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consultado marzo 18 de 2000
Cuadernos Ciberespacio y Sociedad Nº 3
Marzo 1999
El objetivo de este articulo es la elaboración de una Tele-ética para las interacciones sin rostro, cuyo principio sea el reconocimiento y la acogida del otro como sí mismo, con su identidad personal y su dignidad. Si lo más elemental de la ética es la postura frente a un rostro, es evidente que en la comunicación en línea tiene que establecerse algún tipo de forma de conducta en que apoyar la interacción a distancia. Si se produce la supresión del otro como rostro, nos enfrentamos a otro, en principio, vacío, y sin más señas de identidad que las primeras palabras de un mensaje. Las señas de identidad del otro tras la pantalla se cuestionan; en Internet nadie sabe si eres un perro. La interrogación sobre el reciente reemplazo del rostro por la pantalla marca el cambio de una cultura en la que hemos residido cinco siglos. Ahora la cultura es más ingrávida, no grabada. Del papel a la pantalla, de la pantalla al papel. No vivimos en la pantalla ni tampoco en el papel, cada vez más es el viaje que realizamos de un universo a otro de la comunicación. Uno más ingrávido, otro con historia. Hay un futuro claro para las palabras y las noticias, pero no para el papel.
Es el contacto y la presencia la que hace que las cosas vistas y tocadas sean cosas reales y, en particular, que los individuos que vemos y tocamos sean en nuestra percepción personas existentes e identificables. La condición humana se siente privada de contacto, privada de una comunicación sin palabras, de una comunicación rostro a rostro, en vez de pantalla a pantalla. Pero esto no supone tanto una pérdida como una reconversión del contacto. Esta mutación histórica que experimenta el contacto en las relaciones humanas se ve acompañada de una serie de problemas higiénicos que han propiciado unas relaciones planas y a distancia. Los cuerpos no se tocan. Cualquier interacción física posible consiste en una fusión de señales electrónicas enviadas desde lugares muy distanciados geográficamente. El SIDA (1), la contaminación, han proclamado las relaciones higiénicas, limpias, la relación sin contacto.
La responsabilidad lo es siempre hacia personas que son, en efecto, ADN y carne que entra por el tacto o los ojos, y de los que nos olvidamos a veces que son personas, precisamente porque hemos empezado a ignorar su mera presencia o contacto. Pero el campo sobre el que activar la responsabilidad se ha ampliado hacia los animales, la naturaleza en peligro de extinción, hacia los posible habitantes de otros planetas... El rostro se presta hoy mejor que las pantallas a imponer una responsabilidad sobre el ejecutor de las acciones. El rostro impide pero se resiste a las identidades múltiples, a la evolución, al intercambio de sexo. "Cabe leer muchas cosas en un rostro. La piel, su color, su textura, es una mina de informaciones, pues siempre dice más cosas de las que desearía confesar su portador. Con un poco de entrenamiento, de la observación de un rostro puede deducirse toda una biografía" (2). Se pierde el carácter de obligación moral al eliminarse el contacto. "La visión de las cosas siempre parece estar fuera de nosotros, mientras que al contacto nos causan la sensación buena o mala, de tenerlas en parte en nosotros, como al rozar un objeto repulsivo o al tomar la mano de alguien querido" (3). Nuestra instalación frente al otro, del que sólo nos llega su identidad electrónica, sus palabras, en un futuro no muy lejano, su imagen a tiempo real, no tiene imprevistos. Son encuentros meditados, en ciertas franjas horarias. No hay posibilidad del encuentro fortuito, de olfatear el olor en una habitación (por lo menos hasta el momento: Febrero de 1999). "¿Será beneficiosa la comunicación global instantánea por medio de los aparatos de fax, del correo electrónico y del teléfono, o sólo aumentarán la velocidad y la tensión de la vida moderna?" (4).
El concepto de responsabilidad no entra en crisis, sino que se convierte en un recién nacido en el entorno digital. Este concepto ha sufrido una mutación y del pasado sólo conserva su ortografía. "Cuando no nos asiste la experiencia real o figurada del tacto, restamos motivos y posibilidades para seguir manteniendo este concepto" (5).
