Internet Society, Chile
es el tercer país de la región en cantidad de puntos de conexión (actualmente
llegan a 4 mil) y experimenta la tasa de crecimiento más alta de América
Latina".44
Incluso la
información sobre estas experiencias es notablemente limitada. En las redes
mismas, o en otros espacios de intercambio gubernamental y/o académico, es
posible encontrar abundantes detalles sobre el desarrollo de las redes en Asia,
en Europa y desde luego en Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, los datos
sobre América Latina llegan a ser auténtica extravagancia. Más aún, lo son los
intentos para llegar a tener en este campo una política conjunta, o al menos
coherente, por parte de las naciones de
nuestra región.
Cooperación,
una fórmula difícil pero imprescindible
Con frecuencia,
la cooperación entre los países latinoamericanos --hay que reconocerlo-- se
queda en los discursos y no trasciende a las políticas específicas. En cambio,
en otras latitudes ya hay pasos para la creación de medidas comunes respecto de
la información electrónica. Estados Unidos, Japón y los Tigres que se han revelado como potencias económicas en Asia, han
tomado el impulso de políticas de Estado para la propagación de redes de datos,
como prioridades muy destacadas. No hay alianza formal porque la competencia
mutua se impone a los intentos de cooperación, pero existe un bien conocido
flujo de información y sobre todo de intercambio y apropiación tecnológicos.
Europa ofrece la
mejor experiencia de construcción de una política común. En junio de 1994 el
Consejo de Ministros de la Unión Europea, reunido en Corfú, aprobó la creación
de un Consejo especial dedicado a construir la sociedad de la información en
Europa. Esta sociedad ha sido entendida como "un sistema económico-social
que utilice de forma óptima los recursos fundamentales del futuro, que serán
cada vez más la mente, la inteligencia y el conocimiento".45
Los países
latinoamericanos podrían encontrar fuente de inspiración y sugerencias en el
Informe Bangemann que el comisionado de ese apellido entregó al Consejo de la
Unión Europea. En ese documento, descrito páginas atrás, se proponen políticas
de cooperación entre empresarios privados y gobiernos, en diez áreas
específicas de aprovechamiento de las redes de información que van de la
educación a la salud, desde el tránsito por carretera hasta las interconexiones
para pequeñas empresas, desde las administraciones gubernamentales hasta las
decisiones en las ciudades.
Después de
Corfú, en octubre de 1994 se reunieron en Madrid mil 500 expertos para revisar
las conclusiones Bangeman y el Libro Blanco. La nota periodística que informaba
de ese encuentro consideraba que, allí, "se esconde el proyecto más
ambicioso con que Europa se propone hacer frente a la ofensiva lanzada en el
campo del multimedia y de las autopistas de la información por Bill Clinton y
Al Gore en Estados Unidos".46
En junio de 1995
se anunció la interconexión de diez ciudades europeas a través de un sistema de
comunicación electrónica capaz de soportar
información digital, pero distinto de
Internet. Se trata de una superautopista
propia, conformada por una red de 10 mil kilómetros de fibra óptica, a través
de la cual se pueden transmitir señales de computadora pero también envíos de
voz e imágenes, a una velocidad mayor a otras redes. Esta autopista Europea
está pensada para interconectar escuelas de telecomunicaciones e intercambiar
información diversa, pero sus utilidades podrían ser mayores. Su singularidad,
que es el hecho de ser paralela a Internet, es sin embargo su principal
limitación. No sustituye a la conexión de los europeos con las redes
fundamentalmente nutridas desde Estados Unidos, pero constituye una opción para
que ellos mismos abran sus propios espacios. Una restricción nada menor es el
hecho de que los usuarios no europeos no necesariamente están contemplados en
ese proyecto. Inicialmente, la Autopista del llamado Viejo Continente, enlaza a
las siguientes ciudades: Madrid en España; Aveiro en Portugal; Nápoles en
Italia; Bruselas en Bélgica; Basilea en Suiza; La Haya en Holanda; Linz en
Austria; Lymerick en Irlanda y Londres y New Castle en Reino Unido. La
Universidad de Chemnitz, en el sureste de Alemania, quedó enlazada pero a
través de Internet, con lo cual se redujeron sus posibilidades de recibir
información de video y audio en la calidad que tendrán las otras plazas.47
Para cualquier
nación los costos de estas aventuras tecnológicas, si bien inevitables, son muy
altos. Se pueden abatir, o compartir, en proyectos de cooperación. Pero esta
colaboración no puede ser sólo entre gobiernos, si bien en dicho nivel resulta
imprescindible. Además, las exigencias de hoy y las mismas modalidades
trasnacionales de los negocios, implican que haya alianzas entre comunidades
empresariales, académicas y de otros segmentos de las sociedades de cada país.