La responsabilidad es mayor cuando tiene rostro. El rostro, el aliento, un apretón de manos, unas lágrimas, una sonrisa, el mal olor, el color de la piel... tienen más fuerza para desviar nuestras intenciones que las palabras. La interacción moral, según Kant, incluye una relación física; por eso, y análogamente al mundo físico, la conexión entre seres racionales no puede dejar de experimentar fenómenos de atracción y repulsión entre ellos
La sangre, aunque sea fácil, no es neutra, inodora, invisible. Tiñe nuestros votos y nuestras conciencias. La ética de la responsabilidad, es un concepto empleado por Max Weber en El político y el científico (Alianza Editorial, Madrid) para subrayar los alcances de las acciones de los políticos: la valoración moral de un acto, dice, debe tomar en cuenta sus consecuencias a partir del fin que con él se persigue. Es decir, una acción ha de ser juzgada en el contexto de sus consecuencias. Si asaltas un banco te juegas el tipo, tienes crítica social y conciencia del riesgo. Con pijama puedes asaltar un banco desde tu ordenador, pero la conciencia de riesgo no es la misma. A la irrupción en sitios no accesibles al público ahora se le llama curiosidad, en el código penal, "allanamiento de morada". La ética de la responsabilidad tiene un componente esencial, atender a las consecuencias de la acción. Y en Internet tendríamos que considerar, no solo desde el punto de vista de los aspectos legales, el estudio de acciones que tuvieran consecuencias "virtuales". Si no veo y no toco, el otro (individuo, se supone) será para mí sólo un dato objetivo, un conjunto de información estructurada con cierto sentido, una combinación de código binario; si lo toco constituirá, al contrario, un dato subjetivo, un recuerdo, una comparación con otro físico, una identificación de sus características personales y de sus defectos. Puedo comprender a alguien en una mirada que desborda el límite de las palabras. Esos sentimientos que surgen con el enfrentamiento con un rostro y el tacto son los que más influyen en el comportamiento moral, junto con la importancia de la proximidad corporal, la expresión facial, la postura, el olor y el contexto.
De todos los sentidos, el tacto y la vista son los sentidos de la reciprocidad. "Tacto y vista son hoy casi los mismos que hace 20.000 años, el hombre del Neolítico ya no mira ni palpa como el del Paleolítico medio, ni seguramente el de la actual era digital toca y observa como su antepasado de la primera época industrial" (6).
Las cuestiones éticas de la tecnología se discuten cada vez más en términos de responsabilidad. "La relación de alteridad o relación cara a cara, en tanto que relación ética, constituye el yo en sujeto moral, ya que nadie puede asumir la responsabilidad ante el otro. Una responsabilidad que está ya ahí antes que el yo, cuya libertad se funda al darle la oportunidad de decir sí o no al mensaje ético del rostro del ético" (7). La relación cara a cara ya no es imprescindible para la vida pública y la transmisión cultural.
Con el aumento del poder humano sobre la materia que lo rodea y sobre la esencia de su propio cuerpo (ADN), se produce una ampliación de la responsabilidad sobre los individuos y las comunidades. Cada toma de decisión respecto a cualquier artilugio tecnológico es un acto moral (perdón, debería serlo).
La ética de la responsabilidad debe plantearse desde una perspectiva complementista para resolver la tensión entre particularismo y universalismo. Internet propicia que la información pueda ser universal y local al mismo tiempo. Que se pueda expresar y representar la cultura local, a la vez que se forma parte de un ámbito universal. Esto es lo que yo espero que traiga Internet: una cultura compartida, pero no una cultura universal. Universalismo significa percibir la ancha variación de formas de vida social, de tradiciones, valores y normas. Distinguir no significa compartir. Para H. Jonás, el nuevo imperativo de responsabilidad debe basarse en un nuevo tipo de humildad. Esta humildad no se debe a la pequeñez o insignificancia de nuestro poder, sino a la excesiva magnitud de él: nuestro poder para actuar sobre nuestro poder para prever, evaluar y juzgar.