No es fácil. La
falta de una cultura de la competencia empresarial, así como la extrañeza con
que se suelen tomar las innovaciones tecnológicas, implican un doble rezago
para el empleo de telecomunicaciones, con fines de negocios pero también en
otras áreas. Dice, al respecto, la editora de una publicación especializada:
"Los servicios de comunicaciones a los que sus competidores extranjeros
están acostumbrados, frecuentemente son demasiado caros o simplemente no están
disponibles para muchas empresas latinoamericanas. Por ejemplo, para utilizar
las redes internacionales en gran parte de Latinoamérica, las empresas deben
pagar tarifas prohibitivamente altas. En cambio, para sus competidores extranjeros,
el uso de estas redes es barato y por eso se emplean en forma cotidiana" .48
De hecho, la
cooperación internacional entre empresas llega a significar posibilidades de
expansión para ellas, junto con riesgos para sus Estados y desafíos nuevos a
los gobiernos. Un ejecutivo de la filial en México de una empresa trasnacional
de computadoras, nos platicaba hace poco que, para su firma, la dependencia
respecto del sistema mexicano de telecomunicaciones, a cargo de Teléfonos de
México y con regulación del gobierno federal, era cada vez menor. "¿Para
qué pagar las tarifas de Telmex, o para qué estar supeditados a la supervisión
del gobierno --nos decía-- si con una pequeña antena parabólica podemos
enlazarnos directamente con uno de los satélites en donde tenemos
permanentemente alquilado un transpondedor para uso de nuestra empresa?".
Buenos
Aires: reconocer crecimientos desiguales
Asuntos como
esos hacen de especial necesidad el intercambio de experiencias. Así, en marzo
de 1994 se reunió en Buenos Aires la Conferencia para el Desarrollo de las
Telecomunicaciones que aprobó una Declaración dedicada, especialmente, a
proponer políticas para la Unión Internacional de Telecomunicaciones. Se trata
de uno de los muy escasos intentos para construir, si no políticas compartidas,
al menos marcos de referencia comunes. Aunque esa reunión se efectuó en un país
latinoamericano, sus efectos fueron poco sensibles en nuestros países. De
cualquier manera lo que allí se dijo es rescatable, igual que ocurre con
diversos cónclaves y declaraciones de encuentros internacionales. Los expertos
suelen estar de acuerdo tanto en el potencial enormemente transformador, como
en los riesgos de las nuevas comunicaciones cibernéticas, entre los cuales
destaca la desigualdad entre las naciones. Sin embargo, esas convicciones no
suelen trasminarse ni al resto de las élites gubernamentales o académicas ni
mucho menos a las sociedades de cada país.
En la
Conferencia de Buenos Aires se hizo una advertencia útil respecto de la
colaboración entre naciones: "Cualquier cooperación estratégica para el
desarrollo de las telecomunicaciones, debe reconocer los diversos niveles de
crecimiento de los países en desarrollo. En tanto la convergencia entre
naciones que tienen media y alta teledensidad resulta recomendable, todavía hay
una creciente divergencia entre los de media y baja teledensidad. Este hecho
subraya la necesidad de poner especial atención a los requerimientos de los
países menos desarrollados".49
Las alianzas, o
los acuerdos por lo menos entre naciones con afinidades históricas y/o
culturales parecen prudentes, especialmente a la vista de la hegemonía de
Estados Unidos en la ocupación y el fomento de redes como la misma Internet. Al
mismo tiempo que los usuarios, actuales o posibles, de las redes electrónicas
en todo el mundo --Latinoamérica dista de ser la excepción-- miran hacia
Estados Unidos en busca de nuevos desarrollos, desde países como ése las
miradas de los empresarios de la informática y la comunicación se dirigen
insistentemente hacia el mundo de habla española.
"Pensamos
que América Latina es una de las grandes oportunidades",50 han
dicho funcionarios del sector privado refiriéndose al desarrollo posible de la
computación y las redes electrónicas. Pese a las vicisitudes económicas y a la
desigualdad que prevalece en nuestros países, existe un impulso hacia el
desarrollo que permite prever el consumo de cada vez más productos
informáticos.
En cada una de
las naciones de la región existen élites interesadas y con capacidad para
propiciar que la expectativa de inversionistas antes mencionada, pueda
cumplirse al menos en el empleo intenso de computadoras, programas y desde
luego de la comunicación cibernética. Otro factor que impulsa el desarrollo de
la informática en América Latina es la presencia de empresas estadounidenses y
el surgimiento de algunas de capital doméstico, para las cuales el empleo de
tales recursos ahorra capital y moderniza la producción y los servicios.
Una opción que
parecería natural para Latinoamérica sería el acercamiento informático con
España, como puente hacia el resto de Europa. Ya, al menos, entre los españoles
dedicados a estos menesteres parece haber algún interés para aprovechar e
impulsar, con criterios y valores iberoamericanos, las nuevas opciones de
intercambio, coutilización y propagación de información electrónica. Por
ejemplo, apenas a mediados de noviembre de 1994 el entonces vicepresidente del
Gobierno, Narcís Serra, presentó entre uno de los puntos estratégicos para una
política española de telecomunicaciones, el desarrollo de un mercado
audiovisual hacia Latinoamérica. De esta manera, decía la información
periodística, se lograría "aprovechar al máximo la ventaja cultural que
supone ser la cuna de una de las lenguas más habladas del mundo".51
El
vicepresidente Serra se refería al Acuerdo Estratégico en materia de
telecomunicaciones, aprobado un mes antes por el Consejo de Ministros. Allí se
consideraba que el principal valor de las telecomunicaciones no está en los componentes
ni en las redes, sino en la programación y en los derechos de autor. La apuesta
española por una presencia singular en las autopistas de información se
desplegaría por tres ejes: "Las comunicaciones móviles de voz y datos; la
generalización de la informática a distancia; y la liberalización o la apertura
a la competencia de mercados tradicionalmente situados en régimen de
monopolio".52
El idioma
español sería un elemento de identidad para una participación aventajada, de
ese país, en el mercado de las naciones en donde se comparte dicha lengua. Sin
duda, en estrategias como ésa, si se traducen en proyectos específicos y
conjuntos, hay un amplio campo dentro del que se puede avanzar. Sin embargo, la
mencionada nota periodística apunta que el vicepresidente Serra habló de
"la necesidad de desarrollar el mercado audiovisual español con proyección
hacia Latinoamérica" (el
subrayado es nuestro). No dijo con Latinoamérica.
¿Es exagerado
hablar de una posible nueva colonización? ¿Nuestras siempre erizables
susceptibilidades latinoamericanas podrían considerarse violentadas por esa
eventualmente agresiva y nueva incursión de la cultura y el comercio españoles,
ahora a través del cable coaxial o la fibra óptica, capaces de llevar en
directo la señal de la madre patria
hasta nuestras computadoras? Si reconocemos que en Madrid nos llevan ventaja en
materia de atención a estos temas, podemos encontrar motivos de preocupación no
por el interés de los españoles sino por la indolencia de muchos gobiernos y
estados latinoamericanos.
Pero, desde otro
punto de vista, es posible reconocer una presencia latinoamericana, cultural y
empresarialmente agresiva, en algunos espacios de la comunicación en
Iberoamérica. La firma mexicana Televisa, por ejemplo, hace tiempo ha buscado
propalar sus mensajes y hacer negocio entre los españoles. No lo ha conseguido,
nos parece que en buena hora para ellos y para su cultura. Si hemos de
aprovechar juntos mensajes y recursos, en este mundo de redes crecientemente
entrelazadas, será pertinente que elijamos qué compartir. Es deseable que los
mensajes que intercambiemos no sean los subproductos más baratos, en todos los
sentidos, que tienen nuestras respectivas subculturas.
Desde otra
perspectiva, es necesario reconocer que los instrumentos para la circulación de
ideas, enseñanzas y culturas, como la superautopista de la información, tienden
a estrechar al mundo. Un mensaje en Internet, dirigido por los afluentes
adecuados, puede llegar de manera instantánea a centenares o millares de destinatarios,
deliberados o casuales, más allá de cualquier otra frontera. Las posibilidades
que así tiene la propagación de la cultura son literalmente incontables.
Pero, ¿de qué
cultura hablamos, entonces? Al difuminarse por estas nuevas vías, la cultura deja
de ser nacional, por lo menos en los términos convencionales. Según los
parámetros conceptuales que usemos, puede considerarse que en la superautopista
informativa las culturas nacionales tienden a ser influenciadas de tal manera
que se desdibujan. Entonces, tendemos a construir una sola cultura universal
que ahora se manifiesta en ese espacio, por definición amplio, que constituyen
Internet y sus afluentes.