En el Principio de responsabilidad de Hans Jonás encontramos este análisis: "Hasta ahora la reflexión ética se ha concentrado en la cualidad moral del acto momentáneo mismo. Ninguna ética anterior tuvo que tener en cuenta las condiciones globales de la vida humana ni la existencia misma de la especie. Bajo el signo de la tecnología, la ecología, el mercado mundial y, en definitiva, los procesos de mundialización, la ética tiene que ver con acciones de un alcance causal que carece de precedentes y que afecta al futuro, a ello se añaden unas capacidades de predicción, necesariamente incompletas pero que superan todo lo anterior". La existencia del planeta, la duración de la vida, el aumento de la duración de la vida humana, la configuración genética del ser humano, cada vez pende más de una decisión humana. Por tanto, una ética que pueda servirnos de orientación, ante las capacidades extremas que hoy poseemos, debe partir del principio de responsabilidad, es decir, de tener en cuenta los efectos de nuestras acciones sobre los demás y sobre la naturaleza para preservar la existencia de la vida humana. Hay cambios que nos obligan a cuestionarnos nuestras ideas más básicas acerca de la naturaleza humana. El tema de la responsabilidad por la contaminación de la información no puede ser tratada de forma efectiva sobre la base de los principios generales de los sistemas morales utilitaristas (centrados en las consecuencias) y deontológicos (centrados en el carácter inmanente de la acción misma). ¿Es una determinada acción tecnológica correcta por su carácter esencial o debe ser juzgada sólo sobre la base de sus buenas o malas consecuencias? Podemos despedazar y matar sin peligro, pues se elimina la responsabilidad al eliminarse el contacto ¿Qué ocurre con el cuerpo, que es quien nos devuelve a una sensación de unidad, de autenticidad, de responsabilidad?
"Actuar equivale a transformar el mundo. ¿Se puede actuar virtualmente? ¿Se puede transformar realmente el mundo a partir de acciones virtuales? ¿O únicamente cabe actuar virtualmente sobre nuestras representaciones? La telecirugía o el control de robots a distancia prueban que es posible actuar sobre el mundo a través de sus representaciones virtuales, valiéndose de simulaciones del entorno real. Lo virtual es un instrumento de representación del mundo, y en calidad de tal permite actuar sobre él. Actuar sobre representaciones es a veces más eficaz que actuar de un modo directo. La acción virtual no es tanto una acción como una interacción, ya no está totalmente incluida en lo que se hace, sino que se sitúa por anticipado en aquello que pone en funcionamiento. Delega buena parte de su eficacia en su medio, en su contexto" (8). ¿Qué clase de responsabilidad asumiremos para nuestras acciones virtuales?
"La responsabilidad de las acciones de los personajes virtuales tienen solamente palabras bajo su mando. En el mundo encarnado físicamente no tenemos más remedio que asumir la responsabilidad de las acciones de nuestro cuerpo. Las posibilidades inherentes en la virtualidad pueden proporcionar a algunas personas la excusa de la irresponsabilidad. El desafío está en integrar cierta responsabilidad personal significativa en los entornos virtuales, estos son lugares valiosos donde podemos reconocer nuestra diversidad interna" (9).
DEL ACTO-FICCIÓN AL ACTO-VIRTUAL: ¿HACIA UNA RESPONSABILIDAD SIN CONTACTO?
Los actos que realizamos por medio de Internet, en el Ciberespacio o en la Realidad Virtual no son actos-ficción, sino actos reales, que realiza un sujeto real. Acciones que van más allá, pues son interacciones; de este modo, es posible considerar a cualquier representación electrónica con la que se puede interactuar como realidad virtual. Ejemplo de esto es el cesto de basura que aparece en la pantalla de la computadora, que si bien es un icono que representa a un programa para borrar archivos, al arrastrar con el mouse cualquier documento y tirarlo sobre este icono actuamos como si tiráramos un papel al cesto de basura que hay en nuestro escritorio. Aquí no hay engaño a nuestros sentidos, la ilusión no es el punto. El "cesto" aparece como real por el uso que hacemos de él en la interacción. Cuando se habla de interacciones virtuales, nos estamos refiriendo, pues, a interacciones entre agentes que no actúan -ni se controlan mutuamente- en presencia inmediata los unos de los otros, sino que se relacionan de manera indirecta, intermediada justamente por algún dispositivo artificial de interacción.
La credibilidad del contacto cara a cara, en el que interviene no sólo el soporte físico del lenguaje sino el conjunto de tonalidades físicas que acompañan a la comunicación, es el fundamento para un tipo de compromiso con el otro. La pantalla de cristal líquido es una barrera para sentirse implicado con el otro. Si bien puede establecerse un tipo de implicación, esta no tiene el mismo significado que atribuíamos anteriormente. ¿Qué comportará la comunicación mediada para nuestro compromiso con otras personas? Mirar a otro es estar dispuesto a la acción, no a la contemplación. La comunicación mediada por las pantallas y por los teclados no impide la acción, sino que la redefine. No es un individuo-en-el mundo el que realiza una acción-en-el mundo de la vida, sino que es un anónimo que al escribir produce cosas en el otro que también es un anónimo. La indiferencia frente al que está al otro lado, sea donde sea, no es del todo cierta. Pulsar los iconos tiene una implicación factual.
La comunicación en línea crea un tipo de implicación y de dependencia que hace que se establezca un cierto compromiso. Si bien es cierto que en este tipo de comunicación uno puede cortarla cuando quiera. No hace falta cambiar de lugar de residencia, ni de amigos. Es suficiente con no volver a conectarse. La apropiación de lo otro, el hacerse cargo de lo otro se redefine sin la mirada, sin el contacto, sin el color de piel, ni la condición social. El hacerse cargo del otro se produce en un contexto de unos y ceros. Nos apropiamos de secuencias de información.
En la evaluación de nuestras acciones virtuales, la actitud defensiva predomina sobre el ánimo confiado. El no tener enfrente una cara, un rostro, nos ofrece mayor libertad de acción y una acción más sincera. Entonces nos podemos preguntar hasta qué punto las normas sociales y el inevitable contacto cara a cara son imprescindibles para la cooperación. En un mundo en el que no nos viésemos las caras, la cooperación sería más difícil de lograr. La cara es constitutiva, junto con el lenguaje y el tacto, de la interacción humana. Es muy difícil actuar de manera que nuestra cara no sea coherente con lo que hacemos. Lo sorprendente de una interacción virtual es que, en cierto sentido, se está muy desnudo, porque los dos elementos más expresivos de la comunicación, la voz y los movimientos del cuerpo, se mantienen, pero el cuerpo, el aspecto, no se mantiene. Por ello, es más sencillo transgredir las normas y convenciones sociales. El automóvil nos acercó a mucha más gente de la que nos acercaban nuestros pies. El ordenador nos acerca mil veces más de lo que nos acercó el automóvil. Esto implica nuevas posibilidades para cometer infocrímenes, pero también posibilidades de cooperación.
La comunicación en línea constituye un nuevo paradigma de la relación humana. Cambia la apariencia o el carácter físico de ciertas actividades. Internet tiene que consolidarse como un complemento de las interacciones cara a cara, pero no debe nunca conducir la mayoría de nuestras interacciones. ¿Deberíamos desaparecer del ámbito de lo virtual y regresar a la acción social? ¿No se puede efectuar la acción social desde dentro del ámbito virtual y que esto repercuta sobre el contexto de lo real? El problema es que los sujetos de estos espacios de comunicación, al no ser reales sino virtuales, tampoco son vulnerables. Como no tenemos ninguna experiencia inmediata de lo que los otros hombres sienten, no podemos formarnos idea alguna de la manera cómo son afectados mas que concibiendo qué sentiríamos nosotros en una situación similar.
En la comunicación en línea eliminamos los sentidos y nos quedamos con las palabras, con el reflejo del pensamiento, sea este verdadero o falso. Es un tipo de comunicación más compleja, ya que tenemos que reconstruir al otro a partir de sus palabras y no de su mirada ni de su olor, ni de sus gestos. La cuestión no está del todo en determinar si quien nos habla a través de la pantalla es quien dice ser, sino que el personaje que recrea tiene la suficiente fuerza como para evocar en nosotros la sensación humana del otro. No tenemos frente a nosotros una mirada, ni un gesto, ni un perfume, pero tenemos palabras. La fuerza evocadora del lenguaje en este tipo de comunicación posee la potencia de recrear un tipo de acción ética extraña. La eliminación del rostro, de la presencia física, puede inducir a una acción moral más autónoma, reflexiva y sincera.