El papel de los
organismos internacionales en la promoción de proyectos comunes, capaces de
ahorrar recursos y propagar con mayor racionalidad (o con una racionalidad tal
que combine intereses nacionales con requerimientos regionales, tendencialmente
universales) parece cada vez de mayor importancia, en ese contexto de
información que cruza fronteras de manera instantánea y cotidiana. Tales
organismos, entre otras tareas, pueden crear bancos de información con
criterios, metodologías y fuentes de interés peculiares, promover pautas y
medidas de capacitación, así como servir de espacio para la evaluación de
experiencias nacionales y el intercambio de propuestas. Entre otros rubros,
resulta útil el contraste y enriquecimiento de experiencias sobre la regulación
legal, y administrativa, de los recursos que facilitan la existencia de la
superautopista informativa.
Después de todo, las redes son esencialmente globalizadoras. Sería
absurdo (pero puede ocurrir) que los gobiernos, en este caso latinoamericanos,
no hicieran nada para afrontar, conjunta o al menos coordinadamente, los
desafíos que imponen estos nuevos cauces de intercambio y beneficio, pero
también aturdimiento y vasallaje, que pueden ser las redes cibernéticas.
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Notas
1Soledad Robina, Bancos de información nacionales; la
búsqueda de soberanía informativa. Cuaderno del Instituto Latinoamericano
de Estudios Trasnacionales, México, 1986, pág. 13.
2La idea es de John Gilbert, David Nostbakken y Shahid Akhtar, en su
informe "Does the highway go south?", en Intermedia. Vol. 22, No. 5, Londres, octubre/noviembre de 1994.
3Moriyoshi Saito, "The social
mission of multimedia and broadcasting: the case of co-existence", en Intermedia, vol. 23, No. 1, Londres,
febrero/marzo de 1995.
4Bruce Willey, "Business networks in Latin America", en Telecommunications, enero de 1993.
5Carlos Salinas de Gortari, Sexto Informe de Gobierno. Anexo.
México, 1994, pág. 278.
6Tom McQuaide, "Digital communications: channels to new worlds,
not a collapse of culture", texto en torno a la Conferencia Anual del
Instituto Internacional de Comunicaciones en Tampere, Finlandia, en Intermedia, Vol. 22, No. 5, Londres,
octubre-noviembre de 1994.
7Bill Gates, "Información,
ocio y comunicaciones", El País,
Madrid, 26 de junio de 1995.
8Setephen J. Dalla Betta, "Telecom privatization in Latin
America", Telecommunications,
march 1994.
9Ibidem
10María Fernanda Matus, "Se unen Telmex y Televisa", Reforma, México, 21 de junio de 1995.
11Víctor Cardozo, "No hay
obstáculos para la alianza de Telmex con Cablevisión, dice la SCT", La Jornada, México, 22 de junio de 1995.
12Alicia Ortiz y Julieta Medina,
"Censuran unión Telmex-Televisa". Reforma,
México, 22 de junio de 1995. Entre otras opiniones, destacadas en la primera
plana de esa diario, estaban las del senador del Partido Acción Nacional José
Angel Conchello, quien exigía la presentación del secretario de Conunicaciones
para explicar públicamente las razones de esa decisión; la del senador del
Partido Revolucionario Institucional Gustavo Carvajal Moreno, para quien
"al paso que vamos pederemos espacios de soberanía" y la del senador
del Partido de la Revolución Democrática, Héctor Sánchez, que consideraba:
"Esta asociación es a todas luces anticonstitucional". El diario Reforma dio muy especial seguimiento
crítico a este asunto. La empresa que edita ese periódico, había intentado
montar un servicio de transmisión digital de datos sobre la Bolsa de Valores,
que fue boicoteado ante el silencio oficial de la Comisión Federal de
Competencia. Sobre esa experiencia, el director del diario publicó un
disgustado artículo: Alejandro Junco, "Una nueva nube en el horizonte de
México", Reforma, México, 23 de
junio de 1995. Se dijo que ese texto apareció también en The Wall Street Journal.
13Luis Rubio, "La ley y las
instituciones al servicio de Telmex", en Reforma, México, 9 de julio de 1995.
14Oscar Martínez Nicolás,
"Telefonía, en la antesala de la competencia", en El Economista, México, 27 de junio de
1995.
15Existen posibilidades para
transmitir por radio señales capaces de ser digitalizadas, pero esa tecnología
no parece tener demasiada utilidad, salvo en circunstancias muy especiales,
debido a la presencia de redes telefónicas de calidad en los países en donde el
desarrollo de la comunicación por Internet es más acentuado.