El novedoso proceso de comunicación inaugurado por la tecnología digital parece eliminar de un plumazo los característicos supuestos de "próximo" y "distante" que fueron válidos incluso para la ética moderna (10). La acción virtual es limpia, no hiere, ni ensucia las manos. La acción a distancia lo que permite es que individuos que se encuentran relacionados a través de una red de comunicación, se encuentran ligados, aunque sus cuerpos físicos estén muy separados. A distancia, sin sentir en el rostro el aliento de nuestro contrincante o de nuestro amante, podemos decir cosas que normalmente no osaríamos.
A lo mejor no es necesario decidir el tipo de propuesta ética, pues si sólo cabe un modelo posible, la opción nos viene impuesta por los hechos. Es imposible prever cómo evolucionarán las cosas a partir de la situación de partida. Lo único que podemos hacer es prever el máximo número de contingencias derivables del punto de partida y, dentro de los límites de que disponemos, proporcionar a los individuos los instrumentos necesarios para hacer frente a estas situaciones.
SMILEYS O EMOTICONS: LOS GESTOS DE PIEDRA
"Son símbolos representativos de una emoción expresada a través de la visión esquemática ofrecida cuando se gira 90 grados a la derecha" (11).
Son unas pequeñas caras que se forman con caracteres ASCII. Durante siglos nos hemos comunicado a través de la escritura y no hemos dibujado estos símbolos. Hay quien dice que esta es una buena manera de mostrar un estado de ánimo en un medio de comunicación tan frío como el mediado a través del ordenador. Los que más utilizan estos símbolos son los que tienen problemas de expresión; los que gozan de mucha facilidad de palabra no entienden la necesidad de llenar de caracteres raros un texto, el cual, para entender la mitad de lo que te dice, obliga a mirar constantemente su correspondiente significado.
La ética surge tanto con las palabras como con los gestos. El gesto es reducido al símbolo. Si en la comunicación en línea eliminamos la diversidad gestual, nos encontramos con un tipo de ética dislocada. La fractura ética que se produce en este tipo de comunicación puede actuar como un cáncer que se extienda en el individuo provocando diversas alteraciones en sus hábitos de comportamiento. El hecho mismo de no mirarnos cara a cara unos a otros, tiene que acabar modificando también el comportamiento moral.
En la comunicación electrónica las convenciones tipográficas conocidas como emoticones reemplazan a los gestos físicos y las expresiones faciales. Improperios onomatopéyicos y una actitud relajada hacia los fragmentos de frase sugieren que la nueva escritura está entre la escritura tradicional y la comunicación oral. El uso de canales paralelos, como el gesto, la mirada o el habla, es la esencia de las comunicaciones humanas. "El canal del habla no sólo lleva la señal, sino todas las características que la acompañan y que hacen que se muestre comprensiva, reflexiva, compasiva o misericordiosa. En el sonido existe información que nos habla de los sentimientos. De la misma manera que alargamos la mano para tocar a alguien, llegaremos a usar la voz para proyectar nuestros deseos" (12).
El fin ilocucionario es entenderse sobre algo en el mundo, al menos con otro participante en la comunicación. ¿Cómo es esto posible si no compartimos el mismo contorno y mundo de experiencias? Una de las razones es que se comparte la misma simbología para expresar los estados de ánimo.
HACIA UNA TEORIA DE LA COOPERACIÓN EN EL CIBERESPACIO
¿En qué casos debe una persona cooperar con otra y en qué casos, ser egoísta en el curso de una relación? Cualquier tipo de interacción depende del extenso orden de cooperación humana, en el cual el individuo, sometido a unas normas abstractas de conducta, desarrolla sus capacidades persiguiendo unos fines particulares que la rica información diseminada en la sociedad le presenta como más adecuados (13). Dentro de contexto de esta reflexión, en Internet y en el Ciberespacio, los supuestos clásicos para la cooperación quedan anulados. El objetivo sería "garantizar que, aun cuando los individuos no tengan razones de tipo particular para cooperar, se vean obligados a adoptar actitudes socialmente útiles" (14), que funcionen en un entorno totalmente diferente. De entre las principales características de este tipo de comunicación, resaltaremos el anonimato y la interacción a distancia. En Internet se desarrolla un tipo de cooperación sin que los participantes estén emparentados y sin que puedan apreciar por sí mismos las consecuencias de sus propias conductas. "La frase territorios estables significa que hay dos tipos totalmente de interacción: con quienes ocupan territorios vecinos, con los cuales la probabilidad de interacción es elevada, y con extraños, con los cuales la probabilidad de interacción futura es reducida" (15). En Internet debemos señalar otro tipo de interacción, la que se realiza a distancia y en la que no importa la situación geográfica de cada uno de los participantes en la interacción. En este contexto, la probabilidad de interacción es tan elevada como los individuos quieran. Es obligación de cada uno de los participantes en la comunicación.
Cuando se produce el eclipse de una autoridad central que es capaz de hacer cumplir las normas, los individuos tan sólo pueden depender de sí mismos para darse unos a otros los incentivos necesarios para que se produzca la cooperación, y no la defección.
La relación cara a cara imprimía, en el modo de relación con el otro, unas obligaciones y unas presunciones básicas para la interacción. Se crean muchas dificultades para la comprensión y puesta en práctica de todas las normas que aún tienen que ver con las exigencias de reciprocidad e imparcialidad en la conducta. Al haber perdido estas normas, su conexión con las estructuras sociales básicas de la relación sensual con un rostro, nuestra percepción y actitud frente al otro, quedan suspendidas en una vaporosa atmósfera, donde no se sabe bien a quién corresponder ni por qué hacerlo. La capacidad de reconocer al otro y de recordar su identidad merced a interacciones pasadas, así como la de recordar los rasgos más destacados de tales interacciones, son necesarias aún para mantener la cooperación distal. En el Ciberespacio "nadie sabe si eres un perro", por ello no se pueden establecer características fijas en los participantes en la comunicación, como el color de piel, sexo... Este tipo de distintivos puede dar lugar a estereotipos estables y a la aparición de jerarquías de status o de posición social. Las formas en que las personas se relacionan entre sí suelen venir influenciadas por rasgos observables, como la edad, el sexo, el color de la piel o el estilo indumentario. Estos rasgos hacen que, al comenzar una interacción con un extraño, tenga ya la expectativa de que el extraño se comportará de modo análogo a otros que comparten características idénticas observables. En Internet los rasgos observables, se reducen a lo que el otro participante quiera revelar de sí mismo. El otro se convierte en un conjunto de palabras. O en una imagen, como en el caso de la videoconferencia, sobre la que es imposible establecer su autenticidad.
¿En qué condiciones llegará a surgir la cooperación en un mundo de egoístas no sometidos a una autoridad central? (16). Para Hobbes es imposible que llegara a desarrollarse la cooperación de no existir una autoridad central y, por consiguiente, era necesario un gobierno fuerte. Una de las principales características de Internet es la inexistencia de una autoridad o centro. Para R. Axelrod, Teoría de la cooperación se funda en la investigación de individuos que persiguen su interés personal, sin la ayuda de una autoridad central que obligue a cada cual a cooperar con los demás. Según esta definición, en Internet encontramos su máxima expresión, es decir, sin que nadie obligue a cooperar, se establecen esos misteriosos vínculos de reciprocidad virtuales. El objetivo de esta reflexión no ha sido tanto mostrar cuáles son las consecuencias para la cooperación en una interacción sin el cara a cara, sino cuestionar hasta qué punto el rostro es una condición necesaria para la cooperación.
Las comunidades virtuales resultan fundamentales a la hora de hablar de una cooperación en línea. Estas comunidades funcionales utilizan el ordenador como un instrumento para comunicarse en formas que, en lo fundamental, no son nuevas. Estos tipos de comunidad dependen en buena medida de la honestidad de sus miembros. Son muy frágiles y se basan en la confianza mutua (17). La confianza es la base del lenguaje, convicción de que la información recibida por el emisor tiene la intención de ser verdadera. La información que usamos para tomar decisiones en la vida y las personas con las que nos relacionamos parecen ser cruciales en nuestra forma de ser. Es difícil que se establezca confianza en un entorno en que la gente no puede estar segura de la identidad de la gente con que se comunica. Según D.G. Johnson, "una manera de hacer esto es desarrollar normas de buena vecindad (ciudadanía) dentro de la comunidad informática. Las vecindades funcionan basándose en la confianza. Los miembros deben fiarse uno de otro para poder cumplir con las reglas y sus obligaciones. Esta confianza se incrementa aún más cuando los individuos hacen algo más que simplemente cumplir con las reglas; se hacen responsables de la comunidad en su totalidad y están dispuestos a reunirse de vez en cuando para hablar de aquellos problemas comunes que pueden resolverse colaborando. Lo mismo podría ocurrir en las comunidades del Ciberespacio.