16Víctor Cardozo, "No hay obstáculos...", cit.
17"Aprueba el Senado brasileño
la apertura en telecomunicaciones". Cable de Reuter, en El Economista, México, 4 de julio de
1995.
18Alberto Montoya Martín del Campo,
México ante la revolución tecnológica. Diana, México, 1993, págs. 22-23.
19Ed Krol, Conéctate al mundo de Internet. Traducción de Hugo Edmundo García.
Mc Graw Hill, México, 1995, págs. 16 y ss.
20Umberto Eco, "Crítica del
periodismo", traducción de Adriana Guadarrama, de un ensayo tomado de
L'Unitá, en semanario de política y
cultura etcétera, No. 123, México, 8 de junio de 1995.
21Montoya, op. cit., pág. 218.
22Asociación Mexicana de
Telemática, "Política Nacional de Telemática", en Excélsior, México, 24 de octubre de
1994.
23Ibidem.
24Gilbert, Nostbakken y Akhtar, cit.
25Vicente Verdú, "La última
revolución del siglo XX", El País,
Madrid, 2 de noviembre de 1994.
26Raymond Snoddy, "Redes de
cable y satélite convergen en la demanda de comunicaciones", texto del Financial Times publicado en Excélsior, México, 17 de octubre de
1994.
27Gilbert, et. al., op. cit.
28Technology
for America's Growth. A New Direction to
Build Economic Strenght, citado por Francisco Ortiz Chaparro, "La
sociedad de la información", en Julio Linares y Francisco Ortiz Chaparro, Autopistas inteligentes. Fundesco,
Madrid, 1995, págs. 135 y ss.
29Ibid, pág. 137. Los conceptos
anteriores los hemos sintetizado de la versión que, a su vez, ofrece el
investigador español Ortiz Chaparro.
30Ibid., p 139
31Ibidem.
32Rex Winsbury, "Destinations on the Superghyway. How the USA,
the EC, France and Japan have mapped out their goals", en Intermedia, Vol. 23, No. 1, Londres,
febrero/marzo de 1995.
33Informe
Bangemann, en Ortiz Chaparro, op. cit., pág. 166.
34Winsbury, Ibid.
35Francisco Peregil,
"Españoles en Internet", en El
País, Madrid, 3 de diciembre de 1995.
36José F. Beaumont, "La gran 'autopista' electrónica
española" en El País, Madrid, 19
de enero de 1996.
37Oliver Morton, "Must Europe
Always Lag the United States?", en Newsweek,
Nueva York, 25 de diciembre de 1995 y 1 de enero de 1996.
38Winsbury, ibidem.
39Edith Terry, "Japan logs on
to the Internet", en Fortune, 5
de septiembre de 1994.
40Annelise Berendt, "Universal service: what is it, and
how?", en Intermedia, Vol. 23,
No, 2, Londres, abril/mayo de 1995.
41Karen Lynch, "La importancia
de actuar", Editorial en Communications
Week Latinoamérica, Washington, tercer trimestre de 1994.
42Michelle Quinn, "Se retiró
Washington de Internet". Servicio de The
New York Times en Excélsior,
México, 5 de mayo de 1995.
43Adolfo Casari,
"Internyet", en América
Economía, No. 95, mayo de 1995.
44Ibidem (Casari).
45Bruno Lamborghini, "Un
desafío cultural y social", en suplemento "Temas de Nuestra
Época", El País, Madrid, 21 de
julio de 1994. Lamborghini es director de Estudios y Estrategia del grupo
Olivetti.
46José F. Beaumont, "Cumbre
europea en Madrid sobre las 'autopistas de la información", El País, Madrid, 20 de octubre de 1994.
47Marta Rodríguez, "Dies ciudades unidas por la primera
'autopista' europea de la información", El País, Madrid, 27 de junio de 1995.
48Karen Lynch, op. cit.
049"Buenos Aires
Declaration on Global Telecommunications Development for the 21st
Century", Intermedia, Vol. 22,
No. 3, Londres, junio/julio de 1994. Por "teledensidad", ese
documento se refiere a la concentración de recursos en materia de
telecomunicaciones.
50Michael T. Masin, vicedirector de la empresa GTE. Citado en
"The Global Free for All", Business
Week, Nueva York, september 26, 1994.
51J.F.B., "Serra destaca el
valos español en las 'autopistas de la información'", El País, Madrid, 15 de noviembre de 1994.
52Ibidem.