¿Cómo se puede responsabilizar a personas e instituciones cuya identidad y localización precisa es efímera?
Este tipo de comunidades existe eventualmente y en alguna circunstancia compite con la sociedad de cuerpos con localización espacial. ¿Cómo organizaremos nuestras instituciones más básicas en estas comunidades virtuales? ¿Qué valores estableceremos y cuáles de ellos tendrán vigencia cuando nuestras situaciones espacio-temporales hayan dado un viraje de 180º? Nuestras concepciones básicas sobre la ética o las formas de conducta se fundamentan todavía en ideas sobre personas físicas que viven en lugares físicos geográficamente determinados. Los límites de la comunidad, las condiciones de ciudadanía, las expectativas, la reciprocidad, la autenticidad, la responsabilidad y un largo etcétera, son cuestiones básicas que presuponen un contexto espacial para su discusión y reflexión. Pero, de hecho, la propia situación espacial está en suspenso, por ello existe una necesidad urgente de tratar esta cuestión.
"La ultra moderna tecnología ha introducido medios nuevos para realizar las acciones de tal magnitud y consecuencias que el marco de la ética ya no las puede contener... ninguna ética del pasado tuvo que considerar la condición global de la vida humana... esta cuestión exige una nueva redefinición de los deberes y derechos, para lo cual los éticos y metafísicos precedentes no ofrecen ni siquiera los principios y mucho menos una doctrina acabada" (18).
NOTAS
(1) En la Edad Media, la peste negra aniquiló a casi 25 millones de seres humanos, un tercio de la población europea. El SIDA ya ha matado alrededor de 10 millones de personas.
(2) Finkielkraut (1998), p. 50.
(3) Bilbeny (1997), p. 87.
(4) Johnson (1996), p. 17.
(5) Bilbeny (1997), p. 93.
(6) Bilbeny (1997), p. 161.
(7) Bello Reguera (1997), p. 212.
(8) P. Quéau, Revista de Occidente (1998), p. 46.
(9) Turkle (1997), p. 319.
(10) Bilbeny (1997), p. 90.
(11) Terceiro (1996), p. 104.
(12) Negroponte (1995), p. 178.
(13) Hayek (1990), p. 13.
(14) Axelrod (1986), p. 129.
(15) Axelrod (1986), p. 101.
(16) Axelrod (1986), p. 129.
(17) J. Stallabrás, Revista de Occidente (1998), p. 85.
(18) H. Jonas.
BIBLIOGRAFÍA
Anthropos (1989) nº 94-95
Augé, M. (1993). Los no lugares. Espacios del anonimato, Barcelona, Gedisa,
Axelrod. R. (1986). La evolución de la cooperación, Madrid, Alianza Universidad.
Bello, G. (1997). La construcción ética del otro, Oviedo, Nobel,
Bilbeny, N. (1997). La revolución en la ética, Barcelona, Anagrama.
Casey, L. (1994). Realidad virtual, McGraw-Hill, Madrid,
Finkielkraut, A. (1998). La humanidad perdida. Ensayo sobre el siglo XX, Barcelona, Anagrama.
Gibson, W. (1984). Neuromante, Barcelona, Minotauro,
Hayek. F. A. (1990). La fatal arrogancia. Los errores del socialismo, Madrid, Unión Editorial
Johnson, D. G. (1996). Etica Informática, Madrid, Universidad Complutense,
Jonas, H. (1995). El principio de responsabilidad: Ensayo de una ética para la civilización tecnológica, Barcelona, Herder.
Levinas. E. (1991). Etica e infinito, Madrid, Visor.
Negroponte, N. (1995). El mundo digital, Ediciones B.
Revista de Occidente (1998) nº206, Junio.
Terceiro, J. B. (1996). Socied@d digit@l, Madrid, Alianza Editorial.
Turkle, S. (1997). La vida en la pantalla, Barcelona, Paidós.
* Pilar Llácer es investigadora en el Departamento de Etica y Sociología de la Universidad Complutense de Madrid. Tiene el título de Máster en Informática y Derecho.
Ultima actualización: 14 marzo 1999
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